Esta historia empieza mucho antes del verano de 1988, que es el año en el que yo escucho por primera vez aquella canción. Exactamente comienza veinte años antes, en la década de los 60, cuando mi madre es la sirvienta en la casa de una familia burguesa de Ávila. Además de las labores propias de la cocina y la limpieza y el orden del hogar, mi madre cría a la niña pequeña de la familia. Cuando mi madre se casa emigra con mi padre a una gran ciudad, a principios de los años 70, en busca de trabajo. La 'niña' entonces es ya una joven, pero ambas, ella y mi madre, continúan alimentando el vínculo emocional que una vez las unió, hablan por teléfono y se ven de vez en cuando. Al fin y al cabo, tampoco es mucha la diferencia de edad entre ambas, porque cuando mi madre entra a servir en aquella casa tiene catorce años, momento en el cual la niña cuenta con cuatro. Recuerdo que cada verano de mi infancia, cuando vamos en familia al pueblo de mi madre, que está a unos veinte kilómetros de la ciudad de Ávila, ella dedica un día a visitar a la familia a la que ha servido y a su vuelta nos cuenta los episodios más significativos de la 'niña' y de la familia.
La 'niña', ya adulta, se casa un año de esos, a principios de los 80, con un periodista musical que trabaja en Radio Nacional de España. Y en el verano del 88, lo recuerdo porque ese mismo año, en enero, ha muerto mi padre, mi madre viene de la visita de rigor con un regalo para mí, una cinta de cassette. Es un regalo del marido periodista de la 'niña', que, según me dice mi madre que le ha dicho él, como yo tengo entonces catorce años, seguro que me gusta la música que él ha seleccionado en la cinta. 'Pop-rock de los 80' recuerdo que pone, con letras mayúsculas, en el canto de la caja de plástico, y en cuyo reverso señala que hay canciones de grupos como Radio Futura, Golpes Bajos, Siniestro Total, que son los tres grupos que recuerdo que sí hay, entre otros de la época. Luego pongo la cinta en el walkman y le doy al play, pero no hay nada de pop-rock: el marido periodista de la 'niña' se ha equivocado y ha metido otra cinta de cassette en la caja de 'Pop-rock de los 80'. Lo que hay es 'música rara', con mucho piano, con algunos violines, con voces de coros, a veces... Pero no es música clásica, el sonido es mucho más sintético que orgánico. ¿Qué tal la cinta que te ha grabado 'fulano'?, me debe preguntar mi madre. Bien, le debo responder, sin desvelar que se ha equivocado; es un regalo y yo no quiero poner a 'fulano' en evidencia.
Aquella música sintética me impacta. Es una música que puede ser la banda sonora de muchas historias. Y aquel verano es la banda sonora de mi verano en el pueblo de mi madre. Sobre todo es la cuarta canción la que me gusta desde el principio, con un ritmo medio de piano que se rompe al poco tiempo con más piano y con la entrada después de un teclado que imita el sonido de un violín. La cinta errónea no tiene ningún tipo de identificación: por el estilo, todas las canciones son del mismo músico, y deben pertenecer a un mismo álbum. Ni sé las veces que escucho aquella música, y especialmente aquella cuarta canción, durante aquel verano, en la soledad de la escucha silenciosa a través de los auriculares del walkman, mañanas, tardes y noches. Una obsesión de adolescencia, aquella cuarta canción, que tarareo en ratos muertos, que llego a saberme de memoria, de las veces que la escucho. Es, quizás, la primera vez que escucho música, quiero decir, la música por la música, sin que se accione el filtro de la autoría o del estilo, que tantas veces me han determinado a la hora de escuchar música, sobre todo en este tiempo de juventud. Y la hubiera escuchado cientos, quizás miles de veces más, aquella cuarta canción, si el walkman no se hubiera tragado la cinta.
Me siento huérfano de aquella cuarta canción, con la rotura de la cinta, pero la conservo casi intacta en la memoria, de las veces que la he escuchado, y me alivio. Y la recupero, durante aquel verano, todavía cuantas veces quiero, y también cuantas veces quiere venir ella sola a mis canturreos. Es mi canción de 1988, mi obsesión, vivida en silencio, como se viven las cosas cuando tienes catorce años y el mundo te parece una indigerible montaña de mierda que va a subir su puta madre.
Pero aquella cuarta canción se va yendo cuando ese mismo año ya empiezan las clases, se me muere en la cabeza, a cachos, primero logro recuperarlos, pero cada vez con mayor esfuerzo, confundo partes, se amontonan los distintos ritmos. Aquella cuarta canción se llena primero de ruido y después de silencio. Y la pierdo, al principio casi del todo. Al cabo de unos meses, solamente puedo retener el principio de aquella cuarta canción, hasta que llega el segundo cambio de ritmo de los pianos, una vez que ya han entrado los violines. Después de ese momento, la canción muere una y otra vez en el esfuerzo por canturrearla. Y la pierdo, después del todo. La canción muere en pocos meses después de haberla dejado de escuchar.
Recuerdo el dolor de la pérdida, un recuerdo físico, de pena, de rabia. Me angustia pensar que no la volveré a escuchar nunca. Y, sobre todo, me aplasta la frustración de no tener ningún elemento de búsqueda, para recuperarla. Y la doy por perdida. La canción está muerta hasta que se me aparece a finales de 1993, en la sala de cine donde veo "El piano". Los primeros acordes de la famosa pieza de su banda sonora me pone los pelos de punta, tanto que me despista de la acción de la historia, porque aquella cuarta canción ha vuelto, desde lugares remotos de mi memoria, pero ha vuelto difusa, raquítica y con un aire de irrealidad, como un fantasma. El fantasma de aquella cuarta canción.
Luego sé, porque lo leo en los créditos de la película de Jane Campion, que el autor de la banda sonora es Michael Nyman y que la canción cuyo estilo y cuyo aire me han traído el fantasma de aquella cuarta canción se titula 'The heart asks pleasure first'. Michael Nyman, Michael Nyman, memorizo. Puede ser el autor de las canciones de aquella cassette, y con esa esperanza salgo del cine. Unos días después voy a una tienda de discos y pregunto por Michael Nyman. Solamente tienen la banda sonora de "El piano", en la sección de 'Bandas sonoras', ningún disco más de Michael Nyman. Como encontrar una aguja en un pajar, pienso, imposible recuperar aquella cuarta canción, imposible volver a escucharla. Imposible.
Sin embargo, reanudo la búsqueda a finales de los 90, con la irrupción de Internet. Indago en la discografía de Michael Nyman pero no encuentro aquella cuarta canción. La búsqueda me aporta, sin embargo, otra pista, la etiqueta que describe su música es la de 'música minimalista'. Así que continuo la investigación por ahí, escuchando música minimalista en los ratos muertos, buscándola a ella, en una búsqueda que resulta siempre infructuosa.
Después, en 2003, llega otra película, 'Las horas', en cuya proyección el fantasma de aquella cuarta canción vuelve a aparecerse. Todavía más difusa, más raquítica y de aire más irreal. Otra búsqueda, entonces, pero más cansado, sin esperanza, a partir de las ramificaciones nuevas abiertas por Philip Glass, cuyo nombre conozco aquella noche. Pero nada. Solamente el drama.
Me había cansado de buscarla. Y la tengo que enterrar. Y de aquella cuarta canción ya no hay ni restos fósiles en mi memoria. ¡Cómo para sospechar que habría de encontrarla diez años después!
La historia terminará aquí, hace poco más de una semana, cuando lea el titular de una de las noticias de portada de Menéame (Un vídeo muestra la crudeza de "Petra" desde el aire) y la información que describa el material audiovisual (El fotógrafo Philip Plisson registró desde un helicóptero los efectos de la ciclogénesis que afectó a Galicia y al Cantábrico a primeros de febrero y que dejó rachas de viento superiores a 152 Km/h). Y clicaré en el enlace. Y sobre las imágenes de la descomunal fuerza del mar Cantábrico empezará a sonar aquella cuarta canción. Y estaré a punto de llorar cuando vuelva a escucharla de nuevo, después de tantos años.
Debajo de la ventana donde se muestran las imágenes, en la parte derecha, estará la opción de comprar la canción en 'itunes'. Ahí sabré su nombre. Y su autor. Cuando la emoción me deje pensar pensaré que un accidente me había traído esta canción y que un accidente me la había arrebatado y que un accidente me la había vuelto a traer. Ni sé las veces que la escucharé cuando la encuentre, dentro de poco más de una semana. La gozaré en conciertos grabados y en diversos videoclips que hay colgados en la red. Pensaré, 'ahora nunca dejaré que se vaya'. Pensaré, 'ya no habrá más accidentes'.
Y teclearé su título, 'Struggle for pleasure', al final de la historia que escribiré aquí, en el Blog Abisal. También escribiré el nombre de su autor, Wim Mertens. Y cerraré ese último párrafo con el nombre de la historia, una canción de 1983, treinta años después.
Play.