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lunes, 29 de noviembre de 2010

Nuestro cuerpo, ese infierno


Esta entrada es la continuación natural del punto ocho de Ocho parecidos razonables entre la religión católica y la ciencia [escrita en mayo de 2010].

Hay una parte dentro de "Así habló Zaratustra" que Nietzsche encabeza con el título "Los que desprecian el cuerpo" en la que se pueden leer las siguientes sentencias:

Esto es lo que tengo que decir a los que desprecian el cuerpo. No quiero que cambien de opinión y de doctrina, sino tan sólo que se despidan de su cuerpo, y que, de este modo, se callen para siempre.

[...]

El cuerpo es una gran razón, una pluralidad dotada de un único sentido, una guerra y una paz, un rebaño y un pastor.

[...]

Detrás de tus pensamientos y de tus sentimientos, hermano, hay un amo poderoso, un sabio desconocido, que se llama sí mismo. Habita en tu cuerpo; es tu cuerpo. Hay en tu cuerpo más razón que en tu más profunda sabiduría.

Para Nietzsche, los que desprecian el cuerpo son los cristianos, cuya moral lo dota de tanto ruido y suciedad que solamente les permite cohabitar con él [y en él] de forma conflictiva, contradictoria y, cuando transgrede las normas, de manera pecaminosa. 

Algunos seguramente pensamos que la represión del cuerpo ha terminado ya, que nuestra relación con él ha llegado por fin a una fase de autorreconocimiento y de cohabitación más o menos dichosa. Es cierto que en cuanto a la interiorización del placer y del disfrute que podemos experimentar y vivir a través de nuestros cuerpos, lo que nos apretaba está más suelto; pero a decir verdad, es solamente eso, más suelto, es decir, que el collar de nuestra correa nos viene más holgado, que nos aprieta menos, pero el collar sigue ahí, aquí, sujetado a las viejas estructuras judeo-cristianas que siguen latentes en nuestra sociedad, estructuras que de alguna manera habrían heredado los discursos científicos actuales que normalizan y oficializan una sexualidad "normal", al tiempo que ubican en la marginalidad otras muchas sexualidades que el Poder ha clasificado bajo muy diversos nombres, todos ellos entroncados en el denominador común que se cataloga como "perversiones" [pero este no es el tema].

Lo interesante de las reflexiones nietzschianas relacionadas con el cuerpo es que también incluyen la experiencia antagónica al placer, esto es, el dolor. En este punto, la correa sigue apretándonos con la misma [o quizás mayor] intensidad. La diferencia entre la época de Nietzche y la nuestra es que el collar ha cambiado de dueño; y si antes la humanidad estaba sometida al discurso cristiano, ahora lo está al discurso científico*.

*Para evitar malentendidos y juicios y prejuicios de valor, quien escribe se declara ateo en asuntos religiosos y agnóstico en temas científicos.

Para la Ciencia [sobre todo en lo concerniente al discurso médico] tampoco somos dueños de nuestro cuerpo, e igual que lo que se ha dicho más arriba de la imposición cristiana sobre la interiorización del propio cuerpo, vale decir aquí sobre la Ciencia cuando nos ofrece [a partir de sus discursos] una relación donde las únicas relaciones con nuestro cuerpo son el conflicto, la contradicción, etcétera, términos todos ellos que pueden agruparse bajo una misma acotación, la enfermedad.

De esta manera la enfermedad es experimentada como un mal que viene de afuera, que no nos pertenece, y que se ha alojado en un soporte vital, nuestro cuerpo, que tampoco nos termina de parecer el nuestro, y mucho menos en esos momentos en que la enfermedad florece y se desarrolla. Sin embargo, sí que es nuestro [a todas horas] el discurso del poder, ese discurso que nos separa del cuerpo, ese discurso que asume la enfermedad como una cosa ajena, que no nos pertenece, y cuya presencia, evidentemente, ha de ser combatida con todo tipo de armas químicas de destrucción masiva. Nuestro cuerpo se convierte así en el lugar donde dos entidades extranjeras [la enfermedad y su combatiente] luchan en una guerra que, claro, tampoco hacemos nuestra.

Nietzsche avisaba del peligro de sustituir al dios recién muerto [o matado] por otros dioses igualmente falsos [que son aquellos que coartan la libertad entendida en términos de naturaleza y vitalismo]. Y la cosa en este sentido apunta a que nos hemos dejado embaucar por el discurso científico, por su brazo armado [la industria farmacéutica] y por sus atajos exhibidos y puestos a la venta por sus brazos mediáticos**.

** Recuerde el lector el contenido de *.

La religión estigmatiza[ba] el placer [del cuerpo] a través del uso político del pecado, mientras que la ciencia estigmatiza el dolor [del cuerpo] a través del uso político de la enfermedad. Y desde esta posición negadora del cuerpo, la Ciencia es la heredera natural de la religión***.

*** Recuerde el lector el contenido de * y añada lo que sigue a continuación. No se está defendiendo aquí que, tal y como están las cosas, uno se adueñe de su cuerpo a través de la experiencia vivida del dolor. Quien escribe también se droga con química para mitigar los dolores [ajenos] que aquejan su cuerpo [que no le pertenece]. Quien escribe no es sadomasoquista. Quien escribe está a favor de los cuidados paliativos y del trabajo que ejercen las unidades médicas [pro-científicas] del dolor.

Porque si nuestro cuerpo no fuera ese infierno donde el discurso contemporáneo le ubica..., si nuestros cuerpos realmente nos pertenecieran..., si el lenguaje y las interpretaciones que el poder nos ha inoculado dentro [y que, curiosamente, sí nos pertenece] fueran otros..., y pudiéramos asumir la enfermedad como un proceso interno, o como un acto de comunicación interno, o como, simplemente, la manifestación de una fricción más..., el dolor y todos los significados [ideológicos] volcados sobre él serían otros y, en conclusión, eso que llamamos enfermedad sería otra cosa bien distinta.

Llevamos dos mil años de moral judeo-cristiana encima, una moral [no olvidemos] cuyo eje de rotación es la idea del mal como un algo ajeno contra el que hay que combatir. Y el arrastre de este lastre es evidente, todavía hoy.

¿Tú qué dices, Nietzsche?

miércoles, 11 de agosto de 2010

Stephen Hawking en serio y Stephen en broma


Stephen Hawking en serio

Ahora Stephen Hawking afirma que la humanidad deberá abandonar el planeta Tierra para no extinguirse como especie. Sus reflexiones se han podido leer en la totalidad de medios de comunicación. En la noticia que publicó ayer el diario "Público", el titular decía que "Stephen Hawking afirma que la raza humana deberá abandonar el planeta o se extinguirá", además de la información que da el titular, se podían leer estas otras "perlas" del físico Hawking:

- Entre aproximadamente mil años más o menos, le costará a la humanidad hacer inhabitable el planeta y los mil millones de años que le tomará al sol convertirlo en un árido desierto, está siempre la posibilidad de que una supernova cercana, un asteroide o un agujero negro nos liquiden a todos.

- Según Dermont, responsable de la página web, Hawking dijo a Big Think: "Será ya bastante difícil evitar el desastre en el planeta tierra en los próximos cien años, para no mencionar lo que pueda ocurrir en los próximos mil años, o un millón de años".

- El físico ya había advertido de que los humanos deben ser muy cautelosos acerca de los contactos con otras formas de vida que pueda haber en el espacio exterior ya que "no podemos estar seguros de que los extraterrestres serán amistosos".

La noticia en "Público" (y casi seguro en la totalidad de medios que dieron cobertura a la noticia) está alojada en la sección "Ciencia". Yo me pregunto... ¿ciencia? ¿Desde cuándo la ciencia como predicción es ciencia? ¿Desde cuándo la videncia es ciencia? ¿Es el calendario maya, que predice el fin del mundo en 2012, ciencia? En fin...

Que menos que exijirle a quienes construyen la ciencia su principal carta de credibilidad, que no es otra que la de un trabajo contrastado y avalado por lo que los mismos científicos llaman evidencia científica, pero claro..., que estamos hablando de Stephen Hawking, maestro físico-gurú de la ciencia, considerado una eminencia en su profesión, y muy valorado, sobre todo, en ámbitos mediáticos, óptima valoración que desconozco si se produce en ámbitos académicos o en los de su profesión.

Desde aquí se cree que Stephen Hawking es un especulador, y el adjetivo "especulador" aquí, no tiene carga peyorativa. Quien escribe tiene muy poca idea de las teorías de Hawking, lo justo para posarse en los titulares que se desprenden de algunas de ellas (sobre todo, que los agujeros negros pueden emitir radiación, y que el inicio del universo está regido por las leyes de la Ciencia), y ante ellas no hay más que añadir, porque son afirmaciones, con mayores o menores pretensiones de objetividad (científica o no, no importa), pero subjetivas (suyas) al fin y al cabo.

Otra cosa es cuando Stephen Hawking se pone el traje de vidente y suelta auténticos "story-lines" de cualquier película hollywoodiense de género catastrofista válidos solamente para meter miedo al personal y unirse a esa soterrada forma de propaganda política cuyo axioma es "el miedo es el mensaje".

Además, cuando la ciencia se convierte en videncia, y antepone lo predictivo a lo demostrable, la ficción que de por sí es el discurso científico se eleva al cuadrado. Ya no hablamos de ciencia entonces, sino de ciencia-ficción.

Por lo visto, los agujeros negros existen, y el de Stephen Hawking (y perdón por la metáfora) ha sido que hasta ahora no ha recibido el Premio Nobel, entre otras cosas por la indemostrabilidad de buena parte de sus teorías. Sí, en cambio, ha sido galardonado con el Premio Príncipes de Asturias de la... ¿Concordia?, sí, de la Concordia, en 1989. 

Es evidente que Stephen Hawking sí tiene el respaldo del público, pero la crítica nunca le ha sido favorable. Son las desgracias propias de todo guionista de ciencia-ficción de género catastrofista.

Stephen Hawking y Stephen


Stephen en broma 

Ahora Stephen afirma que la humanidad deberá abandonar el planeta Tierra para no extinguirse como especie. ¡Viva la ciencia-ficción y la madre que la parió!

Me pregunto cómo puede ser una mudanza desde un planeta a otro; porque si las mudanzas de una casa a otra ya son un engorro (y estamos hablando de dos casas sitas en la misma ciudad) no me cabe en la cabeza la que se puede liar en una mudanza de 7.000 millones de terrícolas que somos ahora, en caso de que tuviéramos que salir hoy mismo por patas de aquí.

Porque... ¿qué te llevas a otro planeta? ¿cuánta ropa te llevas a otra planeta? ¿Has pensado, Stephen, alma cándida, cuántas maletas te llevas a otro planeta? Estamos más que preparados para responder a la pregunta qué te llevarías a una isla desierta, pero no a la de qué te llevarías a otro planeta. ¿A que en eso no has pensado en eso, Stephen?

¿Y en los animales has pensado, Stephen? ¿Qué animales sí y cuales no? ¿Tendrían preferencia los animales en vías de extinción? Habría que releer la parte de la Biblia que relata cómo Noé fue capaz de movilizar semejante cantidad de ganado. No estamos preparados para eso, Stephen. Has tirado la piedra y has escondido el brazo; sí, lo sé, es un decir. Por lo pronto habría que nombrar a un pastor interestelar, que se encargara del asunto. ¿Y quién es experto ahora en movilizar grandes cantidades de ganado? A mí se me ocurre los directivos de Intereconomía, cuya audiencia es rumiante-fascista, pero hay un problema, que considerarían a Zapatero, a los militantes y votantes del PSOE, y a casi todos los vascos y catalanes como una subespecie animal susceptible de ser abandona en tierra. ¿Alguien voluntario que se encargue de la sección animal? 

También ha dicho el bueno de Stephen que debemos tener cuidado con el planeta que elijamos porque quizás sus habitantes autóctonos sean poco amistosos. ¡Hmmm! ¡Qué mal rollito, Stephen! ¿Te imaginas ir de planeta en planeta como el que va de casa en casa pidiendo cobijo a más de 7.000 millones de personas, con sus respectivas maletas, y eso sin contar con la sección animal que viene unos tres años luz por detrás? ¿Te imaginas qué marrón si nos piden nuestras credenciales?: habitantes que han destrozado su planeta, que están en continuo conflicto unos con otros, buscan otro planeta que destrozar y en el que darse de hostias sin parar. El problema, amigo Stephen, no son ellos, somos nosotros. ¿A que tampoco has pensado en eso?

Lo tendríamos muy jodido. Seguro que ni siquiera cumpliríamos los requisitos para optar a un planeta de VPO. Y eso que los israelís ultranacionalistas seguro que se quedan en la Tierra. Oye... ¡y eso que tendríamos ganado! Porque ya sabemos la fama de vecinos problemáticos que tienen los israelís ultranacionalistas, que les das una habitación y en cincuenta años te ocupan el bloque entero. Y eso se sabe aquí en la Tierra y en cualquier lugar del universo. ¿Eso no se puede demostrar, Stephen, la existencia de carteles al estilo de "Perros no" en las entradas de otros planetas donde puede leerse "Israelís ultranacionalistas, no."? 

¿Y cómo creeis vosotros que los israelís ultranacionalistas vivirían sus últimos años en su Tierra Prometida? Me temo que no muy bien. Antes de que el Sol se apagase, o de que un meteorito destrozase la Tierra, o de que el nivel del mar abnegase toda tierra firme, los israelís ultranacionalistas morirían con el síndrome del conductor que va a aparcar su coche en un parking vacío. Tendrían toda la Tierra para expansionarse pero no sabrían que tierra ocupar, igual que un conductor se obnubila cuando tiene todos los sitios para él. Y si te obnubilas con 100 metros cuadrados de sitio libre, no puedo imaginarme el nivel de tontuna que te puede entrar con 149.400.000 de kilómetros cuadrados de tierra sin ocupar.

Todo apunta a que no hay salvación, Stephen. Nos has puesto la miel en los labios con la cosa de emigrar a otro planeta pero está visto que va a ser imposible. Me pregunto quién moriría antes, si ellos, los israelís ultra-nacionalistas, dando vueltas por la tierra en bucles infinitos decidiendo qué tierra ocupar mientras llega el cataclismo, o nosotros, la diáspora humana y animal terretre, engullidos finalmente por un agujero negro.

En fin Stephen, ¡vaya panorama! Pero que nos quiten lo bailado, ¿o no? Todos: ¡¡¡Viva la ciencia-ficción y la madre que la parió!!!

martes, 13 de julio de 2010

La cosa de desaparecer del mapa por cuenta propia

En el primer párrafo del prólogo del libro Joy Division / Ian Curtis / Canciones (1991), Santi Carrilllo (director de la revista Rock De Lux) se hacía esta paja mental (intelectual) intentando explicar el suicidio:

La respuesta a la pregunta puede ser doble: a) se ha de andar sobrado de valor; b) se ha de carecer totalmente de él. Y si el valor como motor de la existencia, como reclamo y predisposición de voluntad activa para ejercer nuestras funciones vitales, da o quita razones - el simple hecho de actuar o no hacerlo nos las proporciona -, la valentía puede darnos o quitarnos hasta incluso la vida, entendiendo ésta como la razón suprema de la existencia, en obvia contraposición con la vaguedad de la nada como negación de esa propia existencia, y como pasaje indescifrable en el que se alza la muerte como una nebulosa a la que un único gesto, sólo uno - accidental o forzado, pero siempre indefectiblemente terminal -, nos hace acreedores, dicen que eternamente.

Hace unos días, "Redes" dedicaba su capítulo al tema del suicidio, mejor dicho, a cómo se podría prevenir el suicidio. Desde el enfoque puramente científico (intelectual igualmente), las palabras dichas por Punset y por los dos expertos invitados (uno, psicólogo y la otra, psiquiatra) volvieron a quedar como las palabras de unos personajes que están encantados de escucharse a sí mismos (se llega a decir que el 40% de los suicidios se debe a causas genético-biológicas, a través de la información de los genes del sistema del neurotransmisor serotonina), y poco más.

En ambos discursos, el final no tiene por menos que estar protagonizado por profesionales que terminan con sus gestos desencajados, y con sus cuerpos agotados, y con la sensación, siempre, de estar avanzando (avanzar en el sentido científico) nada o casi nada. 

He aquí el programa de Redes, titulado "El suicidio se puede evitar":


Ocurre que ambos enfoques sobre el suicidio, el intelectual(oíde) y el científico, están motivados por una misma fuerza reflexiva, que no puede ser otra que la heredada de la Ilustración. Esta fuerza es objetivista, positivista y, claro, cientificista. Ambos discursos tropiezan en la misma piedra, que no es otra que el "a priori" marcado y que consiste en explicar racionalmente un acto cuya naturaleza no puede ser explicada, y mucho menos aplicando (a priori) los filtros de la razón. Por eso ambos discursos, que nacen con vocación de arrojar luz, solamente pueden construirse en un enredo permanente que no deja elegir otros caminos que los empantanados. Penetrar en el suicidio por la razón solamente conduce a la perplejidad, al ruido y a la incomprensión. Nuestra sociedad y el masoquismo. ¡Qué idilio espectacular!

Para terminar de ensuciar el panorama voy a poner sobre la mesa un tercer enfoque sobre el suicidio, el mío, igualmente onanista pero ubicado en las antípodas de la Razón: un discurso radicalmente subjetivista, intencionadamente negativista y militantemente anticientificista. Pido ayuda, maestro Cioran, para comenzar mi reflexión:

- El que pertenece orgánicamente a una civilización no sabría identificar la naturaleza del mal que la mina - escribe Cioran.

No me puedo imaginar mayor ingratitud que la de un suicida que logra su objetivo. Su sociedad, su Estado, han invertido en él como individuo que tiene el deber moral de desarrollarse dentro de una próspera comunidad. Nuestros brazos armados de la ciencia médica están trabajando día y noche para alargar nuestra estancia en este nuestro paraíso laico. ¡Podremos vivir 100 años, nos dicen! Y vosotros, ingratos, os suicidáis...

No me puedo imaginar mayor ingratitud que la de alguien que, aunque sea fugazmente, mire cara a cara a su propia finitud y dispare, consciente de que ese acto es lo último. Ingratos vosotros que os arrojáis a la muerte cuando la sociedad que os ha construido no la quiere ver ni en pintura. Ingratos vosotros que no habéis recogido las enseñanzas de vuestros profesores, ni de vuestros padres ni familias... ¡Honraras a tu padre y a tu madre...! Y vosotros, ingratos, os suicidáis...

No me puedo imaginar mayor ingratitud que la vuestra, cuando decidís que no soportáis más sufrimiento y que es hora de partir. ¿Hacia dónde? Hacia el no-dolor. Eso no es muy cristiano, amigos. Sois unos ingratos con los dos mil años de moral judeo-cristiana que han ido pasando de generación en generación hasta llegar a vosotros. Decidís no sufrir... ¿desde cuándo os habéis creído tener esa libertad de no sufrir? Y vosotros, ingratos, os suicidáis...

Publicidad. "Un alud de septiembre", de Surfin´Bichos, patrocina todas las veces que aparezca en esta entrada la palabra suicidio:


LETRA DE LA CANCIÓN

Pedro vio por primera vez dónde estaba el verdadero amor; su escopeta de caza de dos cañones se apoyaba en un rincón. La certeza del uno para el otro, y esa atracción era tan dulce que por fin se miraron reposadamente los dos, se miraron a los ojos los dos, y ella habló y todo se acabó.

Un alud en pleno septiembre te ha inundado y tú notas en el vientre como un alud en pleno septiembre te ha inundado y tú notas en el vientre como un dolor, un viejo dolor.

Una flor de septiembre, te tropiezas con ese olor y la muela del juicio brota en el fondo de tu alma como un dolor.

Un alud entra por tu ventana sin avisar y tú no puedes cerrarla y entra así la luz, brilla tanto la nieve blanca aquí, y tú tan cegado que no puedes ver nada más.


Hace falta ser ciega y vivir solamente al servicio de las ideas ciegas para decir que el suicidio es la muerte más desoladora de todas las muertes (lo dice la psiquiatra invitada en "Redes"). La desolación es vivir por inercia, por obligación, o por decreto-ley. La desolación es agonizar mientras se te hincha el estómago de no comer (¿sabrá la psiquiatra lo que ocurre en el cuerno de África?, ¿se puede estar tan ciega?). La desolación es morir cuando no lo eliges: un misil israelí, por ejemplo, entra en tu casa y mueres tú, tu familia y el bloque entero. Esto ha pasado hace poco en Gaza y en el Líbano, con muchas personas. Son solamente dos ejemplos. La desolación es que no te dejen morir cuando deseas morir. ¡Y que todavía no sea posible la eutanasia...! El Estado no tolera la libertad de sus ciudadanos. Es la razón por la que, igual que la eutanasia, el Estado / la Sociedad tiene atragantada la idea del suicidio.

Y además presumen de la bajeza de etiquetar a los que se suicidan como enfermos. En un panorama existencial en donde te han venido mal dadas, o cuyas experiencias vitales (la mayoría venidas de la mano de esa institución sagrada que de momento no se cuestiona: la familia) te han abierto brechas de tal envergadura que se hacen insalvables e incicatrizables..., en una trayectoria vital donde tantas cosas te han determinado en el sufrimiento, en la devastación y en la desesperanza, matarse a sí mismo constituye un acto de amor consigo mismo, un canto a la vida; la confirmación, en cualquier caso, de una última determinación en la que sí que has sido dueño y señor.

El suicida, con su acto, se ejecuta en la mayor de las libertades que puede otorgarse un ser vivo, que no ha elegido ni nacer ni buena parte de los traumas acumulados a lo largo de su vida. Acabar con la vida propia, entonces, aquí, es la última y más grande conjugación del verbo liberarse. Liberarse del dolor... porque enferma es la sociedad que insiste en salvaguardar la vida del suicida pasando por alto su sufrimiento. Liberarse de la vida... porque, para quien quiere salir de ella, no es más que una cárcel donde nada está en juego.

El psicólogo invitado en "Redes" propone como "solución" a la "enfermedad" poner barreras físicas en lugares de altura, para disuadir a los suicidas. ¿Tan difícil de entender es? Dejen morir a la gente en paz y dedíquense a examinarse a sí mismos; giren el microscopio hacia sus estómagos, a ver que ven, a ver si hay vida o si tan solo se está la constatación de un trabajo al servicio de una ideología que no permite la libertad de sus individuos. Claro que como dejó escrito Cioran más arriba, el que pertenece orgánicamente a una civilización no sabría identificar la naturaleza del mal que la mina. 

También hay un momento en el que la psiquiatra se queja amargamente
de que las tasas de suicidio son desesperadamente estables desde que hay estadísticas. ¡Ay que joderse! ¡Vaya programita! Programa, por cierto (¡bien ahí Punset!) en el que el mismo Punset se ve con el deber de hacer de abogado del diablo, delante del psicólogo invitado (cuya experiencia vital del suicidio del padre explica su obcecación por el suicidio y por evitarlo), para decirle que el suicido es un fenómeno que se da en todas las especies. El psicólogo traga saliva y no tarda en envidar a la grande, con la genética palabra de dios te rógamos óyenos. Ahora que la biología ha salido a su rescate, ambos respiran más tranquilos. Punset termina el programa desconcertado, bastante más, por cierto, que Santi Carrillo al final de su parrafito intelectual.

En fin (nunca mejor acabado).

lunes, 17 de mayo de 2010

Ocho parecidos razonables entre la religión católica y la ciencia

Primero: la inaccesibilidad de sus ficciones

Valdría lo mismo decir que la religión católica y la ciencia explotan de forma similar el misterio que emanan de sus representaciones gráficas propagandísticas.

De esto se deriva que para la inmensa mayoría de creyentes católicos y de creyentes científicos sus experiencias con sus respectivos dogmas tengan que ver, sobre todo, con la fe.

Es decir, que la pregunta es coincidente para unos y para otros. Así, "¿crees en Dios?" y "¿crees en la ciencia?" son enunciados interrogativos que dan por supuesta, a priori, la predominante componente de ficción que toda plataforma ideológica de poder precisa para poder perpetuarse.

El ADN y la Santísima Trinidad: dos ficciones indigeribles


Segundo: la promesa constante de un mundo mejor

Mientras que la religión católica promete un más allá, la ciencia insiste en la promesa del más acá. La una nos dibuja un cielo post-mortem y la otra un paraíso pre-mortem.

Ambas plataformas juegan a su manera al concepto de eternidad. Si bien la religión católica en este aspecto se mueve más en coordenadas de ficción (la eternidad infinita), frente a la pretensión documental de la ciencia (la creciente esperanza de vida), ambas creencias toleran bastante mal la idea de la muerte, negándola cada cual a su manera, adoptando posturas antinaturales y negacionistas las dos.

El tiempo detenido, metáfora recurrente


Tercero: el miedo es el mensaje

También el premio de ambas eternidades viene cargado de un alto interés. Son precisos los sacrificios y los sufrimientos. Para mantener a los creyentes en todo momento altos en su nivel de fe, a través de una larga vida de sacrificio y sufrimiento, tanto la religión católica como la ciencia hacen uso del mismo arma: el miedo.

Frente al miedo descomunal y cegador (y de nuevo agarrado a la ficción) llamado infierno de los católicos, la ciencia propone multitud de pequeños miedos (de nuevo, en su caso, documentales): miedo a la vejez, miedo a la fealdad, miedo a la gordura, miedo a las enfermedades, etcétera, miedos, en cualquier caso, que operan con el mismo mecanismo de fascinación y rechazo al pecado que profesan los creyentes cristianos.

Miedo-documental científico y miedo-ficción católico


Cuarto: la omnipresencia de sus deidades

Dios está en todas las partes; la ciencia, también.

Es cierto que tiene más mérito la omnipresencia de dios, por ser solamente una sola deidad. La ciencia, consciente de que ha pasado un ciclo y de que es conveniente repetir los anteriores, ha adoptado el modelo griego politeísta.

Volvemos a la dicotomía ficción-documental. El dios cristiano, invisible e intangible, es resultado de una ficción, frente a los dioses visibles y tangibles de la ciencia, a los que les sobra con el documental.

Sublimando la idea central de la omnipresencia de dios, la ciencia, en sus múltiples ramificaciones, ha logrado estar en todas las partes. En el cielo y en la tierra, en los los cuerpos de los hombres y en sus máquinas, se mire por donde se mire, la ciencia, para bien y para mal, es omnipresente...

 La religión en el hombre frente al hombre en la religión


Quinto: la negación de la ideología propia

La religión católica se autodenomina herramienta moral del hombre que finalmente encuentra la verdad mientras que la ciencia se apoya en la idea de la evidencia científica para dotar a sus criterios de cualidades cargadas de verdad. Con estos dos pretextos, ambas plataformas huyen, sobre el papel, del político-sustantivo "ideología".

Esto es, que tanto la religión católica como la ciencia ubican sus respectivas realidades verdaderas e intransferibles fuera del hombre, a un nivel superior y, en ambos casos también, metafísico, intentando hacer convencer a sus respectivos fieles que sus discursos son enunciados que se producen inmunizados de toda ideología y demás suciedades que enturbian la pureza propia.

En resumen, la religión católica y la ciencia sostienen el mismo axioma: la verdad no está en nosotros. Dos mil quinientos años después, Platon sigue siendo la referencia tanto para el hombre religioso como para el hombre laico.

Platon al cuadrado: referente católico y referente laico


Sexto: la pretensión de universalización de su credo

La globalización es un fenómeno muy antiguo, fechado en los primeros años de la cristiandad. Fue gestada y predicada por muchos gurus del marketing cristiano de la época, con Pablo de Tarso (San Pablo para los cristianos) en la vanguardia. 

Se pretendía establecer diferencias claves entre el cristianismo recién nacido y la vieja religión judía, hecha a la medida del pueblo hebreo, y por eso de alcanzar mayores cuotas de mercado, la ambición cristiana apuntó al target universal, una cosa de locos que, sin embargo, logró materializarse algunos siglos después, cuando cada domingo, a la misma hora, cientos de miles de fieles escuchaban los mismos sermones en la misma lengua (latín) y se sometían a los mismos rituales corporal-litúrgicos en las miles de iglesias cristianas diseminadas por todos los territorios evangelizados.

La ciencia, en su vertiente tecnológica, vuelve a sublimar la idea cristiana de una aldea global, con sujetos inter-conectados entre sí y, mejor aún, en una comunión orgánica a través de las diferentes redes que consiguen un conjunto comunicativo sin precedentes.

Así mismo, la ciencia asume de manera directa la herencia cristiana de seguir cientificando o tecnificando, es decir, evangelizando la idea de un mundo mejor a partir de la penetración hasta las últimas latitudes del planeta de la tecnología punta que hay en el mercado.

Bill Gates y San Pablo, amigos del target universal


Séptimo: falsos spoilers del misterio y enemigos de la indeterminación

Aquí ambas plataformas apenas tienen diferencias. Tanto la religión católica como la ciencia son enemigos declarados del misterio y se afanan, cada uno con sus propios métodos, en suministrar a sus respectivos grupos de fieles diferentes puntos de fuga por los que desaguar la angustia que produce la libertad.

El adelanto constante de los finales (tanto positivos apologéticos como negativos apocalípticos) y la insistente maniobra de hacer digerible lo desconocido, lo indeterminado y lo inaccesible para el hombre, son ejercicios recurrentes en ambos credos. 

Así, el juicio final católico asume varias adaptaciones científicas como el final de la vida del sol o la llegada de un meteorito que acabe con la vida en la Tierra. El camino del conocimiento del alma humana en el catolicismo asume, en la ciencia, la forma de unos átomos que cada vez se subdividen en partículas más pequeñas y que nos acercan a la ficción del número cero o de la nada; y el camino del conocimiento de dios asume la forma de un universo cada vez más grande que nos acerca a la ficción del infinito.

Sea como sea, la indeterminación y el misterio están prohibidos en ambos casos.

Malditos spoilers
Octavo: el mal

No podíamos olvidar a los antagonistas que contra-protagonizan los cuentos que nos cuentan los narradores oficiales de cada uno de estos dos credos, el religioso y el científico: el mal.

Con el mal ocurre lo mismo que con la deidad, una y de ficción en el caso de los católicos, y varias y documentales en el caso de los científicos. Los cristianos nos han dicho que el diablo es el mal hecho carne, que incita a violar las fronteras morales más sagradas. Pero... ¿cual es el mal según la ciencia?

Vayamos a la ciencia médica y a su discurso sobre la salud y la enfermedad según el cual la salud es el bien y la enfermedad es el mal. Se nos presenta cualquier irregularidad del bien como síntoma del mal. Igual que la religión, la ciencia no tolera en el mismo cuerpo, ni integra en el mismo plano, ambas posibilidades y potencialidades de esta doble coyuntura corporal y biológica del ser humano.

El discurso científico, de forma análoga al discurso cristiano, continua excluyendo el mal de la propia existencia humana y presenta a las enfermedades como males exteriores a los que hay que combatir. Nada de integrar la enfermedad como proceso natural de un cuerpo vivo. Cuando aparece el mal, se hace preciso bombardearlo con armamento, científico (llámese en este caso farmacológico) en el caso de la ciencia, y religioso (llámese en este caso actuaciones exorcistas) en el caso de la religión católica.

El mal susceptible de ser expulsado de nosotros

(NOTA: Para evitar malentendidos y juicios y prejuicios de valor, 
yo, pez abisal, me declaro ateo en asuntos religiosos 
y agnóstico en temas científicos)

miércoles, 10 de febrero de 2010

Retro-ciencia-ficción

Atención, atención, una de retro-ciencia-ficción. La representación gráfica que encabeza esta entrada corresponde a un hombre que la Ciencia ha bautizado como Inuk. También según fuentes científicas, vivió hace 4000 años en Groenlandia.

La peculiaridad de esta representación gráfica es que se ha obtenido a través de la secuenciación del genoma de unos restos capilares (del esquimal que la Ciencia ha llamado Inuk) bien conservados gracias al clima ártico groenlandés.

Otros datos (que se han publicado en la revista Nature, te rogamos óyenos) señalan que no era del todo blanco, que tenía los ojos y el pelo tirando a oscuros, que su sangre era tipo A + y que estaba genéticamente predispuesto a la alopecia. Resultado visual: la representación gráfica de arriba.

La operación es tan secilla como que ciencia más ficción es igual a ciencia-ficción. De nuevo, con ánimo y objeto documental se termina en una ficción de primer grado: crear un personaje que habitó Groenlandia hace 4000 años. Ahora, además, con la herramienta de guión "genoma" los guionistas de la Ciencia nos detallan los rasgos físicos y la naturaleza interior de los personajes. Llamémoslo por su nombre: retro-ciencia-ficción.

Además, están por ver qué elementos de la realidad, qué rasgos físicos de otros personajes reales, han cogido para fabricar el retrato de Inuk. Desde el retrato robot de Gaspar Llamazares con barba no hay quien se fie de estas cosas. A mí, Inuk me recuerda a Txeroki, el de la ETA. Digamos que Txeroki es menos esquimal y más guapo, pero el resto de rasgos físicos arrojados por la secuenciación del genoma de Inuk los tiene nuestro Txeroki. De no ser porqué no tiene RH negativo, podríamos hasta imaginar que Inuk es el primer ancestro vasco que se trajo a la tribu a tierras más cálidas (dejemos de lado, en favor de esta fantasía, el clima de Vitoria-Gasteiz) del sur de Europa.

Otra igual. Podría haberse dado el caso de que los "retratistas" de la representación gráfica de arriba se hubieran encontrado con la representación gráfica de abajo, simplemente buscando en Google según los métodos del FBI.

¡Los caminos de la ficción son inescrutables!

 Txeroki, ¡lástima de RH!