Yo estoy pasando un día de campo en familia, concretamente con una tía paterna, con su marido, y con dos de sus hijos, a los que acompañan sus dos novias, o esposas, ahora no recuerdo. Hemos comido en las faldas del Moncayo, la montaña más emblemática de la provincia de Zaragoza, a un paso de Navarra y a otro de Soria. Y ahora estamos de sobremesa.
J., la pareja de mi primo L., es quien lanza la pregunta: ¿en qué otra época os hubiera gustado vivir? Pregunta absurda, pienso yo, que tengo 16, a lo sumo 17 años, entre cinco y diez menos que mis primos y sus chicas. O juego tonto, quizás, creo yo, adolescente atormentado , tan lector de las ficciones de Ernesto Sabato [¡cómo olvidar la frase del maestro: "no hay animal que sufra más sobre la tierra que un adolescente atormentado"!] que a veces he jugado a confundirme a propósito con sus propios personajes, cogiendo unas cosas de Bruno, otras de Alejandra, etcétera.
¿Que en qué otra época me hubiera gustado vivir? Pregunta trampa que arrancará de todos los que contesten frases hechas, de eso estoy seguro. En ese momento, antes de que nadie responda, ya tengo pensada la respuesta, pero es, digamos para entendernos, una respuesta incómoda. Y no sé si esa respuesta cabe en ese aquí y en ese ahora. Me asusta, sobremanera, exponerme en exceso con familiares a los que apenas veo. Y no podría soportar que mis primos le comentarán algo a mis tíos, lo cual sería el acceso directo a que mi respuesta llegara a oídos de mi madre.
Mi primo L. responde que en la época romana. Subraya que siendo romano y no cristiano, que vivían muy poco por ser arrojados a las fieras. La confesión arranca las risas del foro. Yo también río, pero continuo cavilando sobre las consecuencias de mi respuesta.
A., mi otro primo, dice que en la época medieval. ¿Por qué? se interesa al instante J. Porque le hubiera gustado ir a las cruzadas, responde. ¿Pero sabes bien lo que son las cruzadas?, le pregunta L. No, solamente sabe que miles de soldados salieron a matar moros... De nuevo risas. Yo también río pero estoy más nervioso... Doy un paso atrás: inventaré otra respuesta. ¿Cuál? ¡Qué se yo! La Italia del Renacimiento, me viene de primeras. ¿Y si me preguntan por qué...? ¡Qué sé yo...! En fin... Responde P.
P. es la chica de A, y dice que cuando el Imperio Egipcio, concretamente, en el reinado de Ramses II. ¿Por qué Ramses II?, le pregunto yo, mientras pienso en la respuesta de por qué la Italia del Renacimiento... Porque de aquella época son las construcciones más espectaculares... A. se acerca a P.: ¿y te hubieras casado con ese Ramses? Quien sabe, tuvo muchas mujeres... Más risas... Y yo sin saber por qué la Italia del Renacimiento.
J. dice que es mi turno, pero yo me niego, y le respondo que primero ella. Ella que no y yo que sí, que ella... ¡Maldita sea...! Yo ya debo estar rojo como un tomate... Cuando voy a decir la Italia del Renacimiento es ella quien dice que le hubiera gustado vivir en el Paleolítico... Los cuatro le miramos esperando una continuación... J. no sabe muy bien por qué; quiere pensar que fue entonces cuando comenzó todo. Especialmente está interesada en las pinturas de las cuevas de Santillana del Mar... Aquí es L. quien arranca la risa del grupo, cuando le dice a su chica que seguro que le hubiera gustado encontrarse con él en cualquier cacería de cualquier bisonte, con su taparrabos correspondiente... Yo río, sí... Pero también tiemblo... Porque mierda... ¡es mi turno!
Supongo que por no haber tenido tiempo de buscar una respuesta convincente a la pregunta de por qué la Italia del Renacimiento, por los nervios, ¡qué sé yo...!, pero les suelto la bomba atómica. Todavía colea el buen ambiente que ha provocado las otras intervenciones cuando les digo que no hubiera gustado vivir en ninguna época, ni en esta ni en ninguna... Silencio. J. me pregunta si estoy bien. Pero no entro al juego de buscar una respuesta. Es una broma... rectifico, me hubiera gustado en la Italia del Renacimiento. Ya sabéis, me gusta tanto el arte...
Cioran llegó a mi vida en la adolescencia tardía. Fue el fertilizante ideal para una tierra propensa a la maldición. Nunca he creído que haber nacido es una suerte de bendición. Más bien todo lo contrario, una maldición. En cualquier caso, la tragedia es nacer; y no morir. La muerte propia no existe, así que solamente está capacitada para supurarme la angustia de este cuerpo que se sabe muerto, y, al tiempo, asume que nunca lo estará. Es otro de los inconvenientes [es lo que pensé cuando mi amiga habló de Cioran esta mañana] de haber nacido.
Cioran llegó a mi vida en la adolescencia tardía. Fue el fertilizante ideal para una tierra propensa a la maldición. Nunca he creído que haber nacido es una suerte de bendición. Más bien todo lo contrario, una maldición. En cualquier caso, la tragedia es nacer; y no morir. La muerte propia no existe, así que solamente está capacitada para supurarme la angustia de este cuerpo que se sabe muerto, y, al tiempo, asume que nunca lo estará. Es otro de los inconvenientes [es lo que pensé cuando mi amiga habló de Cioran esta mañana] de haber nacido.
Lo cierto es que sigo creyendo así, como de adolescente, con matices, eso sí, pero ocurre que conforme el tiempo te va atravesando uno va inventando no una sino varias opciones B. Supongo que todos y cada uno de nosotros tenemos nuestras italias del renacimiento: es la coraza necesaria para que el pánico no cunda ahí fuera. Coraza o crema cosmética, a fecha de hoy es imprescindible.
Suelo pensar que si llego a la vejez las respuestas incómodas me importarán menos. Ya no me asustará, por ejemplo, exponerme en exceso con las personas que quiera en ese momento. Y ya habrá llegado el tiempo de soportar el dolor de los demás escuchándote decir que nacer fue, además de un absurdo accidente, una auténtica tragedia.
Hace 2 años hice una autobiografía audiovisual en la que juego [y me enredo], precisamente, con la posibilidad de no haber nacido. Así lo escribo en los subtítulos:
Una infinidad de acontecimientos y combinaciones probables confluyen en una única posibilidad: mi nacimiento a las 00:40 del 21 de octubre de 1972. Si cualquiera de esos factores hubiera sido otro, yo nunca hubiera salido del limbo de los no nacidos. Lo mejor de contemplar la posibilidad de no haber nacido es sucumbir ante la idea embriagante de no haber muerto nunca. Esa es la idea de eternidad que no nos pertenece a los que hemos nacido.
Lo dicho, un inconveniente haber nacido, pero embriagante muchas veces, al fin y al cabo...