jueves, 30 de mayo de 2013

Inmersión abisal 14, "The Ominous" (Jacob, 2013)

domingo, 12 de mayo de 2013

Nosotros, los hombres ignífugos

Una pregunta recurrente en estos tiempos de crisis es por qué no hay una respuesta social contundente contra el orden establecido, una revuelta popular que subvierta esta estructura diabólica que nos tiene sometidos. Quienes nos hacemos esta pregunta sabemos que la amargura es la siguiente estación, cuando digerimos la carga de castración que llevamos a nuestras espaldas, al comprobar que uno mismo no tiene ni la fuerza ni la inventiva necesarias para, cuando menos, dar un golpe de rabia en la mesa y gritar “se acabó”. Quienes nos hacemos esta pregunta, además, sabemos que la respuesta es que no habrá acción común alguna que reviente esta maquinaria funesta que nosotros mismos hemos construido, a no ser que nos inmolemos en la acción destructiva. 

De momento, la frustración que sentimos cuando somos conscientes de que no estamos hechos de material inflamable, es la que nos provoca la indignación, que no es sino este sentimiento individual que volcamos contra nuestros gobernantes, acusándolos, precisamente, de todos los males que también nos aquejan a nosotros. De momento, solamente parece tener capacidad de reinar nuestra ceguera contemporánea, de nosotros los autodenominamos occidentales de países desarrollados, una ceguera que se regula en lo político por democracias más o menos solventes, y en lo económico, por eso que llamamos capitalismo de libre mercado, cuyas industrias nos prefieren “consumidos en la indignación” antes que “entregados al fuego”. Y cuando digo que nos prefiere, vale decir también que nos preferimos a nosotros mismos. 

Con la práctica revolucionaria de la mayoría cortocircuitada (y no hablo aquí de los que sí la llevan a la práctica, que los hay, despojados de esta gangrenante teoría que algunos hemos dejado que se nos costrifique en el cuerpo, de forma irremediablemente crónica), cabe preguntarse cómo hemos llegado hasta esta penosa situación de quietud y conformismo, que nos asola incluso en un contexto hostil casi inédito en los últimos cien años de historia. Podríamos hablar de un coma inducido. Pero, sea lo que sea…, ¿de dónde viene esta parálisis? ¿Porqué hemos elegido la muerte y no la vida? ¿Desde cuando la izquierda se ha dejado morir? 

Una respuesta, solamente una respuesta que late en un corazón donde laten infinidad de otros latidos, pero mejor que una respuesta habría que hablar de una señal, podría estar en la publicidad, que no es más que la cara visible de las industrias multinacionales que venden sus productos en las plataformas comunicativas de todo el mundo. Solemos pensar, porque así nos han enseñado a leer la publicidad, que los anuncios pretenden hacernos comprar tal o cuál producto. Y esto es, cuando menos, dudoso. Si nos fijamos en la publicidad televisiva, solamente se anuncian los productos de unas pocas empresas multinacionales, formadas a su vez por conglomerados interrelacionados y dependientes de la multinacional-matriz, que fabrican casi la totalidad de los productos que el Mercado pone, primero en las pantallas, y después en los escaparates. Mirada la publicidad así, no es cierto que haya libre competencia, porque dicho pronto y mal, todas las multinacionales venden un solo producto, ¿cuál?, nuestro “estilo de vida”. De esta forma, la publicidad no pretende persuadirnos de comprar tal o cual producto, sino que el Sistema en sí quiere mantenernos en la posición de obedientes consumidores. 

Da igual que tengamos un Ford o un Audi; lo importante es que tengamos un coche. La tarta se reparte con beneficios para todas las multinacionales que construyen coches. Y valga el ejemplo de los coches para todos los productos que nos enseñan en la publicidad, conformada ya como una institución privada transnacional que nos enseña a consumir y que nos construye como sujetos consumidores, y, a su vez, como objetos obedientes; o como cuerpos a través de los cuales circulan las mercancías en un sentido, y el dinero en el otro. ¿Hacía falta decir, a estas alturas del cuento, que la publicidad es una maquinaria de guerra ideológica? En vista de lo que está ocurriendo, parece que todavía es necesario realizar estas matizaciones. 

¿Es posible que visualicemos a las multinacionales como el enemigo a batir? ¿Os imagináis una respuesta social contra ese poder absolutista al que nos someten las empresas multinacionales? ¿Os imagináis, por ejemplo, “Rodea H&M” o “Rodea Movistar”, en lugar de “Rodea el Congreso”? Sobre este asunto, recuerdo del 15-M, movimiento que está a punto de celebrar su segundo aniversario, una fotografía que suelo citar: miles de indignados en la Puerta del Sol haciéndose fotos con sus teléfonos inteligentes para ponerlas en circulación por las redes sociales. La principal paradoja era que le pedían al Gobierno que no se sometiera a las directrices del Poder Económico, cuando todos ellos estaban cargados hasta los dientes de ese Poder Económico que le negaban a sus gobernantes: “No nos representan” gritaban. ¿Y quién nos representa?, pregunto yo. ¿Nosotros a nosotros mismos? ¿U Orange, Movistar y Vodafone? ¿O Facebook y Twitter? ¿O Bill Gates y el difunto Steve Jobs? La batalla está más que perdida.

En su momento, los medios de comunicación, especialmente la televisión, donde se publicitan los productos de las multinacionales, nos contaron que fenómenos como el 15-M surgieron gracias a las redes sociales, pero podemos dejar abierta la pregunta subvertida, solamente como ejercicio de contraprogramación televisiva: ¿pudieron surgir quizás a pesar de ellas? En términos globales, ¿no fue el 15-M una máquina publicitaria expendedora de eslóganes? Dos años después, la indignación es ya una mercancía más. Una mercancía que da réditos, quizás no económicos, pero sí sociales, en tanto que la inversión de ese capital de indignación provoca la ilusión de un cambio que es, precisamente, el que nos mantiene paralizados ante nuestras pantallas, a la espera. Solamente hay que mirar los muros de Facebook y de Twitter para que nos demos cuenta de qué forma hay transacciones de indignación, fotografías con mensaje, cargas verbales contra los gobernantes, etcétera, pequeñas mercancías que solamente provocan dos tipos de impulsos, o bien el “me gusta” o bien un pequeño comentario de apoyo.

¡Qué gran confusión! En estos tiempos de crisis todos disparamos al bulto, pero algo que me llama la atención es que muchos se cuidan de atacar la publicidad, y, por ende, de respetar a las multinacionales que la gestionan de forma oligopólica. La cosa de que este Poder Económico esté siendo respetado nos debería poner en alerta de que quizás sea una de las banderas de la reacción contrarrevolucionaria. Y contra ellas habría que cargar en primera instancia. Porque si lo que en realidad está en juego es el “estilo de vida”, lo cierto es que da la sensación de que es algo que muy pocos están dispuestos a ceder. Todo esto explicaría esta indignación que, como todos sabemos, es transitoria; cesará el día que se restablezca el “estilo de vida” que las multinacionales siguen vendiendo, sin ataques ni críticas que la cuestionen, en nuestras máquinas expendedoras de imágenes y palabras, de relatos, en definitiva, en cada momento, sin tregua. 

Para la consecución sistemática de sus objetivos, las multinacionales recurren a la misma forma de vendernos este “estilo de vida”. Se trata ya no de instaurarlo, fin que hace tiempo ya se ha conseguido; se trata, sobre todo, de mantenerlo, de que no decaiga el ánimo de nosotros, los consumidores. En este sentido, no es casualidad que la publicidad televisada haya renunciado hace tiempo al sonido ambiente. Haced el ejercicio de observar una pequeña muestra de, por ejemplo, diez anuncios. Comprobareis que no hay sonido ambiente. Las cosas así, los personajes y los objetos que los protagonizan se desenvuelven en entornos envasados al vacío, en escenarios donde nada se oye y todo se ve. La acción está desprovista de la vida que genera dicha acción. Esta muerte sonora alimenta de forma constante la esquizofrenia propia del sistema capitalista, unidad mínima ideológica que todos portamos. ¿Y por qué no nos rechina el mensaje publicitario? ¿Por qué digerimos como si tal cosa que mientras el contenido te incita a la vida, la forma está denotando la muerte misma? ¿Por qué ya estamos consumiendo nuestra vida como una vida imposible? Seguimos jugando a la seducción sexual inyectada sobre cuerpos castrados; o la transfusión de sangre sobre corazones ya detenidos; o, en resumen, a la incitación constante al cambio de hombres que ya somos ignífugos. 

Las empresas multinacionales nos quieren muertos, pero habría que matizar que muertos en un simulacro de muerte, porque si la vida que vivimos ya es simulacro, lo que termina con ella no tiene por menos que ser también un triste simulacro, una bastarda simulación. Para ello, las multinacionales y sus ejércitos de soldados creativos movilizan toda su artillería en la publicidad con el objeto de borrar los últimos vestigios de naturaleza que todavía resisten en nuestros cuerpos. ¡Quítate las arrugas! (a todos). ¡Ponte pelo! (a los hombres). ¡Quítatelo! (a las mujeres). ¡Renuncia a la vejez! (a todos) ¡Pierde peso! (a las mujeres). ¡Folla de cualquier manera y a cualquier precio! (a todos). Y un largo etcétera. El contenido publicitario es una incesante incitación a abandonar definitivamente la naturaleza, nuestros cuerpos, nuestra vida, nuestra sangre, nuestra muerte, para convertirlo todo en puro simulacro. 

En la interrelación entre forma y contenido está el mensaje de cualquier relato; de esta forma, el mensaje, es decir, la ideología que nos inyecta la publicidad es esquizoide, pero la toleramos, porque nuestros cuerpos ya están habitados por esa esquizofrenia radical que admite comprar vida para darle color a quien ya está muerto. Y desde ahí, desde ese coma inducido, nuestros cuerpos no arderán nunca. 

Volvamos al principio, para terminar. ¿Porqué no hay una respuesta social contundente contra el orden establecido, una revuelta popular que subvierta esta estructura diabólica que nos tiene sometidos? Quizás por que no sepamos quien es el enemigo de verdad. Rescato a George Orwell para que su frase “el enemigo te convencerá con una sonrisa en los labios” sentencie este texto a modo de epitafio, cuando, curiosamente, en la publicidad nunca muere nadie.

martes, 7 de mayo de 2013

Canciones para antes de una guerra (5) / "Demoler" (Das Kapital, 2013)

lunes, 6 de mayo de 2013

Inmersión abisal 13, "Ensemble Pearl" (Ensemble Pearl, 2013)