jueves, 8 de septiembre de 2011

Ataque-ContraAtaque / Plano-ContraPlano


Título del libro: En la cama con el enemigo
Subtítulo: Contra los políticos untados de petróleo, los empresarios que se benefician de las guerras y los medios de comunicación que los encubren
Autores: Amy Goodman y David Goodman
Texto copiado integramente de la página 34
*El único paréntesis del texto es un añadido mío.


Irónicamente, uno de los temas que estábamos cubriendo [los autores se refieren a un programa de Radio Pacífica, de Democracia Now!] mientras los aviones se estrellaban contra el World Trade Center era la relación que existía entre el 11 de septiembre - en este caso, el 11 de septiembre de 1973 -, y el terror. Fue ese día cuando Salvador Allende, que había sido elegido democráticamente líder de Chile, murió en el palacio presidencial en Santiago mientras el general Augusto Pinochet y el ejército chileno se hacían con el poder. Las fuerzas de Pinochet recibieron el apoyo del entonces presidente Richard Nixon y del secretario de Estado Henry Kissinger, y dispusieron de la ayuda financiera de dos grandes compañías multinacionales que operaban en Chile, Anaconda Copper e ITT, ambas con estrechos vínculos con la Administración republicana. Hacíamos ese programa porque habían salido a la luz documentos desclasificados que implicaban todavía más a Kissinger y Nixon en aquel golpe y en la subida al poder de Pinochet, quien dirigió un reinado de terror que duró diecisiete años.

Kissinger una vez comentó que no veía ninguna razón por la que a Chile debiera permitírsele "volverse marxista" simplemente porque "su gente es irresponsable". ¿El resultado? Como ha contado Peter Kornbluh, del Archivo de Seguridad Nacional, el invitado de nuestro programa aquel día, "Pinochet asesinó a más de tres mil cien chilenos, hizo desaparecer a mil cien y torturó y encarceló a muchos más. Clausuró el Congreso chileno, prohibió los partidos políticos, censuró la prensa y se hizo con el control de las universidades. A fuerza de decreto, pistola y descarga de electrodo, impuso una dictadura de diecisiete años que llegó a ser sinónima de abusos de los derechos humanos en casa y de atrocidades terroristas en el extranjero".

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Inmersión abisal 7 / El segon pis (Balago, 2004)

¿En qué clase de animal se está convirtiendo Tele 5?




Tele 5 se nutre a sí misma de sus propios contenidos. Ella misma se fabrica a sus personajes y ella misma los explota, exhibiéndolos como personajes de feria en cada uno de sus programas. La cadena entera ha ido asumiendo el modelo de su programa estrella, Gran Hermano, hasta convertirse en una gran casa donde la mayoría de personajes hacen de su vida una experiencia tele-realizada. No, a la cadena de Basile no le hace falta una realidad [externa] para interpretarla; ella misma se construye la suya [interna] con la que alimentarse a sí misma y dar de comer a su audiencia.

El hecho de no interpretar la realidad para convertirla en contenido, convierte a Tele 5 en otra cosa muy distinta a un medio de comunicación. Una de las funciones principales de un medio de comunicación es la de construir opinión pública; y lo único que hace Tele 5 con la opinión pública es neutralizarla. No se puede obviar que es la cadena de mayor audiencia en España, de la misma forma que no se puede obviar que la inmensa mayoría de españoles vota al PP y al PSOE. ¿Casualidad?, no, las casualidades solamente existen en los guiones de Almodovar.

Una de las excepciones, o cuando Tele 5 sale al exterior a mirar qué pasa y para cazar aquello que va a ofrecer a su audiencia, son sus informativos [por llamarlos de una manera que los identifique]. Aquí es donde nos dibuja una realidad hostil, desagradable, oscura, en un ejercicio innegable de sensacionalismo. Casi la mitad de las noticias suelen ser de sucesos; casi la otra mitad, de deportes; el resto, de política y de hechos absurdos... Tele 5, cuando fotografía el exterior, invita constantemente a su audiencia hacia el interior, hacia el repliegue, hacia la zona de seguridad, porque todo ahí afuera parece estar descomponiéndose. Y ni que decir tiene qué tipo de voto [conservador] activa ese mensaje sostenido de miedo...

Tele 5 es ya la viva imagen de su mentor Berlusconi, ese señor atrapado en su falla narcisista, incapaz de dejar de mirarse a sí mismo. Monumento al onanismo patológico, Berlusconi no puede fantasear con otro objeto que no sea él mismo. No hay vida más allá de Berlusconi, de la misma forma que cada vez hay menos vida más allá de Tele 5. Y no deberíamos olvidar que un país no se berlusconiza si previamente no se han berlusconizado sus medios.

Lo dicho, Tele 5 es una escolopendra comiéndose a sí misma...

domingo, 4 de septiembre de 2011

Spam y circo

La semana pasada vi los "MTV Video Music Awards 2011". Nunca antes los había visto, así que, cuando me topé con ellos en un ejercicio de zapping, me quedé, por curiosidad. Del espectáculo [porque, me guste o no, la cosa es espectacular] dos cosas me llamaron la atención: la religión y el racismo que emanaba de cada una de los hechos que tenían lugar en el show

La religión estaba presente en la mayoría de los discursos de los premiados [las gracias a Dios, a Jesús, a la familia, etcétera] y, también, en la descomunal puesta en escena, con un "altar" principal y con varias "capillas" auxiliares, donde se alternaban las actuaciones y las entregas de premios. Para más "inri", cuando Beyonce anunció su embarazo, parecía la mismísima virgen, que se señalaba la barriga sin presencia de macho alguno. No hay duda, Dios ve la MTV...

Admito que leer la MTV en parámetros religiosos pueda no ser más que un derrape subjetivo, pero con lo del racismo la cosa cambia. Y esto es precisamente lo que voy a tratar de explicar a continuación. Buena parte de las actuaciones estuvieron protagonizadas por negros, por negros raperos, para ser más exactos. Lo mismo podría decirse de los planos de los artistas invitados al evento, muchas veces compuestos por grupos de negros, de negros raperos, con sus gorras, sus cadenas de oro, sus gestos, y con su extroversión y "naturalidad" frente a las cámaras.

Aquí es preciso pararse a discernir qué tipos de negros salen en la televisión americana. Son muy pocos; un tipo es el ya citado, negros que salen en los shows de la MTV; otro, los jugadores de la NBA. Antes de citar el tercero y cuarto tipos de negros, habría que decir que estos dos primeros grupos corresponderían a un mismo estereoripo, el del negro que entretiene, de forma positiva, digamos. En el tercero entramos en el tipo negativo, el delincuente, el asesino y el habitante de cárceles y corredores de la muerte. Este tipo de negro es, quizás, el que más se consume en los hogares norteamericanos, a través de sus televisiones, y en formatos tanto de ficción como de información. El cuarto tipo de negro que se consume en los Estados Unidos es, desde 2008, Barack Obama, que sustituyó a Condoleezza Rice y Collin Powell.

Que los negros sean los protagonistas de las historias sería un detalle sin importancia de no ser porque el contraplano de esas historias lo conforman, paradójicamente, los blancos. Bastaba con mirar los planos del público de la gala de la MTV para ver una aplastante mayoría de blancos. Sí que había algún negro, de la misma forma que también había blancos entre los artistas invitados y los protagonistas de las actuaciones, pero en porcentajes muy inferiores. Que la mayoría de invitados al show fueran blancos da una pista más que fiable del espectador-tipo que consume el producto-MTV desde sus casas. Entonces, podría decirse que los negros son un producto de consumo televisivo de los blancos. ¿Sería excesivo llamarlo tele racismo? No sé, lo cierto es que el negro termina siendo consumido por un sujeto blanco. O, dicho de otra forma, la clase media blanca norteamericana quiere a lo negros, pero dentro de sus televisiones, en las imágenes, en condición de objetos...

¿Os habéis fijado en el público asistente a un partido de la NBA? Son en su mayoría blancos, que disfrutan del espectáculo que les regala una mayoría de negros sobre el parquet. Me pregunto si esta distribución que se genera [negros jugando, blancos mirando] únicamente tiene que ver con el filtro económico que provoca el coste de la entrada; también, si esta misma proporción se podría extrapolar a los domicilios particulares de los que ven la televisión en los Estados Unidos. No sé. Lo cierto es que la hegemonía del poder [a pesar de la anécdota del cuarto tipo, Barack Obama] sigue siendo blanca en Norteamérica, lo cual nos indica que la distribución es más un asunto de clases que un asunto económico; el económico derivaría de la supremacía ideológica de unos, los blancos, sobre los otros, los negros. Un clasismo blando si se quiere, pero clasismo al fin, que en el caso yanqui incluye el racismo ideológico en el que ha devenido la [no tan] vieja situación de esclavitud de la población negra por parte de la población blanca.

Un caso similar al de la NBA, pero relacionado al mundo del futbol, me llamó la atención hace unos años. Fue durante el Mundial de Alemania de 2006. La selección de fútbol de Ecuador estaba formada casi integramente por jugadores negros. Cuando la realización de los partidos nos llevaba hasta el público, hasta los seguidores ecuatorianos que se habían desplazado a Alemania para seguir el campeonato de su selección, todos, sin excepción, eran blancos. Entre el público no se encontraba ni siquiera el tipo de ecuatoriano que todos tenemos en el imaginario, el indígena. Después pregunté a un conocido mío, ecuatoriano, del tipo indígena, si sabía por qué ocurría esto. Me respondió que los negros de Ecuador son los más pobres del país, los que se amontonan en las ciudades costeras buscando los trabajos más ingratos. Ellos, los indígenas, conformarían una suerte de clase media, que es la única que tiene opción de desplazarse a otros países para trabajar, en vista de que en su país no pueden. Mientras, los blancos serían los ricos; en el caso de Ecuador, los descendientes de los españoles que no se han mezclado con las poblaciones autóctonas desde hace más de 500 años.

Los casos de Ecuador y de la NBA ejemplifican la distribución del capital a través del espectáculo deportivo, algo que en el caso de los shows de la MTV, se conforma a través del espectáculo musical o del entretenimiento.

Históricamente también el fútbol mundial se ha nutrido de la clase baja para construirse sus mitos. Pelé y Maradona, por ejemplo, provienen de las clases más bajas de sus respectivos países. En general, el fútbol ha sido un deporte de extrarradio, digamos, para entendernos [la excepción sería, curiosamente, Estados Unidos, en donde la mayoría de jugadores de fútbol provienen de la clase media blanca]. Y no sería exagerado afirmar que el fútbol, sobre todo en sus inicios [pero todavía también un poco ahora], fuera un deporte de muchachos que, gracias al futbol escaparon de su porvenir obrero, en el mejor de los casos, o de su porvenir delictivo, en el peor. Este ejemplo casa perfectamente con los negros que juegan en la NBA. ¿Dónde estarían de no haber sido jugadores de élite del baloncesto? O bien en la calle, o bien en la cárcel, o, en el mejor de los casos, rapeando en un show con público blanco.

No hay que olvidar que los antiguos gobernadores de los territorios romanos se intercambiaban a los gladiadores como cromos. También había mucho dinero de por medio, para pagar a las stars-system del momento. Los gladiadores habían sido esclavos y ahora servían como carne de espectáculo que consumían las clases dominantes. Hubieran acabado muertos de no haber sido por que fueron los elegidos para el show del momento. Los gladiadores, también, disfrutaban de la compañia de las mujeres más bellas del lugar, algo que sigue ocurriendo con los jugadores de élite de fútbol en Europa y de baloncesto en Estados Unidos. 

Spam y circo.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Música para un final

Los que me conocen saben que no creo en las historias, sobre todo porque casi siempre habita en todas ellas la imposición narrativa de quien las cuenta. Esta circunstancia me convierte, de una parte, en un lector o escuchador de historias que enseguida desagua la atención bajo la sospecha de estar siendo engañado y maltratado; y de otra, en un escritor o recitador de historias torpe, inseguro, trabado, y siempre disperso. 

Solamente cuando quien me cuenta la historia se antepone como sujeto manipulativo de su propia narración, hago el esfuerzo de mantener una mínima disposición asertiva hacia la historia que me está contando. Por eso me gusta el Godard más impertinente, porque la destrucción previa de la historia gracias a la preeminencia del sujeto que la cuenta es, sobre todo, un trabajo honesto que se hace con el espectador. 

Como ejemplo de esta tara comunicativa valga este mismo texto, que ha surgido de la necesidad misma de contar una pequeña historia y que, tal y como se lee, antes de contarla ya estoy presumiendo de la cautela de anteponerme [como sujeto que la cuenta] a los personajes que no tienen por menos que protagonizarla [como objetos que la sustentan]. 

No sé. Quizás esta dificultad se disfrace precisamente en el ejercicio de dotar de forma a un contenido y, muchas veces, en el eclipse total de la historia por parte de esa búsqueda de la forma; una labor que la mayoría de los contadores de historias realizan previamente a escondidas de los escuchadores; y también un atrevimiento del que, como es obvio, solamente los que no somos contadores de historias podemos presumir.

La historia ocurrió hace unos días, cuando estuve en el hospital visitando a un familiar enfermo. 

En el ascensor pulso el número 3, la planta donde están ingresados todos los enfermos del aparato digestivo. Cuando salgo, busco la habitación 318. Encontrar una habitación de hospital es fácil, más fácil incluso que encontrar una habitación de hotel, pero pocas veces he dejado de sentir ansiedad caminando por un pasillo de hospital. ¿Acaso no es un hospital uno de los peores lugares en los que perderse? Puedo imaginarme pocas situaciones tan embarazosas como introducirme en una habitación equivocada y encontrarme de frente con un enfermo ajeno, tumbado como media res en una cama, o peor aún, toparme con los familiares del enfermo, contagiados ya sin remedio del olor y la tristeza del lugar, sentados en el hastío de las esperas siempre demasiado largas, y listos para escrutarme sin misericordia alguna por haber cometido semejante imprudencia. Sí, en mi caso, toda fantasía localizada en un hospital no puede por menos que ser experimentada como una pesadilla.

Suele ocurrir que la ansiedad oscurece la visión, y enseguida uno se convierte en un sonámbulo ciego cuya única experiencia que le ancla a la realidad es el código de búsqueda que tiene en la cabeza, en mi caso la habitación 318. Seguramente, en el trayecto me cruzo con muchos enfermos, incluidos los dos cuya historia me ha arrancado este texto. Y suele ocurrir también que uno se despierta cuando el código se encuentra. Así ocurre.

A mi tío le han operado unos días atrás, según fuentes familiares, de una hernia que le ha estado estrangulando parte del intestino. Pero no está mejorando tal y como suele ocurrir en estos casos, me dice él mismo. Estamos un rato hablando. Él me pregunta por mi hijo y yo por sus nietos; él por mi trabajo y yo por su tiempo libre de jubilado; y otras cosas que se hablan en familia, hasta que entran un primo [el hijo del enfermo] y su mujer. Hablo también otro rato con ellos. Me preguntan por mi hijo y yo por los suyos; ellos por mi trabajo y yo por los suyos; y otras cosas que se hablan en familia. Después se acercan hasta donde mi tío y se ponen a hablar. Yo me alejo y me ubico justo en el quicio de la puerta. 

Desde allí observo el ir y venir de varios enfermos [el masculino aquí no es genérico] a través del pasillo, caminando con bolsas. El objeto-bolsa es un objeto-terror en el contexto-planta de hospital de enfermos del aparato digestivo. No sé cuanto tiempo estoy allí observándoles, pero como espectador tengo claro que me sitúo como el que observa a los personaje-zombis de "The walking dead". Mirándolos me pregunto dónde queda la dignidad de una persona que tiene una goma enchufada en el culo para echar mierda en el objeto-bolsa. Me imagino yo mismo en esa situación, y me siento entre triste y asqueado de pensarlo e imaginarme enfermo, dolorido, viejo y cansado. Y me acuerdo [porque ya entrado en barrena soy imparable en el drama] de Mario Monicelli, el director de cine que se suicidó hace unos meses, tirándose por la ventana de un hospital, aquejado de un cáncer terminal. Lo dicho, por supuesto que también me pongo en la piel de Monicelli y me pregunto qué habría hecho yo en su lugar, si dejarme morir o matarme yo mismo; aquí no me queda otra que sentir una impotencia indigerible, abismal y nauseabunda entre esas dos alternativas igualmente próximas, apabullantes e irreversibles.

Allí y en ese momento, solamente el drama que sigue, por ajeno, puede sacarme del mío personal. Son una anciana enferma y su compañero, igualmente viejo. Se acercan, a pasos muy cortos, y también muy lentos, desde el fondo del pasillo hacia donde yo estoy. Me fijo en ellos, seguramente porque ella es la primera mujer enferma que veo en esa planta de hombres y porque, además, no lleva el objeto-bolsa con ella. Cuando los tengo más cerca puedo ver que ella viene agarrándose, muy fuerte, a él. El vigor del agarre de esa mano, de ese brazo, al brazo del compañero, contrasta con la debilidad de sus pasos, la extrema delgadez de sus piernas y la fragilidad de su cuerpo. Cuando se ponen a mi altura les oigo hablar..., en alemán u holandés, digo yo, no sé. De primeras pienso que me hubiera gustado saber de qué hablan, pero enseguida sé que no hace falta, porque hay otro lenguaje, universal, cuyos primeros signos ya he entendido: el agarre de la anciana a su compañero y, también, ahora que los tengo a un metro, cuando he visto la mirada grave del anciano a su compañera, y la mirada sonriente y complaciente de la anciana a su compañero. No hace falta ningún lenguaje verbal: la historia, la suya, la que están viviendo en ese momento, ha quedado escrita ya.

Todavía impactado por el relato, me pregunto cómo habría filmado una historia así, tan minúscula como esa, y tan pesada al tiempo en términos dramáticos. Por supuesto que no habría movido la cámara en ningún momento: plano fijo con pasillo y listo. Enfermos yendo y viniendo, como secundarios. La pareja de ancianos, como protagonistas. Mis familiares, en fuera de campo... La luz, la última luz del día, que entra por la ventana del extremo opuesto del pasillo, le da a la escena el contraluz perfecto. Habría que forzar el blanco hasta quemarlo, quizás... Y poco más. 

Cuando la pareja de ancianos se da media vuelta y empieza a alejarse de la cámara imaginaria, el fabuloso contraluz deja en evidencia el pañal de la anciana por debajo de su bata... Y me pregunto si hubiera cabido introducir música a partir de este momento, mientras se alejan... Pero, ¿qué música?, ¿y para qué? Dramática hubiera sido redundante; alegre, patética. ¿Es preciso acompañar ese final con una banda sonora? ¿No es mejor dejar a los personajes solos, alejándose?

La pareja de ancianos se ha metido en su habitación. Ha desaparecido. Vagaron por un lugar de paso; se acercaron hasta la cámara, hasta donde los observaron, allí hicieron constar que estuvieron vivos, y se alejaron hasta desaparecer: un relato mínimo que podría haber sido filmado como la expresión concentrada de una vida entera.

De repente mi primo irrumpirá en la escena. Me costará salir de la película. Me dirá que él piensa que mi tío, su padre, seguramente tiene cáncer de colon, porque no es normal que después de la operación siga así. Yo no sabré qué decirle, porque todavía tendré los títulos de crédito en la cabeza. Después hablaremos de los objetos-bolsa. Él me dirá que no lo soportaría y yo le hablaré del suicidio de Monicelli. Entraré en la habitación, hablaré con mi tío y me despediré, pensando en una música para el final.

Y, de vuelta a casa, me preguntaré: ¿qué música?, ¿para qué?