miércoles, 11 de diciembre de 2013

Bella democracia, descansa en paz


Un formulismo manoseado, plástico y artificial (...) ¿Qué escondía tu envoltorio sino la ignorancia, el cinismo y la corrupción? (...) Tú, bella democracia, una bolsa de plástico preparada para transportar el miedo y la impotencia (...) Bella democracia: vieja, puta y enferma, maquillada igual que una jovencita vanidosa y podrida de cosméticos (...) Ya puedes morir tranquila y sola (...) Descansa en paz.

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[Atentado audiovisual de TERRORISMO DE AUTOR: canal de Youtube / perfil en Facebook / cuenta de Twitter]

viernes, 6 de diciembre de 2013

Esto no es un obituario de Nelson Mandela


Primero la biología. Nelson Mandela ha muerto. El hombre Nelson Mandela. Un anciano de 95 años. Con mujer, hijos y nietos. Un humano con la biología de cualquier otro humano, vísceras y bilis incluidas. Quizás en su vida tuvo alguna caries, tosió cuando se acatarró y de vez en cuando tuvo episodios aerofágicos, como tú y como yo. Un hombre. Solamente un hombre anciano, cuya muerte confirma la contundencia biológica que nos espera a todos, el cese definitivo de la vida.

Y de la biología a una biografía. Pero Nelson Mandela era más que un hombre. Porque no solamente ha muerto para sus familiares y amigos, sino que ha muerto para el mundo entero. Entonces, su último suspiro pone fin, además de a su biología orgánica, a la biografía de un animal político que luchó incansablemente por los derechos de la población negra de Sudáfrica. Un animal político que sacrificó 27 años de su vida en una cárcel, donde se le encerró por defender justicia e igualdad. Terrorista para unos y héroe para otros, Nelson Mandela salió de su encierro para terminar con el Apartheid y convertirse en el primer presidente negro de Sudáfrica. Luego recibió el premio Nobel de la Paz e incluso sus enemigos acérrimos terminaron por considerarle un héroe, un ejemplo de lucha y un hombre modelo. En definitiva, un hombre para la Historia. Una biografía.

Y del hombre al icono. O de la biografía a la hagiografía. Si las religiones necesitan erigir santos a partir de los cuales impartir sus doctrinas, el poder civil también los necesita y, además, con idéntico fin, para darnos lecciones a partir de las vidas ejemplares y el sacrificio de unos pocos que lucharon por el beneficio de unos muchos. Dos ejemplos, John Fitzgerald Kennedy y John Lennon. Iconos. Santos. Y ahora Nelson Mandela, donde su proceso de beatificación laica comenzó mucho antes de la consumación de su muerte.

Y del sujeto al objeto. O de la iconografía al consumo espectacular de los ídolos. Porque un santo se consume y su beatificación convierte al hombre modelo en una mercancía que circula a través de los creyentes. También Nelson Mandela ha trascendido la cosa propia de ser un icono, o un referente, para convertirse en fetiche de su propia mercancía, puesta en el mercado por el Poder mismo. Nelson Mandela ya es un objeto. No morirá nunca. Vivirá en nuestros corazones. Podremos verlo en los escaparates. Y podremos comprarlo en nuestros centros comerciales. Su ideología, su vida, sus valores, Nelson Mandela.


Y de la revolución peligrosa al enemigo asimilado. O de como cambia el paisaje y como reina la calma una vez que se han desactivado las bombas del terrorista. Con el ejercicio de convertirlo en ídolo de masas, en star-system mediático o en santo de nuestra devoción, el Poder no solamente desactiva a Nelson Mandela como agente subversivo, sino que, sobre todo, nos desactiva a nosotros, los consumidores, en este caso, del ídolo negro. Recordemos a ese otro ídolo de masas, el Che Guevara, otro libertador, comercializado por las multinacionales textiles. Camisetas, chapas y eslóganes circulan entre nosotros, fetiches revolucionarios donde la acción revolucionaria ha quedado denigrada en el mismo acto de comprar una mercancía. Cuando un joven se compra una camiseta con la imagen mítica del Che, sobre el eslogan "hasta la victoria siempre", no compra la victoria de ninguna revolución, sino la muerte del revolucionario que idolatra, y la muerte propia de su ímpetu subversivo. Así es como nos vencen y convencen las fuerzas contrarrevolucionarias.

Y de los escaparates de moda a las pantallas de los medios. Todo el mundo ha sentido la muerte de Nelson Mandela. La conmoción y la tristeza han circulado por las redes sociales. Fotografías del ídolo de masas, sus frases míticas, referencias a África, etcétera, han sido contenedores de "Me gusta" y de comentarios de consternación en Facebook; y de tweet y retweets hasta el trending topic mundial en Tweeter. La inmensa mayoría de los medios de comunicación del mundo, progresistas y conservadores, han titulado a lo grande la noticia de su muerte, medios que, por otra parte, son los catalizadores del racismo emergente en estos tiempos de crisis. Es el Gran Consenso Mundial, que alimenta la ilusión de una Aldea Global, en la consumación orgiástica de un sentimiento colectivo casi sin fisuras. Todos a una. De todos los países (la ilusión de los ciudadanos de un lugar llamado mundo). De todas las clases (la ilusión de las multinacionales). Y de todas las ideologías (la ilusión de los fascistas). Porque los ídolos de masas no conocen de targets específicos: son consumidos por la inmensa mayoría. 

Y del protagonismo de Mandela a la invisibilización de Sudáfrica. Teniendo un héroe que consumir, ya no nos hace falta su objeto de lucha, en este caso Sudáfrica, el país que lideró Nelson Mandela. Es curioso como los medios de comunicación, y es la historia que se cree el target universal que consume al ídolo, trazan la historia meritoria del héroe argumentando medias verdades e incluso falsedades. Ayer "El País" titulaba su muerte como la de un hombre que liberó a Sudáfrica del racismo del Apartheid. Media verdad, porque el Apartheid sí fue superado, pero la consecución de derechos para la población negra sudafricana fue el estadio anterior al racismo, que se mantiene intacto en nuestros días. Durante el Apartheid no había racismo, había esclavitud, y había falta de derechos fundamentales. Un ejemplo similar es la consecución de derechos civiles de la población negra de Estados Unidos, en la década de los 60. Primero hubo esclavitud y explotación, después segregación y sometimiento, y finalmente, en la situación actual, hay racismo y tolerancia, no más que la lógica capitalista ante los casos de igualdad legal. Y de las medias verdades a la mentira absoluta: Mandela no llevó la normalización política y social a Sudáfrica. Por dos razones, primero, porque en Sudáfrica no hay normalización entre las dos comunidades raciales que coexisten, que sí se toleran, cierto, pero con episodios de racismo que circula en ambos sentidos y, segundo, porque la minoría blanca sigue manejando el monopolio económico y financiero del país, en detrimento de la mayoría abrumadora negra. En resumen, que el poder sigue estando del mismo lado. Esta afirmación, no confundirse, no dispara contra Nelson Mandela, al que yo, efectivamente, considero un referente, y cuya lucha revolucionaria considero ejemplar, sino contra el relato infectado de ficción de un héroe, cuya venta trata de neutralizar la lucha que todavía queda pendiente, en este caso de Sudáfrica, una vez que su libertador ha sido asimilado por el poder contra el que luchó.

Y de la sonrisa de Mandela a la vida de los sudafricanos. Los relatos que consumimos de nuestros héroes toleran muy mal la presencia de coprotagonismos. Porque en nuestras ficciones solamente cabe un ídolo. Desde Moisés liderando a los judíos hasta Messi liderando al barcelonismo, la construcción de héroes solamente puede ser digerido por los espectadores o lectores como un trasunto individual, con toda la narrativa puesta al servicio de un solo personaje, en un ejercicio que ningunea al colectivo, al grupo, al pueblo, personas cuya presencia, actividad y acción son igualmente importantes y complementarias a la lucha y mérito del héroe. En este caso, hablo de los sudafricanos y sudafricanas, blancos y negros, pero, sobre todo, negros y negras, que han luchado y siguen luchando por la igualdad real desde el anonimato y en la cotidianidad, fuera de los despachos de los grandes organismos oficiales donde han construido al héroe Nelson Mandela. Hablo del fuera de campo, claro, donde los medios de comunicación no encuadran ni enfocan y donde nosotros ya no queremos ni mirar.

El obituario. Dicho esto, que la tierra le sea leve a Nelson Mandela. Que Nelson Mandela, hombre, revolucionario y luchador, descanse en paz.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

El liberalismo mágico


Yo soy el político neoliberal. Me gusta ir a las fiestas del Banco Central. Vuela la cocaína por los despachos del Capital. Vótenme porque mi rumba está buena. (bis). Yo hago lobby, lobby, lobby, lobby... Lo vi robar, lo vi robar, yo lo vi robar (bis). Sarkozy-kozy-kozy. Sarkozy-cosí-cosá. El final de campaña siempre es lo mejor (bis). Barbacoa en la ONU. Caracoles en la UNESCO. Vótenme porque mi rumba está buena. Vótenme, vótenme, vótenme, vótenme (x4). Yo soy el político neoliberal. Me gusta ir a las fiestas del Banco Central. Vótenme, vótenme, vótenme, vótenme (x5).

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["El político Neoliberal", Pony Bravo, 2013. Joya encontrada en Contraindicaciones.]

lunes, 2 de diciembre de 2013

Contra la babosidad multicultural (...) y otros exhibicionismos de la bondad


NOTA: Lo que sigue es el texto íntegro de una entrada reciente que el antropólogo Manuel Delgado ha publicado en su blog "El cor de les aparences", titulada "Contra la babosidad multicultural..."

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Me preocupa la importancia que para mí tiene el pensamiento de Nietzsche. En teoría, no me sería propio, puesto que este hombre encarna la expresión más letal de los que Luckàcs llamaba "el asalto a la razón", en cambio, ¡tenía y tiene razón en tantas cosas!

Por ejemplo, todo lo que cuando he podido y donde me han dejado he dicho sobre el multiculturalismo, la importancia de "comprender al otro", las constantes llamadas al virtuosismo que implica la "educación a la ciudadanía"... Detesto profundamente lo que podríamos llamar el rollo "multiculti", esa ideología meliflua, afectada e hipócrita de gente satisfecha de clase media que se cree que puede distribuir lecciones de ética desde su falso compromiso con los "inmigrantes" y las gentes de "otras culturas". Es lo que me permitiría llamar el "manucheismo", esa forma contemporánea de exhibicionismo de la bondad, no muy diferente de la que ostentan los animalistas con su "amor por los animales".

Todo eso me recuerda tanto la denuncia feroz de Nietzsche contra toda teoría de los valores, en la que no hay más que el molde para nuevos conformismo y nuevas sumisiones. Toda la genealogía nietzscheniana es, en ese sentido, geneología de los valores, es decir arqueología de los argumentos que protegen e inmunizan lo dado por supuesto de la crítica. En concreto, esa pieza fundamental de la filosofía “a martillazos” de Nietzsche que es es El Anticristo, se conforma toda ella como un desenmascaramiento de las distintas formas aplicadas del “buen corazón”, esa especie de salivilla repulsiva que se escapa de la comisura de los labios de los exhibicionistas de la bondad, que afirman combatir la miseria ajena pero que hacen lo posible por conservarla y multiplicarla, puesto que al fin y al cabo viven de y por ella. Nada más malsano, nos dirá Nietzsche, que ese culto a la pobreza y al fracaso que hay tras la misericordia cristiana, cuya variante laica actual sería lo que algunos etiquetan con el eufemismo “solidaridad”.

Nietzsche -cita el Anticristo- despreciaba “aquella tolerancia que todo lo ‘perdona’ porque todo lo ‘entiende’” “¡Antes vivir en medio del hielo que en medio de las virtudes modernas y otros vientos del sur!”, dice en la primera páginas del libro. Creo que las cosas no han cambiado demasiado. No me digas que no. Hoy, peores que los racistas son los virtuosos del diálogo entre culturas, de la cooperación entre pueblos, los cultivadores afectados de la “apertura al otro”, todos aquellos que se refugian en ciertas ONGs dedicadas a suplantar a los humillados.

De la actual tolerancia humanitarista Nietzsche podría decir lo mismo que de aquella que le tocó contemplar en su tiempo y denunciar en El Anticristo: que para ella “abolir cualquier situación de miseria iba en contra de su más profunda utilidad, ella ha vivido de situaciones de miseria, ha creado situaciones de miseria con el fin de eternizarse”.

Me da asco. El racismo es hoy, en efecto, ante todo “tolerante”. La explotación, la exclusión, el acoso..., todo eso aparece hoy disimulado bajo melifluas invocaciones a las nuevas palabras mágicas con que calmar la rabia y la pasión –diálogo, diversidad, solidaridad...–, en liturgias en que los nuevos déspotas pueden exhibir su generosidad. Vigencia absoluta, por tanto, del desprecio de Nietzsche hacia esa babosidad cristianoide que ama revolcarse en la resignación y la mentira y que no es más que falso compromiso o compromiso cobarde. Porque ese discurso multicultural que proclama respeto y comprensión no es más que pura catequesis al servicio del Dios de la pobreza, de la desesperación, de la cochambre; demagogia que elogia la diversidad luego de haber desactivado su capacidad cuestionadora, de haberla sustraído de la vida.


domingo, 1 de diciembre de 2013

El discurso de los gobernantes que no hemos derrocado


El discurso de los gobernantes que no hemos derrocado empieza a ser el de la salida de la crisis. 

Nosotros, los gobernados, todavía con la inercia de la indignación de diseño que nos han inoculado a lo largo de estos últimos cinco años, a partir de chutes muy bien dosificados de eslóganes publicitarios (no hay pan para tanto chorizo, etcétera), cuando escuchamos a los gobernantes que no hemos derrocado decir que ya estamos saliendo de la crisis, de primeras, nos indignamos, nos ponemos a la defensiva, mitad incrédulos, mitad hartos, pero, a poco que dejamos evaporarse esa indignación impuesta y queda al descubierto lo que en realidad somos, hombres ignífugos al servicio del Poder, fantaseamos con la llegada del nuevo tiempo, que nos devuelva a nuestra condición original de animales carroñeros. 

Porque lo que nos ha indignado ha sido haber sido durante este tiempo la carne carroñera que otros animales han mordisqueado. Nosotros somos los capitalistas y a nosotros nos corresponde hacer jirones la carne de los demás, como ocurrió antes de la crisis. Porque nosotros somos la clase media y queremos seguir explotando a la clase baja autóctona y extranjera, para seguir conservando nuestro estilo de vida de educación concertada para nuestros hijos y de sanidad privada familiar para cuando sea necesario. Y porque vivimos en un país industrialmente desarrollado y queremos seguir pisoteando las economías del Sur, mediante la actividad vampírica de nuestras multinacionales.

Por eso no hemos derrocado a los gobernantes que ahora nos dicen que ya estamos saliendo de la crisis.

¡Buen provecho, amigos!