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domingo, 2 de marzo de 2014

Una canción de 1983, treinta años después

Esta historia empieza mucho antes del verano de 1988, que es el año en el que yo escucho por primera vez aquella canción. Exactamente comienza veinte años antes, en la década de los 60, cuando mi madre es la sirvienta en la casa de una familia burguesa de Ávila. Además de las labores propias de la cocina y la limpieza y el orden del hogar, mi madre cría a la niña pequeña de la familia. Cuando mi madre se casa emigra con mi padre a una gran ciudad, a principios de los años 70, en busca de trabajo. La 'niña' entonces es ya una joven, pero ambas, ella y mi madre, continúan alimentando el vínculo emocional que una vez las unió, hablan por teléfono y se ven de vez en cuando. Al fin y al cabo, tampoco es mucha la diferencia de edad entre ambas, porque cuando mi madre entra a servir en aquella casa tiene catorce años, momento en el cual la niña cuenta con cuatro. Recuerdo que cada verano de mi infancia, cuando vamos en familia al pueblo de mi madre, que está a unos veinte kilómetros de la ciudad de Ávila, ella dedica un día a visitar a la familia a la que ha servido y a su vuelta nos cuenta los episodios más significativos de la 'niña' y de la familia.

La 'niña', ya adulta, se casa un año de esos, a principios de los 80, con un periodista musical que trabaja en Radio Nacional de España. Y en el verano del 88, lo recuerdo porque ese mismo año, en enero, ha muerto mi padre, mi madre viene de la visita de rigor con un regalo para mí, una cinta de cassette. Es un regalo del marido periodista de la 'niña', que, según me dice mi madre que le ha dicho él, como yo tengo entonces catorce años, seguro que me gusta la música que él ha seleccionado en la cinta. 'Pop-rock de los 80' recuerdo que pone, con letras mayúsculas, en el canto de la caja de plástico, y en cuyo reverso señala que hay canciones de grupos como Radio Futura, Golpes Bajos, Siniestro Total, que son los tres grupos que recuerdo que sí hay, entre otros de la época. Luego pongo la cinta en el walkman y le doy al play, pero no hay nada de pop-rock: el marido periodista de la 'niña' se ha equivocado y ha metido otra cinta de cassette en la caja de 'Pop-rock de los 80'. Lo que hay es 'música rara', con mucho piano, con algunos violines, con voces de coros, a veces... Pero no es música clásica, el sonido es mucho más sintético que orgánico. ¿Qué tal la cinta que te ha grabado 'fulano'?, me debe preguntar mi madre. Bien, le debo responder, sin desvelar que se ha equivocado; es un regalo y yo no quiero poner a 'fulano' en evidencia.

Aquella música sintética me impacta. Es una música que puede ser la banda sonora de muchas historias. Y aquel verano es la banda sonora de mi verano en el pueblo de mi madre. Sobre todo es la cuarta canción la que me gusta desde el principio, con un ritmo medio de piano que se rompe al poco tiempo con más piano y con la entrada después de un teclado que imita el sonido de un violín. La cinta errónea no tiene ningún tipo de identificación: por el estilo, todas las canciones son del mismo músico, y deben pertenecer a un mismo álbum. Ni sé las veces que escucho aquella música, y especialmente aquella cuarta canción, durante aquel verano, en la soledad de la escucha silenciosa a través de los auriculares del walkman, mañanas, tardes y noches. Una obsesión de adolescencia, aquella cuarta canción, que tarareo en ratos muertos, que llego a saberme de memoria, de las veces que la escucho. Es, quizás, la primera vez que escucho música, quiero decir, la música por la música, sin que se accione el filtro de la autoría o del estilo, que tantas veces me han determinado a la hora de escuchar música, sobre todo en este tiempo de juventud. Y la hubiera escuchado cientos, quizás miles de veces más, aquella cuarta canción, si el walkman no se hubiera tragado la cinta.

Me siento huérfano de aquella cuarta canción, con la rotura de la cinta, pero la conservo casi intacta en la memoria, de las veces que la he escuchado, y me alivio. Y la recupero, durante aquel verano, todavía cuantas veces quiero, y también cuantas veces quiere venir ella sola a mis canturreos. Es mi canción de 1988, mi obsesión, vivida en silencio, como se viven las cosas cuando tienes catorce años y el mundo te parece una indigerible montaña de mierda que va a subir su puta madre

Pero aquella cuarta canción se va yendo cuando ese mismo año ya empiezan las clases, se me muere en la cabeza, a cachos, primero logro recuperarlos, pero cada vez con mayor esfuerzo, confundo partes, se amontonan los distintos ritmos. Aquella cuarta canción se llena primero de ruido y después de silencio. Y la pierdo, al principio casi del todo. Al cabo de unos meses, solamente puedo retener el principio de aquella cuarta canción, hasta que llega el segundo cambio de ritmo de los pianos, una vez que ya han entrado los violines. Después de ese momento, la canción muere una y otra vez en el esfuerzo por canturrearla. Y la pierdo, después del todo. La canción muere en pocos meses después de haberla dejado de escuchar.

Recuerdo el dolor de la pérdida, un recuerdo físico, de pena, de rabia. Me angustia pensar que no la volveré a escuchar nunca. Y, sobre todo, me aplasta la frustración de no tener ningún elemento de búsqueda, para recuperarla. Y la doy por perdida. La canción está muerta hasta que se me aparece a finales de 1993, en la sala de cine donde veo "El piano". Los primeros acordes de la famosa pieza de su banda sonora me pone los pelos de punta, tanto que me despista de la acción de la historia, porque aquella cuarta canción ha vuelto, desde lugares remotos de mi memoria, pero ha vuelto difusa, raquítica y con un aire de irrealidad, como un fantasma. El fantasma de aquella cuarta canción.


Luego sé, porque lo leo en los créditos de la película de Jane Campion, que el autor de la banda sonora es Michael Nyman y que la canción cuyo estilo y cuyo aire me han traído el fantasma de aquella cuarta canción se titula 'The heart asks pleasure first'. Michael Nyman, Michael Nyman, memorizo. Puede ser el autor de las canciones de aquella cassette, y con esa esperanza salgo del cine. Unos días después voy a una tienda de discos y pregunto por Michael Nyman. Solamente tienen la banda sonora de "El piano", en la sección de 'Bandas sonoras', ningún disco más de Michael Nyman. Como encontrar una aguja en un pajar, pienso, imposible recuperar aquella cuarta canción, imposible volver a escucharla. Imposible.

Sin embargo, reanudo la búsqueda a finales de los 90, con la irrupción de Internet. Indago en la discografía de Michael Nyman pero no encuentro aquella cuarta canción. La búsqueda me aporta, sin embargo, otra pista, la etiqueta que describe su música es la de 'música minimalista'. Así que continuo la investigación por ahí, escuchando música minimalista en los ratos muertos, buscándola a ella, en una búsqueda que resulta siempre infructuosa.

Después, en 2003, llega otra película, 'Las horas', en cuya proyección el fantasma de aquella cuarta canción vuelve a aparecerse. Todavía más difusa, más raquítica y de aire más irreal. Otra búsqueda, entonces, pero más cansado, sin esperanza, a partir de las ramificaciones nuevas abiertas por Philip Glass, cuyo nombre conozco aquella noche. Pero nada. Solamente el drama. 


Me había cansado de buscarla. Y la tengo que enterrar. Y de aquella cuarta canción ya no hay ni restos fósiles en mi memoria. ¡Cómo para sospechar que habría de encontrarla diez años después!

La historia terminará aquí, hace poco más de una semana, cuando lea el titular de una de las noticias de portada de Menéame (Un vídeo muestra la crudeza de "Petra" desde el aire) y la información que describa el material audiovisual (El fotógrafo Philip Plisson registró desde un helicóptero los efectos de la ciclogénesis que afectó a Galicia y al Cantábrico a primeros de febrero y que dejó rachas de viento superiores a 152 Km/h). Y clicaré en el enlace. Y sobre las imágenes de la descomunal fuerza del mar Cantábrico empezará a sonar aquella cuarta canción. Y estaré a punto de llorar cuando vuelva a escucharla de nuevo, después de tantos años.

Debajo de la ventana donde se muestran las imágenes, en la parte derecha, estará la opción de comprar la canción en 'itunes'. Ahí sabré su nombre. Y su autor. Cuando la emoción me deje pensar pensaré que un accidente me había traído esta canción y que un accidente me la había arrebatado y que un accidente me la había vuelto a traer. Ni sé las veces que la escucharé cuando la encuentre, dentro de poco más de una semana. La gozaré en conciertos grabados y en diversos videoclips que hay colgados en la red. Pensaré, 'ahora nunca dejaré que se vaya'. Pensaré, 'ya no habrá más accidentes'.

Y teclearé su título, 'Struggle for pleasure', al final de la historia que escribiré aquí, en el Blog Abisal. También escribiré el nombre de su autor, Wim Mertens. Y cerraré ese último párrafo con el nombre de la historia, una canción de 1983, treinta años después. 

Play.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

El liberalismo mágico


Yo soy el político neoliberal. Me gusta ir a las fiestas del Banco Central. Vuela la cocaína por los despachos del Capital. Vótenme porque mi rumba está buena. (bis). Yo hago lobby, lobby, lobby, lobby... Lo vi robar, lo vi robar, yo lo vi robar (bis). Sarkozy-kozy-kozy. Sarkozy-cosí-cosá. El final de campaña siempre es lo mejor (bis). Barbacoa en la ONU. Caracoles en la UNESCO. Vótenme porque mi rumba está buena. Vótenme, vótenme, vótenme, vótenme (x4). Yo soy el político neoliberal. Me gusta ir a las fiestas del Banco Central. Vótenme, vótenme, vótenme, vótenme (x5).

Play.

["El político Neoliberal", Pony Bravo, 2013. Joya encontrada en Contraindicaciones.]

martes, 26 de noviembre de 2013

Canciones para antes de una guerra (8) / "Ingràvid" (Balago, 2013)

lunes, 28 de octubre de 2013

Lou Reed (1942 - 2013) y yo (1972 - ¿?)

Waldo Jeffers había alcanzado su límite. Era mediados de agosto, lo que significaba que se había separado de Marsha hace más de dos meses ya. Dos meses y lo único que podía lucir eran tres cartas y dos costosas llamadas de larga distancia. Cierto, cuando el colegio acabó y ella volvió a Wisconsin y él a Locust, Pennsylvania, habían prometido concederse cierta fidelidad. Ella saldría de citas a veces, pero como una mera distracción. Se mantendría fiel.

Pero últimamente Waldo había empezado a preocuparse. Tenía problemas para conciliar sueño y, cuando lo lograba, tenía horribles pesadillas. Se quedaba despierto de noche, gimiendo y sacudiéndose bajo su colcha; lágrimas cayendo de sus ojos mientras imaginaba a Marsha y sus votos de fidelidad sobreseídos por el alcohol y el suave jadeo de algún neandertal, rindiéndose finalmente a las caricias del abandono sexual. Era más de lo que una mente humana podía soportar. Imágenes de la infidelidad de Marsha lo acosaban. Pensamientos diurnos sobre su abandono sexual permeaban su mente. Y el asunto era que nadie entendería cómo se sentía Marsha. Sólo Waldo podía entenderlo. Había escarbado en cada rincón y hendidura de su mente. Él la hacía sonreír. Y ella lo necesitaba, pero él no estaba ahí.


La idea vino el jueves antes que el Desfile de los Mummers fuera agendada. Había recién acabado de podar el césped de los Edelsons por un dólar con cincuenta y fue a revisar su buzón para ver si había algo de Marsha. No había más que una circular de la Compañía de Aluminio Forjado de Estados Unidos, inquiriendo sobre sus propios intereses. Al menos ellos se dignaban a escribirle. Era una compañía neoyorkina. “Puedes llegar a cualquier lugar con el correo”. Entonces se le ocurrió. Cierto, no tenía dinero suficiente para ir a Wisconsin en la manera convencional, ¿pero por qué no enviarse por correo? Era absurdamente sencillo. Se enviaría por correo como entrega especial.


Al día siguiente Waldo fue al supermercado a conseguir todo el equipamiento necesario. Compró masking tape, una corchetera y una caja mediana precisa para alguien de su contextura, juzgando con un mínimo de esfuerzo como para viajar relativamente cómodo. Un par de agujeros para respirar, un poco de agua, tal vez algunos tentempiés de medianoche, y probablemente viajaría tan cómodo como en Clase Turista.


La tarde del viernes Waldo ya estaba listo. Se había embalado a sí mismo y el empleado de correos había quedado de recogerlo a las tres en punto. Rotuló el paquete como “Frágil” y se acurrucó dentro de la caja, descansando en un cojín de espuma que había considerado muy prudentemente. Trató de imaginar el rostro de Marsha mientras abría la puerta, veía el paquete, le daba su propina al repartidor y luego abría la caja para ver finalmente a Waldo ahí mismo en persona. Se besarían y tal vez luego podrían ver una película. Si sólo se le hubiera ocurrido antes. De pronto, un par de manos toscas tomaron el paquete. Cayó con un ruido sordo en un camión y partió.

Marsha Bronson recién terminaba de arreglarse el cabello. Había sido un fin de semana duro. No recordaba haber bebido tanto. Bill había sido amable al respecto, sin embargo. Después que todo hubo terminado le dijo que aún la respetaba y que, después de todo, era naturalmente lo esperable de las cosas, y si bien no la amaba, sí sentía un afecto especial por ella. Pero que después de todo eran adultos racionales. Oh, Bill podría enseñarle a Waldo. Pero eso parece de hace muchos años atrás.


Sheila Klein, su mejor e íntima amiga, atravesó la puerta mosquitera y entró a la cocina. “Conchesumadre, qué cursi está afuera“. “Te creo. Me siento mamona”. Marsha apretó el cinturón de seda de su vestón de algodón. Sheila deslizó sus dedos sobre algunos granos de sal sobre la mesa, lamió su dedo e hizo una mueca. “Se supone que tengo que tomar estas píldoras de sal, pero –frunció su nariz- me dan ganas de vomitar”. Marsha empezó a acariciarse bajo la barbilla, un ejercicio que había visto en televisión. “Ni me habli de eso”. Se incorporó y fue hasta el fregadero, donde recogió una botellita con vitaminas rosadas y azules. “¿Queri una? Se supone que son más ricas que un bistec”, y luego trató de tocar sus rodillas. “No pienso volver a tocar un daiquiri por el resto de mi vida”. Se rindió y volvió a sentarse, esta vez más próxima a la mesita del teléfono. “En volá Bill llama”, dijo a Sheila. Ésta se mordisqueó una cutícula. “Después de anoche, pensé que ibai a haber terminado con él”. “Sí, sí sé a lo que te referi. Hueón, era como un gato de espaldas, defendiéndose con uñas y dientes”. Hizo el gesto, levantando sus brazos en señal de defensa. “La hueá es que, después de un rato, una se aburre de pelear con él. Y después de todo, no hice nada ni el viernes ni el sábado, así que como que le debía una. Tú cachai”. Empezó a rascarse. Sheila río, cubriéndose la boca con su mano. “Cacha que a mí me pasó algo parecido, y después de un rato –entonces se inclinó hacia adelante y dijo en un murmuro- como que quería”, y ahora reía escandalosamente.


Fue en ese momento que el señor Jameson de la Oficina Postal Clarence Darrow tocó el timbre. Cuando Marsha Bronson abrió la puerta, éste la ayudó a cargar el paquete. Hizo firmar sus papeles amarillo y verde y se fue con la propina de quince centavos que Marsha le había robado a su madre de su monedero beige. “¿Qué crei que sea?”, preguntó Sheila. Marsha permaneció con los brazos flectados tras su espalda y miró la caja de cartón café que yacía en el medio de su living. “Ni idea”.


Dentro de ella, Waldo temblaba de expectación al escuchar las voces sordas. Sheila deslizó su uña sobre el masking tape que recorría el medio de la caja. “¿Por qué no te fijai en el remitente y vei de quién es?”. Waldo sentía su corazón palpitando. Podía sentir los pasos vibrar. Sería pronto…


Marsha caminó alrededor de la caja y leyó su rótulo. “¡Hueón, es de Waldo!”. “Ese tarado…”, replicó Sheila. Waldo tiritó de nervios. “Bueno, igual deberiai abrirlo”, dijo Sheila y ambas intentaron abrir la tapa. “Aaaah”, gimió Marsha, “debe haberla engrapado”. Volvieron a tironear de la tapa. “¡Conchesumadre, se necesita un taladro pa’ abrir esta hueá!”. Volvieron a tirar. “No se puede abrir ni un poco”. Ambas permanecieron de pie, exhalando fuertemente. “¿Por qué no consegui unas tijeras?”, dijo Sheila. Marsha corrió hacia la cocina, pero lo único que encontró fueron un par de tijeras de bordado. Entonces recordó que su padre conservaba una colección de herramientas en el sótano. Bajó al sótano y cuando volvió, llevaba en sus manos un serrucho. “Es lo mejor que encontré”, dijo sin aliento. “Toma. Ábrelo tú. Yo me voy a morir”, y se hundió en un sillón mullido, exhalando ruidosamente. Sheila trató de hacer un espacio entre el masking tape y el cartón de la tapa, pero la hoja del serrucho era demasiado ancha y no cabía. “¡Por la chucha, esta hueá!”, dijo exasperada. Y luego sonriendo, “tengo una idea”. “¿Qué cosa?”, dijo Marsha. “Tú mira”, dijo Sheila, tocándose la frente con un dedo.


Dentro de la caja, Waldo estaba tan asfixiado por la excitación que difícilmente podía respirar. Su piel se sentía sensible por el calor y podía sentir su corazón palpitando en su garganta. Sería pronto. Sheila se paró y caminó alrededor de la caja. Luego se puso en cuclillas, sosteniendo el serrucho, inspiró profundamente y sumergió la hoja a través del paquete, a través del masking tape, a través del cartón, a través de la espuma y justo a través de la cabeza de Waldo Jeffers, que se partió ligeramente e hizo brotar suave y rítmicamente pequeños arcos rojos al sol de la mañana.



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"The Gift" es un cuento de Lou Reed (la traducción es un poco de esas maneras, copiada de un sitio, pero sirve para hacerse una idea...) que se incluyó (PISTA_2) en el "White light / White Heat", segundo disco de "The Velvet Underground", 1968. 

La narración, en voz de John Cale, entra únicamente por el canal izquierdo del audio, mientras que la música, lo hace por el derecho. Disociación salvaje entre el contenido verbal, recitado, de un lado, y el contenido musical, casi improvisado, de otro. 

Nada más. Pruébese. Es mierda de la buena, sin cortar. PLAY. Y que la tierra te sea leve, Lou...

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miércoles, 18 de septiembre de 2013

Canciones para antes de una guerra (6) / "Híbakúsja" (Ben Frost, 2009)

martes, 30 de julio de 2013

La última canción

Todas las madrugadas entre el sábado y el domingo, a eso de las siete, el pinchadiscos del Agujero Negro ponía la canción "The last song", de Trisomie 21. Todas las madrugadas, sin excepción. Era el cierre, la muerte, de la noche, y de esta forma vivíamos ese momento señalado, ese ritual, esa incansable repetición, los que allí estuvimos todas esas madrugadas entre el sábado y el domingo en el Agujero Negro. A pesar del cansancio de tantas horas allí encerrados, la entrega al baile era total. De todos y todas. Sin excepción.

No he conocido nunca un nombre mejor elegido para un local que el Agujero Negro. La oscuridad dentro era absoluta. Recuerdo que los camareros tenían una pequeña lamparita junto a la caja registradora, donde controlaban el dinero y los cambios de las consumiciones. El garito tenía doble puerta de entrada, así que la luz artificial de las farolas de la calle apenas incidía unos pocos metros en la entrada, cada vez que alguien entraba y salía. Y luego estaban los interruptores de la luz de los baños, al fondo, claridad que el camello del bar aprovechaba para pasarnos, sobre todo, speed. Todo era negro dentro del Agujero Negro porque todas nuestras ropas también se tragaban la luz. Muy poca gente dentro del Agujero Negro vestía otro color que no fuera el negro, quizás el morado algunas chicas, y poco más. Y la luz de los mecheros que fugazmente descubrían un rostro en la noche, cuando alguien se encendía un cigarro o un porro. Y las largas caladas, que al succionar el cigarro nos dibujaban intermitentes rostros calavéricos.

La mayoría de los habitantes del Agujero Negro bailábamos horas y horas en esas madrugadas entre el sábado y el domingo. La música estaba a tope y dejaba poco espacio a la conversación. Pero no nos hacía falta hablar. Nuestra comunicación era otra, mucho mejor; la de la música sobrevolándonos, y atravesándonos, en todo momento, y que nos hacía movernos lánguidamente. Nuestra comunicación era de roce entre cuerpos que no se distinguían; de olor a un sudor colectivo que se iba acumulando en el ambiente; de miradas robadas al resto cuando la oscuridad se rompía en un instante. Y los que no bailaban estaban sobre el suelo, apoyados en las paredes; eran las parejas que se besaban, durante horas, en un abrazo interminable; y, también, los que yo llamaba los atormentados, personas, sobre todo chicos, que se cogían las piernas, con la cabeza apoyada o metida sobre ellas, en un abrazo ensimismado igualmente interminable.

He dicho bailes lánguidos, sí, de mirar hacia abajo, de brazos muertos, de un vaivén interminable de la cabeza que seguía los bajos de las canciones oscuras. Hasta llegar a una suerte de trance. ¡Qué bajos los de algunas canciones oscuras...! El de "Other voices" (The Cure), o el de "Lucretia, my reflection" (Sister of Mercy), o el de "Disorder" (Joy Division), por poner tres ejemplos, o el de "The last song" (Trisomie 21), la canción que cerraba la noche cada madrugada de sábado y domingo en el Agujero Negro. 

¡Cómo no recordar que nos entregábamos a fondo en esta última canción! Todos. Las parejas también. Incluso algún atormentado se animaba al último baile de la noche. Y los camareros y el pinchadiscos. Todos y todas sabíamos que era el final, otra muerte; que lo siguiente era la molesta luz del nuevo día y la vuelta a casa por un escenario surrealista y hostil donde los señores y señoras que más madrugaban te miraban como a un bicho raro. ¡La asquerosa normalidad! 

En fin, un recuerdo de juventud, de las madrugadas entre el sábado y el domingo en el Agujero Negro. Han pasado más de 20 años. Ahora es una autoficción, este relato.

[PLAY]

jueves, 30 de mayo de 2013

Inmersión abisal 14, "The Ominous" (Jacob, 2013)

martes, 7 de mayo de 2013

Canciones para antes de una guerra (5) / "Demoler" (Das Kapital, 2013)

lunes, 6 de mayo de 2013

Inmersión abisal 13, "Ensemble Pearl" (Ensemble Pearl, 2013)

miércoles, 17 de abril de 2013

Inmersión abisal 12, "Darder" (Balago, 2013)

viernes, 1 de marzo de 2013

Canciones para antes de una guerra (4) / "The suicide of western culture" (Ídem, 2012)

domingo, 6 de enero de 2013

Guitarras por armas

De momento, los jóvenes cantan su aburrimiento. Esperan que algo ocurra; tienen esa esperanza. Todavía hoy le dan valor al amor romántico; hasta ese punto están enfermos muchos de ellos. Alguien les debería enseñar a mentir, porque quien no ha mentido nunca no sabe qué es la verdad (saludos, Nietzsche). Pero..., ¿qué pasaría si la muerte llegase y entrara en sus casas? ¿Saldrían de los anuncios de Coca-Cola? ¿Qué les enseñaría la orfandad? Tendrían que elegir entre el tedio mortuorio y la lucha vitalista. ¿Qué elegirían? ¿Qué elegirían los jóvenes si alguna vez tuvieran la libertad de elegir? ¿La muerte, en el hogar familiar, nostálgicos de la falda materna que les protege y asfixia al mismo tiempo? ¿O la lucha, en la calle? 

¿Es posible que algún día cambien las guitarras lánguidas por las armas furiosas...? No sé.

 

viernes, 21 de diciembre de 2012

Normalización política [año 1]


ENTRADA ORIGINAL 
(de cuando la paz se estaba gestando)

En Euskal Herria, a 7 de febrero de 2011

Hoy quiero compartir con vosotros y vosotras esta canción suave. Y me hace ilusión dedicársela, sobre todo, a la sociedad vasca; es decir, a todos nosotros, a los que vivimos aquí, en Euskal Herria, en este 7 de febrero de 2011.




AÑADIDO
(los parlamentarios vascos del PNV, EH Bildu, PSE-EE, PP y UPyD cantan juntos "Zaindu maite duzun hori" / Trad: "Cuida eso que amas")

martes, 13 de noviembre de 2012

Inmersión abisal 11, "Novaya Zemlya" (Thomas Köner, 2012)

viernes, 26 de octubre de 2012

Los bailes lánguidos de juventud

No más que un baile sin baile. Una acción sin destino. Un relato sin conflicto. También un tedio de niños inflamados por la edad. Jean-Paul Sartre y Peter Pan. Jóvenes al descubierto, en la noche, oscuros y sombríos, pero actores en la interpretación de una desesperanza. Aunque incapacitados para la desesperación. Abandonados, idos, lejos...



Jóvenes sin ambición, sin rabia; quizás sin futuro. También sin presente. Sin crítica, con la ilusión de la no-ideología, pero hasta los dientes de ella. Sin tiempo, en la irrealidad: un juego absurdo. Eugen Ionescu y Peter Pan. Humor sin risa, sin carcajada. Humor frío, de media sonrisa. Vida de media vida y muerte de media muerte... Jóvenes en la vida y con el dinero de sus padres...
 


No más que una ideología detrás de una emotividad de superficie, sin percances, sin rozamiento. Una apuesta por lo seguro. Ultraconservadurismo de un sonido crepuscular, donde la ideología de verdad, detrás de un disfraz de invisible. Y sin miedo, niños sin miedo, pero niños tristes, con sus juegos a medias. Y mucho ego... Sigmund Freud y Peter Pan. La pureza, donde el amor como refugio, nunca como elección.



Jóvenes sin angustia, sin trauma, sin protagonismo. Imposible su salvación; secundarios de su propia vida. La belleza como último velo del horror. Rainer Maria Rilke y Peter Pan. El juego incesante. La repetición castrante. Artificio sin alegría, sin destino, sin conflicto. A veces, jóvenes actores en la interpretación de otra cosa que la desesperanza, aunque incapacitados para la alegría.



No más que una desorientación sin fin. En el mundo. En la vida. En el tiempo. En la broma. Su broma infinita. Su broma macabra. David Foster Wallence y Peter Pan. El paro. El desempleo. Jóvenes donde el paro. Jóvenes donde el hastío y el aburrimiento. Un juego sin salida. Jóvenes sin verbo. A vosotros, gracias por vuestro baile, por vuestra música, por vuestra belleza y por vuestra emoción, a pesar de los pesares... Nosotros, todos, nosotros, vosotros, capitalistas todos, culpables. 

sábado, 20 de octubre de 2012

Canciones para la vuelta a casa [2x01]

Travelling sobre la canción Their helicopters´Sing, de Godspeed Yoy! Black Emperor, en la carretera AP-1, sentido Eibar-Gasteiz, grabado en la noche del jueves 18 de octubre de 2012.

miércoles, 8 de agosto de 2012

Canciones para antes de una guerra (3) / "Sweet love for planet earth" (Fuck Buttons, 2008)


jueves, 2 de agosto de 2012

Canciones para antes de una guerra (2) / Ben Frost Live Performance - Visual Notfromearth (2012)

jueves, 12 de julio de 2012

Canciones para antes de una guerra (1) / "Iron Bridge", Roll the Dice (2012)



sábado, 7 de julio de 2012

Huevos, flores y otras interjecciones