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sábado, 7 de junio de 2014

Monarquías, repúblicas, súbditos y hombres y mujeres libres

Estos días en los que se habla de la abdicación del monarca español y de la sucesión puesta en marcha en favor de su hijo me estoy acordando del filósofo Slavoj Žižek, cuando explica que en el mundo de hoy en día el rey que se crea que es rey de verdad está más loco que cualquier sujeto de manicomio que se crea ser Napoleón. El modelo sirve también para señalar hasta qué punto de enajenación mental puede llegar cualquier presidente de cualquier país que se crea de verdad que es el presidente o el gobernante de cualquier cacho de tierra cuyos habitantes con derecho a voto le han elegido para el cargo. Aplíquese el caso donde se quiera, allí donde una sola persona, incluido su grupo de ministros, se crea que tiene cierta capacidad de decisión, que se crea, dicho en pocas palabras, ser el portador de eso que tan fácilmente denominamos Poder.

Pero volvamos al caso del rey, de esa persona que se cree rey, y de su trastorno psiquiátrico que le hace pensar, en una alucinación con pretensiones de realidad, que es un rey de verdad. El contraplano de semejante dislate solamente puede obtenerse de retratar a una ciudadanía con otra enfermedad equivalente, la que correspondería a un pueblo cuyos integrantes se creen súbditos del rey. La RAE define súbdito como "sujeto a la autoridad de un superior con obligación de obedecerle". ¿Qué manda el rey? ¿Qué obedecemos nosotros? ¿Dónde está la autoridad superior? Mientras nos pensamos las respuestas nos queda espacio para pensar que el delirio nos pertenece a todos, al rey por creerse rey y a nosotros por creernos súbditos. Y es una enajenación mental que ya veremos si es transitoria. Diríase que si todos estamos locos, lo cuerdo no existe, en tanto que no puede contrastarse con nada.

En este juego cuasi-esquizofrénico en el que nos movemos, la alternativa con la que sueña la ciudadanía se llama República. Como si fuera el punto de fuga de esa ficción en la que nos creemos el papel de súbditos, soñamos con una República en la que nos creeremos, quizás, el papel de hombres y mujeres libres. El despropósito no puede ser mayor: Monarquía o República es el debate. Debátase usted entre estas dos únicas opciones de modelo de Estado, excluyentes entre sí y que, juntas en el binomio que se pone sobre la mesa, excluye del debate y del análisis cualquier otra forma de organización política que no sea ni la una ni la otra. Así que estos días cualquiera tiene una opinión formada sobre una y otra. Y cuídese mucho de intervenir en los conatos de diálogos que hay en la calle y en las redes sociales a este respecto desde un posicionamiento que no sea el estrictamente mediático.

Cuidarse, por ejemplo, de lanzar la pregunta de si se puede ser súbdito de la República, en tanto que el Estado no deja de ser el mismo. Y ya no digamos si uno se pone a extrapolar el ejemplo de Žižek al modelo de Estado, es decir, poner en duda que la Monarquía sea tal y que la República sea cual y que, tanto monta, monta tanto, una ficción con reyes que se creen reyes de verdad que una ficción con presidentes republicanos que se creen presidentes de verdad. Si uno se osara a decir cosas así en una verdulería, por ejemplo, o en Twitter, por poner otro ejemplo, el loco no sería el súbdito que se cree súbdito sometido felizmente a un rey ni el ciudadano libre que se cree ciudadano libre sometido felizmente a una República...; el loco sería quien se meara fuera del tiesto mediático del debate diseñado para el entretenimiento, Monarquía versus República. De nuevo, el Espectáculo no quiere ingratos que cuestionen el modelo de verborrear solamente desde esas dos posiciones que nos venden como contrapuestas.

En este punto quiero escribir, a modo de desquite, que uno es de su Señor. Uno solamente puede pertenecer a sus Amos y Señores. Solamente en la medida que servimos a nuestros Amos y Señores, dándoles nuestro trabajo, nuestra vida y nuestro dinero, somos sus súbditos. Aquí no hay ficciones: somos súbditos de nuestros Amos y Señores desde que nacemos hasta que morimos. Un repaso histórico nos detallaría una característica que hemos compartido los súbditos de todas las épocas, que no es otra que no haber conocido el rostro de nuestros Amos y Señores. Otra cosa es que nosotros, los locos que creemos vivir en una Democracia, nos hayamos creído que la cosa de elegir a esos locos que se terminan creyendo que son nuestros gobernantes de verdad nos ha llevado a pensar, a hacernos creer, quizás por primera vez en la historia de la humanidad, que nosotros sí conocemos a nuestros Amos y Señores. ¡Qué peligrosa resulta la mezcla en un mismo sujeto de la demencia y de la ignorancia! Cualquier cosa podría pasar..., al fin y al cabo vivimos en una ficción como personajes de ficción, una ficción de esas en las que puede pasar cualquier cosa.

Entonces hay que plantear la siguiente pregunta: ¿algún personaje de ficción ha sabido alguna vez quién ha escrito el guión de sus vidas? No. Todo Poder es opaco. Y querer descubrirlo te metamorfosea en cualquier personaje de Kafka, que se da de bruces contra lo que realmente es el Poder Real. Y el Poder Real es irrepresentable (1. adj. Dicho de una obra dramática. Que no es apta para la representación escénica) e inaprensible (2. adj. Imposible de comprender), casi como la muerte, y nos somete a todos, locos monárquicos y locos republicanos (entre los que me incluyo), incluidos reyes y presidentes, súbditos todos, de verdad, como sujetos sometidos a esa Autoridad Superior con obligación de Obediencia. Ni siquiera el Poder Real está en las multinacionales del entretenimiento, de la alimentación, de la moda y de la cosmética, de los medicamentos, etcétera, pretextos que no tienen por menos de ser la fuga de una intelectualidad antisistema de un antisistema que se cree un antisistema de verdad, por muy bien que suene escribir eso de que los objetos que fabricamos nosotros mismos en las fábricas los consumimos después en la calle, a cambio de un salario que nos perpetua en el círculo de la violencia autoinflingida. Palabras, solamente palabras.

Y discurso, solamente discurso. El Hombre solamente ha estado sometido a un Poder Figurativo durante el Paleolítico; con el cambio al Neolítico, todo se abstrae, empezando por el propio Hombre, que deja de ser una figura en la Naturaleza para convertirse en una mancha de la Razón. El Poder Abstracto. Desde entonces hasta nuestros días, la abstracción ya ha devenido en obesa mórbida, y nuestros cuerpos también abstractos se han habituado a este contexto Diógenes en el que tenemos la ilusión de ser poseedores de toda la mierda que hemos ido guardando, generación tras generación, desposeídos ya de la memoria, cuando en realidad somos nosotros los poseídos por tan ingente cantidad de basura. Doce mil años después, ya no sabemos quiénes somos: ¡cómo para no aliviarnos la ficción de autoetiquetarnos como monárquicos o republicanos! Pero la cosa es que no hay reyes ni repúblicas, ni súbditos ni hombres y mujeres libres. Solamente hay ficción y de ahí una hipótesis de la locura, pero escrita en lenguaje también abstracto para terminar escribiendo que el loco que se cree Napoleón en el manicomio está más cuerdo que nosotros. 


BONUS TRACK

domingo, 25 de mayo de 2014

La historia contemporánea de Europa contada a través de la más grande de sus elipsis


viernes, 6 de diciembre de 2013

Esto no es un obituario de Nelson Mandela


Primero la biología. Nelson Mandela ha muerto. El hombre Nelson Mandela. Un anciano de 95 años. Con mujer, hijos y nietos. Un humano con la biología de cualquier otro humano, vísceras y bilis incluidas. Quizás en su vida tuvo alguna caries, tosió cuando se acatarró y de vez en cuando tuvo episodios aerofágicos, como tú y como yo. Un hombre. Solamente un hombre anciano, cuya muerte confirma la contundencia biológica que nos espera a todos, el cese definitivo de la vida.

Y de la biología a una biografía. Pero Nelson Mandela era más que un hombre. Porque no solamente ha muerto para sus familiares y amigos, sino que ha muerto para el mundo entero. Entonces, su último suspiro pone fin, además de a su biología orgánica, a la biografía de un animal político que luchó incansablemente por los derechos de la población negra de Sudáfrica. Un animal político que sacrificó 27 años de su vida en una cárcel, donde se le encerró por defender justicia e igualdad. Terrorista para unos y héroe para otros, Nelson Mandela salió de su encierro para terminar con el Apartheid y convertirse en el primer presidente negro de Sudáfrica. Luego recibió el premio Nobel de la Paz e incluso sus enemigos acérrimos terminaron por considerarle un héroe, un ejemplo de lucha y un hombre modelo. En definitiva, un hombre para la Historia. Una biografía.

Y del hombre al icono. O de la biografía a la hagiografía. Si las religiones necesitan erigir santos a partir de los cuales impartir sus doctrinas, el poder civil también los necesita y, además, con idéntico fin, para darnos lecciones a partir de las vidas ejemplares y el sacrificio de unos pocos que lucharon por el beneficio de unos muchos. Dos ejemplos, John Fitzgerald Kennedy y John Lennon. Iconos. Santos. Y ahora Nelson Mandela, donde su proceso de beatificación laica comenzó mucho antes de la consumación de su muerte.

Y del sujeto al objeto. O de la iconografía al consumo espectacular de los ídolos. Porque un santo se consume y su beatificación convierte al hombre modelo en una mercancía que circula a través de los creyentes. También Nelson Mandela ha trascendido la cosa propia de ser un icono, o un referente, para convertirse en fetiche de su propia mercancía, puesta en el mercado por el Poder mismo. Nelson Mandela ya es un objeto. No morirá nunca. Vivirá en nuestros corazones. Podremos verlo en los escaparates. Y podremos comprarlo en nuestros centros comerciales. Su ideología, su vida, sus valores, Nelson Mandela.


Y de la revolución peligrosa al enemigo asimilado. O de como cambia el paisaje y como reina la calma una vez que se han desactivado las bombas del terrorista. Con el ejercicio de convertirlo en ídolo de masas, en star-system mediático o en santo de nuestra devoción, el Poder no solamente desactiva a Nelson Mandela como agente subversivo, sino que, sobre todo, nos desactiva a nosotros, los consumidores, en este caso, del ídolo negro. Recordemos a ese otro ídolo de masas, el Che Guevara, otro libertador, comercializado por las multinacionales textiles. Camisetas, chapas y eslóganes circulan entre nosotros, fetiches revolucionarios donde la acción revolucionaria ha quedado denigrada en el mismo acto de comprar una mercancía. Cuando un joven se compra una camiseta con la imagen mítica del Che, sobre el eslogan "hasta la victoria siempre", no compra la victoria de ninguna revolución, sino la muerte del revolucionario que idolatra, y la muerte propia de su ímpetu subversivo. Así es como nos vencen y convencen las fuerzas contrarrevolucionarias.

Y de los escaparates de moda a las pantallas de los medios. Todo el mundo ha sentido la muerte de Nelson Mandela. La conmoción y la tristeza han circulado por las redes sociales. Fotografías del ídolo de masas, sus frases míticas, referencias a África, etcétera, han sido contenedores de "Me gusta" y de comentarios de consternación en Facebook; y de tweet y retweets hasta el trending topic mundial en Tweeter. La inmensa mayoría de los medios de comunicación del mundo, progresistas y conservadores, han titulado a lo grande la noticia de su muerte, medios que, por otra parte, son los catalizadores del racismo emergente en estos tiempos de crisis. Es el Gran Consenso Mundial, que alimenta la ilusión de una Aldea Global, en la consumación orgiástica de un sentimiento colectivo casi sin fisuras. Todos a una. De todos los países (la ilusión de los ciudadanos de un lugar llamado mundo). De todas las clases (la ilusión de las multinacionales). Y de todas las ideologías (la ilusión de los fascistas). Porque los ídolos de masas no conocen de targets específicos: son consumidos por la inmensa mayoría. 

Y del protagonismo de Mandela a la invisibilización de Sudáfrica. Teniendo un héroe que consumir, ya no nos hace falta su objeto de lucha, en este caso Sudáfrica, el país que lideró Nelson Mandela. Es curioso como los medios de comunicación, y es la historia que se cree el target universal que consume al ídolo, trazan la historia meritoria del héroe argumentando medias verdades e incluso falsedades. Ayer "El País" titulaba su muerte como la de un hombre que liberó a Sudáfrica del racismo del Apartheid. Media verdad, porque el Apartheid sí fue superado, pero la consecución de derechos para la población negra sudafricana fue el estadio anterior al racismo, que se mantiene intacto en nuestros días. Durante el Apartheid no había racismo, había esclavitud, y había falta de derechos fundamentales. Un ejemplo similar es la consecución de derechos civiles de la población negra de Estados Unidos, en la década de los 60. Primero hubo esclavitud y explotación, después segregación y sometimiento, y finalmente, en la situación actual, hay racismo y tolerancia, no más que la lógica capitalista ante los casos de igualdad legal. Y de las medias verdades a la mentira absoluta: Mandela no llevó la normalización política y social a Sudáfrica. Por dos razones, primero, porque en Sudáfrica no hay normalización entre las dos comunidades raciales que coexisten, que sí se toleran, cierto, pero con episodios de racismo que circula en ambos sentidos y, segundo, porque la minoría blanca sigue manejando el monopolio económico y financiero del país, en detrimento de la mayoría abrumadora negra. En resumen, que el poder sigue estando del mismo lado. Esta afirmación, no confundirse, no dispara contra Nelson Mandela, al que yo, efectivamente, considero un referente, y cuya lucha revolucionaria considero ejemplar, sino contra el relato infectado de ficción de un héroe, cuya venta trata de neutralizar la lucha que todavía queda pendiente, en este caso de Sudáfrica, una vez que su libertador ha sido asimilado por el poder contra el que luchó.

Y de la sonrisa de Mandela a la vida de los sudafricanos. Los relatos que consumimos de nuestros héroes toleran muy mal la presencia de coprotagonismos. Porque en nuestras ficciones solamente cabe un ídolo. Desde Moisés liderando a los judíos hasta Messi liderando al barcelonismo, la construcción de héroes solamente puede ser digerido por los espectadores o lectores como un trasunto individual, con toda la narrativa puesta al servicio de un solo personaje, en un ejercicio que ningunea al colectivo, al grupo, al pueblo, personas cuya presencia, actividad y acción son igualmente importantes y complementarias a la lucha y mérito del héroe. En este caso, hablo de los sudafricanos y sudafricanas, blancos y negros, pero, sobre todo, negros y negras, que han luchado y siguen luchando por la igualdad real desde el anonimato y en la cotidianidad, fuera de los despachos de los grandes organismos oficiales donde han construido al héroe Nelson Mandela. Hablo del fuera de campo, claro, donde los medios de comunicación no encuadran ni enfocan y donde nosotros ya no queremos ni mirar.

El obituario. Dicho esto, que la tierra le sea leve a Nelson Mandela. Que Nelson Mandela, hombre, revolucionario y luchador, descanse en paz.

miércoles, 4 de diciembre de 2013

El liberalismo mágico


Yo soy el político neoliberal. Me gusta ir a las fiestas del Banco Central. Vuela la cocaína por los despachos del Capital. Vótenme porque mi rumba está buena. (bis). Yo hago lobby, lobby, lobby, lobby... Lo vi robar, lo vi robar, yo lo vi robar (bis). Sarkozy-kozy-kozy. Sarkozy-cosí-cosá. El final de campaña siempre es lo mejor (bis). Barbacoa en la ONU. Caracoles en la UNESCO. Vótenme porque mi rumba está buena. Vótenme, vótenme, vótenme, vótenme (x4). Yo soy el político neoliberal. Me gusta ir a las fiestas del Banco Central. Vótenme, vótenme, vótenme, vótenme (x5).

Play.

["El político Neoliberal", Pony Bravo, 2013. Joya encontrada en Contraindicaciones.]

jueves, 29 de agosto de 2013

El paisaje después del espectáculo

Los telespectadores de casi todo el mundo tenemos los ojos puestos en Siria, cuyo relato se encuentra en un "impasse" narrativo. Y como sucede con cualquier show que ha entrado en su punto muerto, en el que parece no haber posibles salidas para su desarrollo, los espectadores nos hacemos preguntas. ¿Tienen o no tienen que intervenir los nuestros? ¿Debemos dejar que un conflicto interno continúe su propio curso? ¿De qué forma habría de intervenirse? En definitiva..., ¿qué hacer? Son el tipo de preguntas que todo espectador se hace cuando ha aprovechado el parón narrativo del relato para echar la meada de turno. ¿Qué hacer? ¿Qué alternativa nos dejan a nosotros, los solidarios occidentales? No podemos dejar que un pueblo se masacre a sí mismo. Cara de circunstancias. Etcétera. Sacudida de polla y al salón...

Cuando nos volvemos a sentar, estamos a lo que estamos, porque somos, sobre todo, espectadores obedientes que miramos (que comemos) lo que nos ponen en nuestras pantallas (en nuestros platos), y ahora toca estar en Siria. Y ahí estamos. Las multinacionales de la comunicación llevan dos años contándonos la triste historia de un país donde la llamada primavera árabe se quedó atascada. Desde entonces, los grupos rebeldes tratan de derrocar a Bashar al-Assad para asumir el poder, y el jefe de Estado sirio se resiste a correr la misma suerte que otros colegas suyos, como el expresidente egipcio Mubarak, por ejemplo. Resultado: metástasis social que ha derivado en una cruenta guerra civil. Cada día, las multinacionales de la comunicación (cadenas de televisión, agencias de noticias, etcétera), sin apenas excepciones, nos han querido retransmitir esta guerra civil. Nos han contado historias de ataques, de unos y otros, de masacres, de unos y otros, y nos han puesto sobre la mesa (sobre nuestros ojos) multitud de imágenes del horror, niños muertos, sangre, el caos, y otros elementos formales con el que nosotros, tranquilamente sentados desde nuestros sofás, hemos construido el relato que, efectivamente, les ha convenido a las multinacionales que nos entretienen delante de nuestras máquinas expendedoras de imágenes. Ni siquiera en una de las publicidades de las largas, cuando incluso nos da tiempo a una buena cagada, nos vamos a plantear, tranquilamente sentados en nuestros asientos de reflexión, las siguientes preguntas: ¿por qué llevamos dos años asistiendo a este conflicto?, ¿por qué nos muestran las imágenes de Siria, al tiempo que se mantiene, en fuera de campo, multitud de conflictos, grandes o pequeños, donde también muere gente? Nos limpiamos el culo, le damos a la bomba, la mierda desaparece y al salón... Y volvemos a Siria, porque es donde nos toca estar como espectadores obedientes.

¡Como para pensar en el paisaje que dejaron otros espectáculos...! Donde asoman, al menos, algunos conatos de respuestas. Hace muy poco en Libia, donde la civilización (nosotros) tuvimos el deber de domesticar a la barbarie (ellos), donde teníamos que llevar la democracia (nuestra ficción preferida y nuestro pretexto que vale lo mismo para un roto que para un descosido) a los pobres súbditos del tirano Gadafi (¿ya no nos acordamos de este relato con el que nos mordimos las uñas?), donde se facilitó que los rebeldes mataran al monstruo egocéntrico (¿ya no nos acordamos de cuándo exclamamos "guau" al ver las imágenes del, primero moribundo, y después cadáver de Gadafi?), y donde, una vez que nuestras cámaras (y nuestras armas) dejaron de estar, ya nada más se supo. ¿Por qué no nos cuentan que Libia es ahora un país asolado, donde varios grupúsculos intentan acceder a un poder imaginario, que realmente siguen gestionando las grandes multinacionales del sector energético, las española Repsol, entre otras? O hace un poco más de tiempo en Irak, donde se fue a por las armas de destrucción masiva y se vino con el ahorcamiento en directo de Sadam Hussein, y donde el vacío de poder posterior, diseñado en despachos de mandamases a miles de kilómetros, ha generado miles y miles de víctimas civiles en incesantes ataques terroristas. O en Afganistán. O en Somalia. Etcétera. ¿Por qué no nos hacemos esta pregunta, sencilla y directa, que es... qué objetivos se han cumplido de los que se marcaron nuestros dirigentes (de los que nos dijeron que se marcaron) en las intervenciones militares de todos estos países? Es una pregunta de almohada, facilona, una de esas ocurrencias tontas que uno tiene cuando se está durmiendo, pero no... Nos dormimos. Y cuando despertamos, volvemos a Siria.

Nuestras máquinas expendedoras de imágenes no nos han mostrado el paisaje después del espectáculo (solamente los atentados que tienen lugar en estos países son la excepción, donde el espectáculo colea en forma de imágenes impactantes de cuerpos troceados, algo que siempre vende, aunque sea en forma de pequeñas píldoras informativas) en ninguno de los países donde Occidente ha intervenido. Y justamente ahí tenemos una respuesta, sobre lo que será Siria dentro de un tiempo, no más que un país inexistente donde el paisaje después del espectáculo no será ya una historia comercial. Entonces, como ocurre hoy con Libia, decir Siria provocará el eco que tienen las palabras en los lugares vacíos. El espectáculo estará en otro lugar, y allí estaremos todos. Habremos ido en masa, guiados por nuestros pastores, a los grandes pastos donde rumiar los espectáculos más sabrosos.

Pero todavía queda show en Siria... Seguimos expectantes en este "impasse" narrativo. Sabemos, porque las historias que nos cuentan responden a una idéntica estructura dramática, que el uso de armas químicas es un buen detonante que nos va a traer trepidantes escenas de acción, protagonizadas por los nuestros. Hay murmullos en la sala. Y muchos nervios. Nuestros gobernantes están reunidos. La intervención puede ser inminente... La cosa promete. ¿Qué hacer? Rápido, quizás todavía nos de tiempo de salir a comprarnos unas palomitas...

[Fotografía vista en el muro de Facebook de Artefakte]

domingo, 12 de mayo de 2013

Nosotros, los hombres ignífugos

Una pregunta recurrente en estos tiempos de crisis es por qué no hay una respuesta social contundente contra el orden establecido, una revuelta popular que subvierta esta estructura diabólica que nos tiene sometidos. Quienes nos hacemos esta pregunta sabemos que la amargura es la siguiente estación, cuando digerimos la carga de castración que llevamos a nuestras espaldas, al comprobar que uno mismo no tiene ni la fuerza ni la inventiva necesarias para, cuando menos, dar un golpe de rabia en la mesa y gritar “se acabó”. Quienes nos hacemos esta pregunta, además, sabemos que la respuesta es que no habrá acción común alguna que reviente esta maquinaria funesta que nosotros mismos hemos construido, a no ser que nos inmolemos en la acción destructiva. 

De momento, la frustración que sentimos cuando somos conscientes de que no estamos hechos de material inflamable, es la que nos provoca la indignación, que no es sino este sentimiento individual que volcamos contra nuestros gobernantes, acusándolos, precisamente, de todos los males que también nos aquejan a nosotros. De momento, solamente parece tener capacidad de reinar nuestra ceguera contemporánea, de nosotros los autodenominamos occidentales de países desarrollados, una ceguera que se regula en lo político por democracias más o menos solventes, y en lo económico, por eso que llamamos capitalismo de libre mercado, cuyas industrias nos prefieren “consumidos en la indignación” antes que “entregados al fuego”. Y cuando digo que nos prefiere, vale decir también que nos preferimos a nosotros mismos. 

Con la práctica revolucionaria de la mayoría cortocircuitada (y no hablo aquí de los que sí la llevan a la práctica, que los hay, despojados de esta gangrenante teoría que algunos hemos dejado que se nos costrifique en el cuerpo, de forma irremediablemente crónica), cabe preguntarse cómo hemos llegado hasta esta penosa situación de quietud y conformismo, que nos asola incluso en un contexto hostil casi inédito en los últimos cien años de historia. Podríamos hablar de un coma inducido. Pero, sea lo que sea…, ¿de dónde viene esta parálisis? ¿Porqué hemos elegido la muerte y no la vida? ¿Desde cuando la izquierda se ha dejado morir? 

Una respuesta, solamente una respuesta que late en un corazón donde laten infinidad de otros latidos, pero mejor que una respuesta habría que hablar de una señal, podría estar en la publicidad, que no es más que la cara visible de las industrias multinacionales que venden sus productos en las plataformas comunicativas de todo el mundo. Solemos pensar, porque así nos han enseñado a leer la publicidad, que los anuncios pretenden hacernos comprar tal o cuál producto. Y esto es, cuando menos, dudoso. Si nos fijamos en la publicidad televisiva, solamente se anuncian los productos de unas pocas empresas multinacionales, formadas a su vez por conglomerados interrelacionados y dependientes de la multinacional-matriz, que fabrican casi la totalidad de los productos que el Mercado pone, primero en las pantallas, y después en los escaparates. Mirada la publicidad así, no es cierto que haya libre competencia, porque dicho pronto y mal, todas las multinacionales venden un solo producto, ¿cuál?, nuestro “estilo de vida”. De esta forma, la publicidad no pretende persuadirnos de comprar tal o cual producto, sino que el Sistema en sí quiere mantenernos en la posición de obedientes consumidores. 

Da igual que tengamos un Ford o un Audi; lo importante es que tengamos un coche. La tarta se reparte con beneficios para todas las multinacionales que construyen coches. Y valga el ejemplo de los coches para todos los productos que nos enseñan en la publicidad, conformada ya como una institución privada transnacional que nos enseña a consumir y que nos construye como sujetos consumidores, y, a su vez, como objetos obedientes; o como cuerpos a través de los cuales circulan las mercancías en un sentido, y el dinero en el otro. ¿Hacía falta decir, a estas alturas del cuento, que la publicidad es una maquinaria de guerra ideológica? En vista de lo que está ocurriendo, parece que todavía es necesario realizar estas matizaciones. 

¿Es posible que visualicemos a las multinacionales como el enemigo a batir? ¿Os imagináis una respuesta social contra ese poder absolutista al que nos someten las empresas multinacionales? ¿Os imagináis, por ejemplo, “Rodea H&M” o “Rodea Movistar”, en lugar de “Rodea el Congreso”? Sobre este asunto, recuerdo del 15-M, movimiento que está a punto de celebrar su segundo aniversario, una fotografía que suelo citar: miles de indignados en la Puerta del Sol haciéndose fotos con sus teléfonos inteligentes para ponerlas en circulación por las redes sociales. La principal paradoja era que le pedían al Gobierno que no se sometiera a las directrices del Poder Económico, cuando todos ellos estaban cargados hasta los dientes de ese Poder Económico que le negaban a sus gobernantes: “No nos representan” gritaban. ¿Y quién nos representa?, pregunto yo. ¿Nosotros a nosotros mismos? ¿U Orange, Movistar y Vodafone? ¿O Facebook y Twitter? ¿O Bill Gates y el difunto Steve Jobs? La batalla está más que perdida.

En su momento, los medios de comunicación, especialmente la televisión, donde se publicitan los productos de las multinacionales, nos contaron que fenómenos como el 15-M surgieron gracias a las redes sociales, pero podemos dejar abierta la pregunta subvertida, solamente como ejercicio de contraprogramación televisiva: ¿pudieron surgir quizás a pesar de ellas? En términos globales, ¿no fue el 15-M una máquina publicitaria expendedora de eslóganes? Dos años después, la indignación es ya una mercancía más. Una mercancía que da réditos, quizás no económicos, pero sí sociales, en tanto que la inversión de ese capital de indignación provoca la ilusión de un cambio que es, precisamente, el que nos mantiene paralizados ante nuestras pantallas, a la espera. Solamente hay que mirar los muros de Facebook y de Twitter para que nos demos cuenta de qué forma hay transacciones de indignación, fotografías con mensaje, cargas verbales contra los gobernantes, etcétera, pequeñas mercancías que solamente provocan dos tipos de impulsos, o bien el “me gusta” o bien un pequeño comentario de apoyo.

¡Qué gran confusión! En estos tiempos de crisis todos disparamos al bulto, pero algo que me llama la atención es que muchos se cuidan de atacar la publicidad, y, por ende, de respetar a las multinacionales que la gestionan de forma oligopólica. La cosa de que este Poder Económico esté siendo respetado nos debería poner en alerta de que quizás sea una de las banderas de la reacción contrarrevolucionaria. Y contra ellas habría que cargar en primera instancia. Porque si lo que en realidad está en juego es el “estilo de vida”, lo cierto es que da la sensación de que es algo que muy pocos están dispuestos a ceder. Todo esto explicaría esta indignación que, como todos sabemos, es transitoria; cesará el día que se restablezca el “estilo de vida” que las multinacionales siguen vendiendo, sin ataques ni críticas que la cuestionen, en nuestras máquinas expendedoras de imágenes y palabras, de relatos, en definitiva, en cada momento, sin tregua. 

Para la consecución sistemática de sus objetivos, las multinacionales recurren a la misma forma de vendernos este “estilo de vida”. Se trata ya no de instaurarlo, fin que hace tiempo ya se ha conseguido; se trata, sobre todo, de mantenerlo, de que no decaiga el ánimo de nosotros, los consumidores. En este sentido, no es casualidad que la publicidad televisada haya renunciado hace tiempo al sonido ambiente. Haced el ejercicio de observar una pequeña muestra de, por ejemplo, diez anuncios. Comprobareis que no hay sonido ambiente. Las cosas así, los personajes y los objetos que los protagonizan se desenvuelven en entornos envasados al vacío, en escenarios donde nada se oye y todo se ve. La acción está desprovista de la vida que genera dicha acción. Esta muerte sonora alimenta de forma constante la esquizofrenia propia del sistema capitalista, unidad mínima ideológica que todos portamos. ¿Y por qué no nos rechina el mensaje publicitario? ¿Por qué digerimos como si tal cosa que mientras el contenido te incita a la vida, la forma está denotando la muerte misma? ¿Por qué ya estamos consumiendo nuestra vida como una vida imposible? Seguimos jugando a la seducción sexual inyectada sobre cuerpos castrados; o la transfusión de sangre sobre corazones ya detenidos; o, en resumen, a la incitación constante al cambio de hombres que ya somos ignífugos. 

Las empresas multinacionales nos quieren muertos, pero habría que matizar que muertos en un simulacro de muerte, porque si la vida que vivimos ya es simulacro, lo que termina con ella no tiene por menos que ser también un triste simulacro, una bastarda simulación. Para ello, las multinacionales y sus ejércitos de soldados creativos movilizan toda su artillería en la publicidad con el objeto de borrar los últimos vestigios de naturaleza que todavía resisten en nuestros cuerpos. ¡Quítate las arrugas! (a todos). ¡Ponte pelo! (a los hombres). ¡Quítatelo! (a las mujeres). ¡Renuncia a la vejez! (a todos) ¡Pierde peso! (a las mujeres). ¡Folla de cualquier manera y a cualquier precio! (a todos). Y un largo etcétera. El contenido publicitario es una incesante incitación a abandonar definitivamente la naturaleza, nuestros cuerpos, nuestra vida, nuestra sangre, nuestra muerte, para convertirlo todo en puro simulacro. 

En la interrelación entre forma y contenido está el mensaje de cualquier relato; de esta forma, el mensaje, es decir, la ideología que nos inyecta la publicidad es esquizoide, pero la toleramos, porque nuestros cuerpos ya están habitados por esa esquizofrenia radical que admite comprar vida para darle color a quien ya está muerto. Y desde ahí, desde ese coma inducido, nuestros cuerpos no arderán nunca. 

Volvamos al principio, para terminar. ¿Porqué no hay una respuesta social contundente contra el orden establecido, una revuelta popular que subvierta esta estructura diabólica que nos tiene sometidos? Quizás por que no sepamos quien es el enemigo de verdad. Rescato a George Orwell para que su frase “el enemigo te convencerá con una sonrisa en los labios” sentencie este texto a modo de epitafio, cuando, curiosamente, en la publicidad nunca muere nadie.

miércoles, 23 de enero de 2013

¡Qué bien habla Obama!

Hace unos días Barack Obama tomó posesión de su cargo. Como en la vez anterior, los hubo quienes solamente estuvieron atentos a su discurso verbal, donde el presidente yanqui es una máquina de fabricar frases hechas, aderezadas con los mismos tics de todos los presidentes, incluidos los republicanos, la familia, el patriotismo y la religión, que son, en lo fundamental, los tres pilares de la moral antiguo-testamentista norteamericana. Pero más allá de la retórica, donde Obama es un encantador de serpientes progre-pop, tuvieron lugar las imágenes arrojadas por el acontecimiento, la puesta en escena, digamos, en términos cinematográficos.

La película de la toma de posesión de Obama solamente constata que todo cambia para que todo siga igual. No ha habido mandamás estadounidense que no haya jurado su cargo envuelto de iconografía neoclásica. Simetría burguesa elevada a la enésima libertad de clase media. Barroquismo saturante de símbolos patrios, barras y estrellas, horror vacui al por mayor . Uniformidad de uniformes neoliberales. Rostros pálidos, occidentales depredadores. Barbarie travestida de civilización... Y un largo etcétera.

Fijémonos en el escenario, de abrumadoras porporciones a lo largo, ancho y alto. Importante lo de la altura, el lugar desde el que la élite siempre se dirige a la masa. Aquí no se puede olvidar el sentido etimológico de "aristocracia", que es el poder de los distinguidos, y esa distinción solamente puede operar en el espacio, por alguien que protagoniza la acción desde ahí arriba, tan lejos y tan cerca, rodeado de los suyos, de la élite, una élite que continua siendo blanca...

Luego, el mismo ritual de juramento. La élite se legitima ante sus pueblos con incesantes chutes de rituales, de repeticiones, que dotan de significado a toda acción de gobierno y a toda legitimación de quien está ahí arriba, jurando ante ellos. A estas alturas, los códigos ya son incuestionables para el auditorio, es su puré de cada día; es ideología en estado puro, que entra por el ojo como si no pasara nada, cuando en el escenario está pasando todo.

Es espectáculo. Es telepolítica. Es la vida en directo. La élite siempre ha cautivado a los súbditos que la perpetuan en el Poder mediante el uso propagandístico de las imágenes. Por eso los medios de comunicación nos hablan siempre del contenido, espacio muerto donde no se significa nada.

jueves, 22 de noviembre de 2012

Boys against girls versus girls against boys

Una vez le escuché decir a Paolo Basile, consejero delegado de Mediaset España, es decir, jefe de Tele 5, que las cadenas privadas eran esos lugares en los que las empresas multinacionales anunciaban sus productos en sus pantallas y que, a cambio del dinero que recibían de los anunciantes, las cadenas podían salpicar la parrilla con contenido propio. Sí, algo así dijo Basile en un ejercicio de sinceridad que siempre es de agradecer. Las cadenas privadas como máquinas expendedoras de propaganda de productos, es decir, de estilo de vida, de ideología, etcétera. Esta fórmula deja los contenidos propios en un segundo plano desde el punto de vista de la comunicación global, algo que se debe extrapolar a la audiencia; las cadenas privadas, de esta forma, tienen la obligación de mantener sentada a la audiencia con el objetivo de que sean sometidos el mayor tiempo posible a los anuncios de las multinacionales.

La mayor dificultad de las multinacionales a la hora de anunciar sus productos es acertar con su público objetivo. Porque diferentes tipos de público consumen diferentes tipos de productos; así que las grandes empresas globales tienen que poner a trabajar a sus departamentos de marketing de cada país o territorios para saber dónde es más efectivo su mensaje, y dónde va destinado a esas personas cuyas características les harían perder el culo  por hacerse con sus productos. Target es el nombre ofical; masculino, femenino; por franjas de edad; por poder adquisitivo; por residencia en poblaciones pequeñas, medianas y grandes; etcétera. En publicidad nada escapa a ningún detalle; la minuciosidad es tal que, en la época de vacas gordas, se creó un target denominado 3.2; cuya traducción sería un público objetico de jóvenes treintañeros con un poder adquisitivo de más de 2.000 euros al mes; es el mejor, por su edad, por sus ganas de consumir y por su solvencia.

Conforme más temática en sus contenidos sea una cadena, mejor pueden apuntar las multinacionales con su público objetivo. Por ejemplo, el atajo es máximo cuando la cadena está diseñada para responder a las demandas de consumo del público infantil. No hay menor distancia entre una multinacional y su público que cuando el público en infantil; primero, porque el consumo de los niños es obvio por dónde apunta, y segundo, porque en edades tempranas se confunde realidad y ficción, de la misma forma que puede confundirse programación propia y propaganda multinacional.

Mi hijo, a punto de cumplir los 6 años, es un consumidor asiduo de Boing, otra de las cadenas del imperio Mediaset. Ayer, en uno de esos descansos de la programación propia de la cadena, estuvimos viendo juntos la propaganda multinacional. El peque está elaborando la lista de mes de diciembre, y la ecuación de Boing es juguetes, juguetes y más juguetes igual a niño le dice a papi "quiero esto, esto y esto".  

Hubo un momento en el que mi hijo, con tono desagradable, dijo ¡qué asco!, ese juguete es de niña. ¿Hay juguetes de niños y hay juguetes de niña?, le pregunté. Sí, me respondió sin dudar. ¿Y qué juguetes son de niño y qué juguetes son de niña? La respuesta: en los juguetes de niños salen niños jugando y en los juguetes de niñas salen niñas jugando. Bien. Es fácil de entender. Así es, en los anuncios de juguetes infantiles, la separación que se establece entre niños y niñas, a partir de los objetos que manipulan, es obvia. Además, es constante, y, en efecto, no es una acción gratuita. Las multinacionales enseñan a los niños a ser niños y enseñan a las niñas a ser niñas; y más, la televisión se convierte en una escuela (la verdaderamente efectiva) en la que se enseña a los niños y niñas a convertirse en los hombres y mujeres de provecho, de provecho para el interés de las multinacionales y para satisfacer las necesidades de su oferta.

Niños versus niñas. Actividad versus pasividad. Acción versus sentimiento. Azul versus rosa. Música nerviosa versus balada estúpida. Muñecos versus muñeca. Etcétera. Nos detenemos, a modo de ejemplo, en la pareja de contarios muñeco versus muñeca.




La bestia y las bellas

Los muñecos de niños suelen ser monstruosos, pero en el buen sentido de la palabra. Son bestias de una potencia extraordinaria; muchas veces dotadas de superpoderes que lo convierten en invencibles. Los muñecos de niños operan como auténticos avatares de los niños. Y otra cosa, los muñecos de los niños necesitan otros muñecos de niños..., para competir. Diríase que se sublima el valor de la individualidad que tiene que enfrentarse, competir, medir sus fuerzas, con otra individualidad. 

Las muñecas de niñas suelen ser monstruosas, pero en el mal sentido de la palabra. Son bellas muchas veces de un aspecto famélico; con unos atributos que potencian la estética de la superficie. las muñecas de niñas operan como auténticos avatares de las niñas. Y otra cosa, las muñecas de las niñas necesitan otras muñecas de niñas..., para competir. pero diríase que se sublima el valor de una individualidad atormentada que necesita compararse con las demás muñecas, con otras bellas famélicas, en competición por una belleza sin sustancia.

Por supuesto, una de las prioridades de mi hijo para las navidades es el muñeco de la izquierda, un monstruo de la serie animada Monsuno. Teniéndolo, mi hijo se confirmará a sí mismo que es un niño-niño, que aprende a ser un hombre-hombre, en cualquier caso, en una posición diametralmente opuesta al que, desgraciadamente, ocupan las niñas, preocupadas en cosas tontas, tal y como me dijo hace unos días.

La hegemonia masculina y masculinizante. Es lo que hay. Hombre sujeto y mujer objeto. Yo le digo, le hago ver, le doy la vuelta a su discurso, pero... me temo lo peor. La maquinaria expendedora de ideología capitalista es imparable. ¿Sería mejor prohibirle el consumo televisivo? Quién sabe. Bonus track.

domingo, 18 de noviembre de 2012

Israel eres tú

Hace dos semanas fotografié una imagen que vi en un magazine de fin de semana. Me pareció que contenía dentro un relato duro, y casi diríase que gratuito, por los dos personajes que lo protagonizaban y por la acción simulada [acción, entonces, reconvertida en un acto de comunicación] que tiene lugar. De primeras pensé que sería una buena imagen para poner en Facebook, precedida de alguna entradilla macarra, de las que me gusta poner de vez en cuando; pero se fue quedando atrás, en el olvido, sepultada por las nuevas imágenes que fueron entrando en el móvil. Hasta hoy, que la recupero, y que uso para poner fin a esta reflexión que aquí empieza. La fotografía retrata una escena callejera en una ciudad de Siria, país donde se está jugando una de las guerras mediáticas del momento.

Comenzamos. Se nos olvida, no sabemos o no queremos saber, que Hollywood lo fundaron cuatro magnates judíos. Solamente el nombre [holy=sagrado] nos remite a la religiosidad de un lugar que fue, ha sido y será [de momento] la máquina expendora de las historias cinematográficas que más consumimos. Todavía hoy, la industria cinematográfica yanqui está movida por unos hilos cuyas manos continúan siendo los lobbies judíos de toda la vida. ¿Hace falta recordar que la palabra Israel significa, literalmente, "el que lucha por Dios"? Se nos olvida, no sabemos o no queremos saber, que Hollywood e Israel son dos cachos de esa tierra que los judíos consideran prometida en los textos sagrados...

Es obvio que el paralelismo yanqui-judío no termina aquí. Ambos países han hecho de la ocupación su forma de estar en un territorio; y su forma de ser, la invasión y el colonialismo más brutal, impidiendo a los habitantes originarios ser y estar. Ambos son países exterminadores, en tanto que su nacionalidad es completamente excluyente, y la defensa de semejante nacionalidad, que ha logrado mantenerse refugiada en la idea de Estado, ha sido siempre la que han dictado los tanques. Los Estados Unidos mantienen a los indios acorralados en sus reservas; mientras que Israel mantiene asfixiados en dos cachos de tierra a los palestinos. Hay una diferencia: los indios ya han sido vencidos y sometidos por la civilización blanca, mientras que los palestinos resisten a la presión judía y al ninguneo mundial.

Volvemos a Hollywood. Se nos olvida, no sabemos o no queremos saber, qué tipo de historias nos cuentan los primeros western fabricados en aquellos primeros decorados de la pujante industria cinematográfica de principios y mediados de siglo XX: rostros pálidos a la conquista de una tierra también prometida. Objeto-tierra que solamente estaba en poder del rostro pálido una vez que había aniquilado o anulado la voluntad de los propietarios legítimos del objeto-tierra. Con personajes antagónicos: rostro pálido duro versus indio salvaje. El relato civilización versus barbarie en las pantallas oscuras, desde bien pronto, en un discurso cuya repetición legitima la ocupación y lo que haga falta. En los Estados Unidos, país joven, sus primeras generaciones se contaron su historia a sí mismos de esta manera que después se espectacularizó a través de estos western. Al tiempo que había un relato que legitimaba un pasado, aquellos western también contenían un futuro; porque anticiparon de alguna manera, gracias a la autoría de la etnia de sus autores y de sus productores, lo que estaba por venir en Palestina. 

Y se nos olvida, no sabemos o no queremos saber que hemos estado sometidos sin descanso a este mensaje, lo cual nos ha construido como espectadores ideales de toda esta ideología yanqui-israelí. Aunque tengamos contradicciones, como colectivo, estaremos siempre del lado de los rostros pálidos, no porque simpatizamos con ellos o porque sean de los nuestros, sino porque nosotros ya somos esos rostros pálidos.

El ejemplo del western es solamente una muestra de cómo las industrias culturales yanqui-israelís han sido, son y seguirán siendo hegemómicas en el panorama global, porque han logrado controlar siempre el mensaje. Siempre han controlado la producción y la distribución de su ideología-mercancía, expandida al por mayor por el resto del mundo. Y quien domina la industria de la cultura, es decir, las del ocio y del entretenimiento, domina la mentes, porque es quien termina imponiendo un estilo de vida a través de las historias que cuenta, en aquellos lugares del mundo donde ha podido exponerlas sin filtro ni resistencia. El cine, los medios de comunicación y las agencias norteamericanas han bombardeado sistemáticamente el mundo con ideas y símbolos yanqui-israelís, y, de esta forma, las terminan colonizando [léase Seis compañías judías poseen el 96% de los Medios del Mundo]. ¡Decir esto a estas alturas...! ¿Se nos olvida, no sabemos o no queremos saber?

También sabemos que aquellos países que no se han dejado violar culturalmente han sido bombardeados con bombas y, directamente, invadidos militarmente. Estas son las reglas del juego; practicadas en todo el mundo por Estados Unidos, y, en su entorno, por Israel. Es el postwestern.

Todo esto explica, parcialmente, la pasividad europea con respecto a las múltiples agresiones de Israel sobre un pueblo como el palestino. Los europeos ya somos post-yanqui-israelís, lo cual habla de cómo una mayoría europea asume con normalidad la violación sistemática del Derecho Internacional y de los Derechos Humanos que el ejército israelí comete sobre suelo palestino y sobre ciudadanos palestinos, respectivamente...

Porque Israel y Estados Unidos eres tú, soy yo, somos nosotros, los rostros pálidos, los terroristas forajidos, la resistencia solamente puede ser terrorista-cultural, contra esos símbolos [buen rollistas] con los que nos siguen bombardeando, una y otra vez, una y otra vez, a pesar de que ya hayamos sido vencidos hace tiempo. Con esa hipotética victoria cultural sobre la maquinaria funesta yanqui-israelí [victoria imposible a día de hoy] comenzaríamos a asumir como barbarie lo que desde hace más de un siglo se nos viene narrando como civilización.

Así que no más cuentos: pim-pam-pum.  



domingo, 10 de junio de 2012

Ciudadanos de un lugar llamado mundo



LA TEORÍA (según Friedrich Nietzsche)
¿Perjudicamos a la virtud los inmoralistas? Tan poco como los anarquistas a los príncipes. Cuando más se afirman en sus tronos, es después de haber disparado contra ellos. Moraleja: hay que disparar contra la moral.


UN PLANO: LA MORAL CONTRA LA QUE HAY QUE DISPARAR (anuncio para el verano de 2012 de la multinacional francesa Orange)


UN CONTRAPLANO: REMATE, A MODO DE CONCLUSIÓN (un artefacto audiovisual de cosecha propia de hace unos años)





jueves, 8 de septiembre de 2011

Ataque-ContraAtaque / Plano-ContraPlano


Título del libro: En la cama con el enemigo
Subtítulo: Contra los políticos untados de petróleo, los empresarios que se benefician de las guerras y los medios de comunicación que los encubren
Autores: Amy Goodman y David Goodman
Texto copiado integramente de la página 34
*El único paréntesis del texto es un añadido mío.


Irónicamente, uno de los temas que estábamos cubriendo [los autores se refieren a un programa de Radio Pacífica, de Democracia Now!] mientras los aviones se estrellaban contra el World Trade Center era la relación que existía entre el 11 de septiembre - en este caso, el 11 de septiembre de 1973 -, y el terror. Fue ese día cuando Salvador Allende, que había sido elegido democráticamente líder de Chile, murió en el palacio presidencial en Santiago mientras el general Augusto Pinochet y el ejército chileno se hacían con el poder. Las fuerzas de Pinochet recibieron el apoyo del entonces presidente Richard Nixon y del secretario de Estado Henry Kissinger, y dispusieron de la ayuda financiera de dos grandes compañías multinacionales que operaban en Chile, Anaconda Copper e ITT, ambas con estrechos vínculos con la Administración republicana. Hacíamos ese programa porque habían salido a la luz documentos desclasificados que implicaban todavía más a Kissinger y Nixon en aquel golpe y en la subida al poder de Pinochet, quien dirigió un reinado de terror que duró diecisiete años.

Kissinger una vez comentó que no veía ninguna razón por la que a Chile debiera permitírsele "volverse marxista" simplemente porque "su gente es irresponsable". ¿El resultado? Como ha contado Peter Kornbluh, del Archivo de Seguridad Nacional, el invitado de nuestro programa aquel día, "Pinochet asesinó a más de tres mil cien chilenos, hizo desaparecer a mil cien y torturó y encarceló a muchos más. Clausuró el Congreso chileno, prohibió los partidos políticos, censuró la prensa y se hizo con el control de las universidades. A fuerza de decreto, pistola y descarga de electrodo, impuso una dictadura de diecisiete años que llegó a ser sinónima de abusos de los derechos humanos en casa y de atrocidades terroristas en el extranjero".

domingo, 4 de septiembre de 2011

Spam y circo

La semana pasada vi los "MTV Video Music Awards 2011". Nunca antes los había visto, así que, cuando me topé con ellos en un ejercicio de zapping, me quedé, por curiosidad. Del espectáculo [porque, me guste o no, la cosa es espectacular] dos cosas me llamaron la atención: la religión y el racismo que emanaba de cada una de los hechos que tenían lugar en el show

La religión estaba presente en la mayoría de los discursos de los premiados [las gracias a Dios, a Jesús, a la familia, etcétera] y, también, en la descomunal puesta en escena, con un "altar" principal y con varias "capillas" auxiliares, donde se alternaban las actuaciones y las entregas de premios. Para más "inri", cuando Beyonce anunció su embarazo, parecía la mismísima virgen, que se señalaba la barriga sin presencia de macho alguno. No hay duda, Dios ve la MTV...

Admito que leer la MTV en parámetros religiosos pueda no ser más que un derrape subjetivo, pero con lo del racismo la cosa cambia. Y esto es precisamente lo que voy a tratar de explicar a continuación. Buena parte de las actuaciones estuvieron protagonizadas por negros, por negros raperos, para ser más exactos. Lo mismo podría decirse de los planos de los artistas invitados al evento, muchas veces compuestos por grupos de negros, de negros raperos, con sus gorras, sus cadenas de oro, sus gestos, y con su extroversión y "naturalidad" frente a las cámaras.

Aquí es preciso pararse a discernir qué tipos de negros salen en la televisión americana. Son muy pocos; un tipo es el ya citado, negros que salen en los shows de la MTV; otro, los jugadores de la NBA. Antes de citar el tercero y cuarto tipos de negros, habría que decir que estos dos primeros grupos corresponderían a un mismo estereoripo, el del negro que entretiene, de forma positiva, digamos. En el tercero entramos en el tipo negativo, el delincuente, el asesino y el habitante de cárceles y corredores de la muerte. Este tipo de negro es, quizás, el que más se consume en los hogares norteamericanos, a través de sus televisiones, y en formatos tanto de ficción como de información. El cuarto tipo de negro que se consume en los Estados Unidos es, desde 2008, Barack Obama, que sustituyó a Condoleezza Rice y Collin Powell.

Que los negros sean los protagonistas de las historias sería un detalle sin importancia de no ser porque el contraplano de esas historias lo conforman, paradójicamente, los blancos. Bastaba con mirar los planos del público de la gala de la MTV para ver una aplastante mayoría de blancos. Sí que había algún negro, de la misma forma que también había blancos entre los artistas invitados y los protagonistas de las actuaciones, pero en porcentajes muy inferiores. Que la mayoría de invitados al show fueran blancos da una pista más que fiable del espectador-tipo que consume el producto-MTV desde sus casas. Entonces, podría decirse que los negros son un producto de consumo televisivo de los blancos. ¿Sería excesivo llamarlo tele racismo? No sé, lo cierto es que el negro termina siendo consumido por un sujeto blanco. O, dicho de otra forma, la clase media blanca norteamericana quiere a lo negros, pero dentro de sus televisiones, en las imágenes, en condición de objetos...

¿Os habéis fijado en el público asistente a un partido de la NBA? Son en su mayoría blancos, que disfrutan del espectáculo que les regala una mayoría de negros sobre el parquet. Me pregunto si esta distribución que se genera [negros jugando, blancos mirando] únicamente tiene que ver con el filtro económico que provoca el coste de la entrada; también, si esta misma proporción se podría extrapolar a los domicilios particulares de los que ven la televisión en los Estados Unidos. No sé. Lo cierto es que la hegemonía del poder [a pesar de la anécdota del cuarto tipo, Barack Obama] sigue siendo blanca en Norteamérica, lo cual nos indica que la distribución es más un asunto de clases que un asunto económico; el económico derivaría de la supremacía ideológica de unos, los blancos, sobre los otros, los negros. Un clasismo blando si se quiere, pero clasismo al fin, que en el caso yanqui incluye el racismo ideológico en el que ha devenido la [no tan] vieja situación de esclavitud de la población negra por parte de la población blanca.

Un caso similar al de la NBA, pero relacionado al mundo del futbol, me llamó la atención hace unos años. Fue durante el Mundial de Alemania de 2006. La selección de fútbol de Ecuador estaba formada casi integramente por jugadores negros. Cuando la realización de los partidos nos llevaba hasta el público, hasta los seguidores ecuatorianos que se habían desplazado a Alemania para seguir el campeonato de su selección, todos, sin excepción, eran blancos. Entre el público no se encontraba ni siquiera el tipo de ecuatoriano que todos tenemos en el imaginario, el indígena. Después pregunté a un conocido mío, ecuatoriano, del tipo indígena, si sabía por qué ocurría esto. Me respondió que los negros de Ecuador son los más pobres del país, los que se amontonan en las ciudades costeras buscando los trabajos más ingratos. Ellos, los indígenas, conformarían una suerte de clase media, que es la única que tiene opción de desplazarse a otros países para trabajar, en vista de que en su país no pueden. Mientras, los blancos serían los ricos; en el caso de Ecuador, los descendientes de los españoles que no se han mezclado con las poblaciones autóctonas desde hace más de 500 años.

Los casos de Ecuador y de la NBA ejemplifican la distribución del capital a través del espectáculo deportivo, algo que en el caso de los shows de la MTV, se conforma a través del espectáculo musical o del entretenimiento.

Históricamente también el fútbol mundial se ha nutrido de la clase baja para construirse sus mitos. Pelé y Maradona, por ejemplo, provienen de las clases más bajas de sus respectivos países. En general, el fútbol ha sido un deporte de extrarradio, digamos, para entendernos [la excepción sería, curiosamente, Estados Unidos, en donde la mayoría de jugadores de fútbol provienen de la clase media blanca]. Y no sería exagerado afirmar que el fútbol, sobre todo en sus inicios [pero todavía también un poco ahora], fuera un deporte de muchachos que, gracias al futbol escaparon de su porvenir obrero, en el mejor de los casos, o de su porvenir delictivo, en el peor. Este ejemplo casa perfectamente con los negros que juegan en la NBA. ¿Dónde estarían de no haber sido jugadores de élite del baloncesto? O bien en la calle, o bien en la cárcel, o, en el mejor de los casos, rapeando en un show con público blanco.

No hay que olvidar que los antiguos gobernadores de los territorios romanos se intercambiaban a los gladiadores como cromos. También había mucho dinero de por medio, para pagar a las stars-system del momento. Los gladiadores habían sido esclavos y ahora servían como carne de espectáculo que consumían las clases dominantes. Hubieran acabado muertos de no haber sido por que fueron los elegidos para el show del momento. Los gladiadores, también, disfrutaban de la compañia de las mujeres más bellas del lugar, algo que sigue ocurriendo con los jugadores de élite de fútbol en Europa y de baloncesto en Estados Unidos. 

Spam y circo.

martes, 3 de mayo de 2011

Tipos de fuera de campo [incluye un examen al final]


NOTA 1: La teoría que aquí se expone se ha extraído, íntegramente, de Fuera de campo: la importancia del espacio en blanco.

NOTA 2: Si así prefiere, puede saltarse la parte teórica y empezar el examen que hay a continuación.



Fuera de campo externo objetivo:

Es lo que no se ve de lo observado, bien porque la escena no se refiere a ello, bien porque queda fuera de escena momentáneamente o bien porque deja una parte fuera de ella. En primer lugar responde a consideraciones de economía en la representación, que se ahorra una definición total del entorno y lo muestra sólo con algunas de sus partes. Pero más a menudo pretende enfatizar, dentro del marco general, un aspecto relevante de la historia. Es el caso de los primeros planos que se centran en la expresión de la cara y prescinden de la figura completa. Cuando algo desaparece momentáneamente del campo o sólo se anuncia con una parte, se consigue empujar hacia una nueva ilustración que satisfará la expectativa creada. Pero la mera ausencia de algo no es suficiente para que aspiremos a ello. Si se quiere que el fuera de campo objetivo sea eficaz, su falta debe ser previsible y evidente, para lo cual se habrá anunciado antes con indicios y planos de situación, o con una porción que sea suficiente para completar el todo (...).


Fuera de campo externo subjetivo:

Es lo que no se ve del observador. Indefectiblemente, el espectador se evidencia por la misma selección de una escena en cuanto es observada. El que mira, por la limitación física de la semiesfera escópica no puede estar incluido en su propio campo visual, pero se hace presente cuando opta por un punto de vista y también mostrando huellas suyas, como el borde de unas gafas o una mano que dibuja. (...) En todos los casos se dirige su mirada para asignarle un valor subjetivo y diegético. Esta presencia sutil de la mirada es uno de los principales instrumentos de suspense porque hace del espectador un actor más. Ya que el mundo del observador no es visible por definición, se manifiesta normalmente con cambios de punto de vista sucesivos, que hacen evidente el movimiento perceptivo y proponen distintas posiciones respecto a la historia, que van desde la asepsia de un plano general hasta la implicación de ver con los ojos del protagonista.


Fuera de campo externo omnisciente (puesta en abismo):

Es lo que no se ve del sistema productivo que el observador tiene a su alrededor. Propiamente es el desplazamiento más hacia atrás del fuera de campo subjetivo, rebasando la posición del observador e incluso de la
escena, hasta contemplar el aparato mismo de expresión. Así se informa a la vez sobre la representación y el mecanismo. Se consigue que la representación incluya los artificios utilizados para realizarla. La escena aparece junto a lo obsceno (lo que está alrededor de la escena). Se multiplican los puntos de vista y se da noticia a la vez de la realidad, de su manifestación formal y del proceso de ficción empleado para construirla y analizarla. La puesta en abismo suele aparecer al final de la experiencia visual, como una treta que devuelve al espectador a su condición segregada, y le hace respirar tranquilo recordando que todo aquello era una ficción. Tiene carácter de metalenguaje o reflexión sobre el propio medio, típica del momento actual de cierta madurez, en el que los nuevos autores se ven en la obligación de citar a unos clásicos cada vez más establecidos.


Fuera de campo interno:

Es lo que no se ve del campo, una ausencia sorprendente, porque el ojo privilegiado del observador acepta no ver más allá de la escena, pero no espera que se le oculten cosas dentro de ella misma. Esta modalidad
introduce la tensión de una carencia en el espacio mismo, además de la que ya hay respecto al mundo exterior.


Imagen:


Examen:

1. Responda con qué tipo de fuera de campo de los descritos arriba trabaja el autor de esta imagen.

2. ¿Qué intenciones tiene el autor de la imagen al "esconder" el contra-plano de este plano?

3. ¿Qué cree usted que es el contra-plano de esta imagen?

a) lo que están mirando los personajes de la acción o
b) usted mismo mirando esta imagen.

Razone su respuesta.

4. ¿Qué tipo de espectador construye el relato de esta imagen?

5. Describa, en una frase, el relato de esta imagen.

6. En caso de que la hubiera, ¿dónde reside la parte de ficción del relato de esta imagen? Razone la respuesta.

7. En caso de que la hubiera, ¿dónde reside la parte documental del relato de esta imagen? Razone la respuesta.

8. Una vez respondidas las preguntas 6 y 7, ¿qué porcentaje de ficción y qué porcentaje de realidad asignaría usted a esta imagen? Explique el porqué.

9. Con la información que usted ha obtenido meditando y contestando a las preguntas anteriores, ¿cree que detrás de esta imagen hay una puesta en escena?

10. Con respecto a los personajes que protagonizan la imagen, ¿qué función ejerce su mirada?

a) que miremos hacia otro sitio o
b) que no miremos.

Esta última respuesta no es preciso razonarla.

sábado, 26 de marzo de 2011

Poder y espectáculo, valga la redundancia

Una lectora del Blog Abisal, Marcela, dejó escrito el siguiente comentario en la entrada anterior "Nosotras, las putas intelectuales":

Ayer Sinde dijo que ella hace teatro en el congreso y en el senado -con minúsculas-; antes de ayer Trini dijo que [lo de Libia] es una guerra humanitaria; y Rubalcaba, preguntado por el caso Faisan, se atrevió a frivolizar diciendo "sin tí no soy nada"; los del PP se unieron a Eurovisión.

Sucio, denigrante, caro, y fuera de la realidad, la política ha degradado la democracia que carece de todo y solo es una marca.

Marcela, la réplica a tu comentario es larga y me veo obligado a elaborar una entrada nueva.

Una mirada retrospectiva hacia el pasado nos muestra que el Poder no ha cambiado tanto sus prácticas como pensamos.  Quiero decir que esa suciedad de la que hablas nos acompaña desde la democracia griega.

Vuelco el contenido de una parte de los apuntes que tomé de la asignatura "Opinión Pública", impartida por Ander Iturrioz, profesor de la Universidad del País Vasco (UPV-EHU).

Subrayo lo que conviene para el caso:


ALGUNAS CONSIDERACIONES METODOLÓGICAS

La metodología de estudio de la Opinión Pública y de la propaganda, como se ha dicho con los paradigmas, es igualmente diversa. Hay autores que parten de la Antropología Política; otros, de la historia comparada de la Antigüedad Clásica; otros, de la primera modernidad (Renacimiento, Ilustración); otros, de la Modernidad; y, finalmente, en la actualidad, de la Post-modernidad. Desde aquí se van a mencionar diversos autores que hablan desde la Antropología Política.


Guy Debord: poder y espectáculo

Debord publica en 1967 su obra más conocida, La societé du spectacle (La sociedad del espectáculo), “en la que denuncia la mutación que el capitalismo hace del pensamiento por el espectáculo como sustrato ideológico de dominación” (INFOAMÉRICA). Poder y espectáculo, entonces, son una misma cosa:

Tecnología, cultura y medios, que gratifican al individuo y lo seducen, son también para Debord instrumentos de sometimiento al servicio de la racionalidad de la economía y del mercado. Instrumentos que desarrollan hábitos de sumisión, desarme del individuo como ser social, cosificación, falsas necesidades (INFOAMÉRICA).

Para Debord, lo más moderno es también lo más aracaico; y todo poder separado ha sido siemrpe un poder espectacular, incluido el “poder” en las sociedades indivisas, de las que hablamos en el capítulo siguiente.


Cliffort Geertz: rituales de poder

Geertz es el “creador del método etnográfico, basado en el estudio descriptivo (la ‘descripción densa’) e interpretativo de los sistemas culturales a través de pequeños grupos de individuos en su propio entorno” (INFOAMÉRICA). En sus estudios afirma que el fenómeno de las luchas de poder son un tema universal y recurrente en todas las culturas y grupos humanos, independientemente de la cantidad de individuos que tengan. 

También, que el arte del gobierno es un arte dramático donde escenificación, interpretación y ritualización son rasgos naturales de todo poder. Los trabajos de este autor norteamericano “abordan los ámbitos del poder, el cambio político y económico, los mitos, la religión, la familia, etc” (INFOAMÉRICA).


Georges Balandier: el estado espectacular

Balandier, autor francés, afirma que la vida social y, en especial, el poder, se basa en la teatralización. De esta manera surge un Estado espectacular en el que su poder se hace ver de manera constante por medio de representaciones y escenificaciones diversas donde se legitima a sí mismo

La fuerza del teatro se impone en todas las formas, regímenes y tiempos: las conmemoraciones, las manifesaciones, el lujo y la suntuosidad son los recursos de legitimación más utilizados.


Pierre Bourdieu: la violencia simbólica del poder

En parámetros similares a los de Debord, para Bourdieu, “más que hablar de 'sociedad de la información', es necesario hablar de 'sociedad del espectáculo'. El poder no es tanto el poder de hacer, el poder político, como el poder contar, el poder mediático” (INFOAMÉRICA).

Para este prolífico sociólogo francés, el problema fundamental de la filosofía política es la legitimidad porque el poder habitúa a normalizar y normativizar hechos arbitrarios. Para la consecución de sus fines, el poder hace uso de una violencia simbólica.

Sobre los discursos y su capital simbólico, Bordieu afirma que la competencia lingüística de cualquier orador no explica el éxito de su discurso, y que el discurso del poder incorpora claros signos de autoridad lingüística externa. Todo discurso precisa condiciones litúrgicas previas.


Michel Foucault: el imprescindible estudio de la genealogía política

Para Foucault, el estudioso del poder, para comprender la modernidad es necesario rescatar los principios secuestrados (y ocultos) por la modernidad.



[BOLA EXTRA: LA FOTO DEL DÍA]

[Personajes: el Presidente de Gobierno español, algunos de sus ministros y 37 representantes de grandes empresas y entidades financieras españolas]

[Escenario: un salón de La Moncloa, espectacular por su tamaño, por su diseño, y por el vacío que media entre los personajes]

[Obra, u objeto particular: el poder económico se representa a sí mismo poniéndole nota a las últimas reformas políticas del Ejecutivo español]

[Objeto global: un acto propagandístico del Poder] 

[Público: nosotros, es decir, nadie]