martes, 29 de mayo de 2012

La muerte según cuatro hombres que ya no existen (segunda parte)

La muerte según Miguel Delibes Setién (autodenominado Miguel Delibes, novelista), muerto en Valladolid el 12 de marzo de 2010:



La muerte según Salvador Domènec Felip Jacint Dalí i Domènech (autodenominado Salvador Dalí, pintor surrealista), muerto en Figueres el 23 de enero de 1989:



La muerte según Jaques Derrida (autodenominado Jaques Derrida, pensador y filósofo), muerto en París el 8 de octubre de 2004:



La muerte según Steven Paul Jobs (autodenominado Steve Jobs, empresario y magnate informático), muerto en California el 5 de octubre de 2011:



NOTA: Enlace de La muerte según cuatro hombres que no existen (primera parte), con Monseñor Escrivá de Balaguer, Jacques Lacan, Ingmar Bergman y Carl Jung.





lunes, 28 de mayo de 2012

Rabia

Ganas de rugir, de escupir a la gente a la cara, de golpearla, de pisotearla… Me he ejercitado en la decencia para humillar a mi rabia, y mi rabia se venga de mi tan frecuentemente como puede (E.M.Cioran)

miércoles, 16 de mayo de 2012

Una generación, 31 años

Un día uno de mis tíos mayores, mientras comíamos, me contó esta historia sobre mi padre. Veo que comes la comida casi hirviendo, me dijo, igual que hacía tu padre. ¿Sabes por qué tu padre era capaz de comer tan caliente? No. ¿Nunca te lo contó? No. Comíamos todos de la misma cazuela, cuando la cazuela todavía estaba encima del fuego. Tu padre era de los pequeños y aprendió muy pronto que si no se andaba listo se quedada sin comer.

Mi padre se murió sin haberme contado apenas su vida. Recuerdo que las pocas veces que se detuvo a hacerlo usaba casi siempre la primera persona del plural, en un discurso que, intencionadamente o no, le arrancaba a él mismo de su protagonismo para dejar en primer término el contexto colectivo con el que lo explicaba todo: de pequeños pasamos mucho hambre...; el abuelo nos dio muy mala vida...; tuvimos que salir del pueblo para trabajar...; etcétera.

Con esto..., ¡cómo olvidar una de las pocas historias que mi padre me narró en primera persona...! Más o menos así... En casa no había dinero. A los 6 años mi padre me metió a pastor. Mi madre decía que era todavía muy pequeño para pasar las noches cuidando ganado. Pero mi padre no pensaba igual. Así que a los 6 años dejé el colegio y me puse a cuidar cabras. Todavía recuerdo el aullido de los lobos por las noches y cómo me dormía al raso temblando de miedo pensando que vendría un lobo y se me comería vivo.

Sí, los contextos que construyeron a mi padre fueron la postguerra, el político, y el hambre, el vital; y la angustia, una de sus pocas primeras personas del singular.

Y más, un contexto social. Mi padre fue niño criado de muchos amos. Creció criado y, cuando terminó el servicio militar [en donde le enseñaron a leer, a escribir y hacer operaciones aritméticas básicas] dejó el pequeño pueblo donde nació para buscarse la vida en una gran ciudad para convertirse en obrero asalariado. A decir verdad nunca dejó de ser criado de varios trabajos...; de una fundición, de varias obras de construcción, de varias fábricas industriales... También tuvo largos periodos de paro.

En una frase, la casa de mi infancia fue una casa alquilada sin bañera. En temporadas largas se quedaba sin agua caliente, y en verano, se metía todo el agua de las tormentas a través de las ventanas... Ese es mi recuerdo de niño..., una infravivienda, según baremos actuales. Es la casa cuyo alquiler podía pagar sin asfixiarse una familia obrera recién instalada en la vida urbana.

Vuelvo a la historia. Cabe decir que entre mi padre y yo únicamente media una generación, cuya diferencia temporal se sitúa en los 31 años. Recuerdo esta cifra, y recuerdo estos fragmentos de la biografía de mi padre cada vez que alguien me dice que nunca habíamos estado tan mal como estamos ahora.

Es falso que en la actualidad estemos peor que nunca. Se suele abusar de esta exageración para ilustrar en pocas palabras el descontento social que se vive en esta crisis económica que estamos sufriendo. Ese "estamos peor que nunca", o "no hemos conocido crisis igual", y un largo etcétera, forman parte de la retahíla de eslóganes que circulan primero, desde los medios a sus audiencias [nosotros], segundo, de nosotros a nosotros, y, tercero [ahora de actualidad] desde los grupos de indignados hacia los medios... La proliferación de eslóganes es tal que la palabra parece haber muerto. Y de todos es sabido que esos despojos literarios que son los eslóganes, sirven a la perfección, claro, para vender humo, como tan bien saben las agencias publicitarias y las grandes marcas...

La devaluación del pensamiento por la escasez de un lenguaje articulado más allá del trazo grueso es una más de las consecuencias de la crisis [de la intelectual, anterior a la económica], y de la que muy pocos hablan. A diferencia de la económica, la crisis intelectual nos afecta a casi todos. Unos pocos [todavía] han perdido sus salarios y sus casas; pero unos muchos ya han perdido su capacidad de comprensión y crítica, se han dejado robar el lenguaje bajo la promesa de ganar la libertad de expresión. Se me dirá que es peor perder la casa que la palabra. Discrepo. Pero ese no es el tema...

Hablamos de Twitter, en cuya comunicación fugaz manda la pretensión de impactar sobre el receptor. Comunicación muchas veces a trompicones, atropellada, castrante, con palabras que se hilvanan con la urgencia y la sorpresa de una cornada. Lenguaje hemorrágico: pierdes palabras que se vierten a ningún sitio. Estamos en ese punto en el que solamente el sensacionalismo logra conmover al otro a través de atajos amarillistas y, casi siempre, tramposos.

El contexto está tan saturado de exageración, de drama y de fingimiento..., la puesta de escena es tan barroca..., que es imposible distinguir la forma del fondo. El contexto, sin palabras, con eslóganes, es ruido, ruido bruto. La anti-comunicación. La imposibilidad misma de asimilar, escribir y reescribir aquello que entre el ruido asoma denominado como "crisis". El resultado de la distorsión no tiene por menos que ser la historia ninguneada, todas las historias de la Historia, ninguneadas. Tan ninguneadas de historia, antecedentes y contexto que, alegremente, se dice que estamos peor que nunca, como si la historia empezara en los 90.

Mi caso particular no es ejemplo de nada, pero de forma individual me sirve para convencerme de que no estamos peor que nunca. Me sirve, también, para luchar, sobre todo, contra mi mismo, contra la inercia impuesta del pesimismo, la desgana y la desesperación, y también contra mi continua tentación de aniquilar la comunicación, de dejarme morir en la crisis, de abandonarme a la corriente sensacionalista, de alcanzar el esl-o(r)ga(s)mo a precio de saldo. Es más, ese "estar peor que nunca" esconde en su reverso otras cosas que sí están, si no peor que nunca, sí en evidente declive con respecto a épocas no muy pasadas.

Ese "estar peor que nunca" esconde, a poco que se escarbe, nuestros brazos caídos. Y nuestro atontamiento sistemático. Y la radical domesticación de nuestro estilo de vida. Y el entretenimiento al que nos someten, sin descanso, las industrias de la diversión masiva. Y esta narcotización profunda en la que ni soñamos ni deseamos. E, incluso, esa indignación sin rabia de última hora, diseñada en los despachos del poder,  cosmetizada para dar buenos planos a las televisiones, donde la moneda de cambio es el marketing puro y duro [el mundo de los eslóganes] y, también, la tecnología que nos hace creer que somos libres de contarlo a través de nuestros aparatos a la última.

Asumo que mi discurso cojea de "defectos" que se han criticado más arriba, pero es un discurso. Hago trampa, pero es un comienzo... Y de comienzos estamos faltos...

No estamos peor que antes. Sí, es un [contra]eslogan, pero escapa lo suficiente de la desesperanza... Porque yo a los 6 años estaba en primero de EGB: ya había empezado a leer y a escribir. Y a los 18 fui objetor de conciencia porque, además de ser izquierdista, sabía que el servicio militar no iba a aportarme nada. Y a la edad que mi padre emigró del pueblo a una ciudad yo emigré de esa ciudad a una ciudad más pequeña. No estamos peor que antes... No lo estamos.


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