sábado, 30 de noviembre de 2013

A.K. (Chris Marker, 1985)

Fotograma de "Ran" (Akira Kurosawa, 1985)

"A.K." es el poso de la mirada de Chris Marker sobre Akira Kurosawa durante el rodaje de "Ran". 

Nada que decir; todo por ver. Play.

martes, 26 de noviembre de 2013

Canciones para antes de una guerra (8) / "Ingràvid" (Balago, 2013)

lunes, 25 de noviembre de 2013

Cinco párrafos largos

[Fotograma de Bakushû, Yasujiro Ozu, 1951]

Uno, la película. "Five" es el nombre del homenaje que el director iraní Abbas Kiarostami hizo en 2003 al cineasta japonés Yasujiro Ozu. El subtítulo de la película es "Five Long Takes dedicated to Ozu" [Trad: "Cinco tomas largas dedicadas a Yasujiro Ozu"], que indica, en toda su sencillez y grandeza, la naturaleza de su apuesta formal, donde Kiarostami contempla el mundo a través de una cámara de vídeo, solo (sin équipo de rodaje), en cinco miradas convertidas en cinco planos-secuencia.

Dos, la contemplación. Kiarostami homenajea a Ozu regalándonos el ejercicio de la contemplación, esa forma oriental de ser y de estar, y, necesariamente, de mirar. Mirar sin esperar nada. Mirar sin más. Y escuchar, claro, pero sin esperar nada tampoco. De esta forma, "Five" es un colirio para nuestra sucia mirada occidental, atiborrada de significados y expectativas, que se amontonan en todos los planos, en un universo fílmico gobernado por la velocidad, con planos cada vez más cortos, para imprimir más y más celeridad. Eso, "Five" es un frenazo en seco, un colirio que limpia nuestra mirada, un regalo. "Five".

Tres, el cine como lenguaje universal. Incluso las personas que aparecen en "Five" son tratadas como un elemento formal más, con un peso similar a las otras presencias (no humanas) que salen en el film. Otra hostia bien dada en las carrilleras occidentales, en cuyas butacas es imposible degustar nada donde la figura humana no sea omnipresente. Y sin hombres ni mujeres no puede haber diálogos. Las imágenes y los sonidos conforman el tejido de una lengua universal, el cine, que sabemos todos, que nos comunica a cada uno de los espectadores, estemos donde estemos, y seamos de donde seamos, solamente eso, el cine como lenguaje universal. "Five".

Cuatro, el viaje hacia la abstracción. Las cinco tomas largas de "Five" construyen un relato que transita del día a la noche. Pero hay más relatos en este poema audiovisual de Kiarostami: de la figuración a la abstracción; de lo que se ve a lo que es escucha; de lo que se piensa a lo que se siente; de la mirada que quizás busque la luz, a pesar de la contemplación, a la mirada rendida a la oscuridad, entregada a una nada que se escucha. "Five".

Cinco, la experiencia del tiempo. Juntos, todos los relatos que caben en "Five", logran una magia que hoy en día es muy difícil de experimentar, que el tiempo de todo el relato sea casi idéntico al tiempo de la experiencia del espectador. Si hay un tema en "Five" es el paso del tiempo, un transcurrir solidario del tiempo entre el que pone la cámara donde la pone, Kiarostami, y los que vemos las imágenes, nosotros mismos. La tecnología al servicio de una experiencia existencial compartida. De ahí la magia. "Five".

Bonus track: la narrativa de un palo. Para los niños más perezosos, o para aquellos que sean proclives al aburrimiento cuando les sacan de sus guarderías, recomiendo los diez primeros minutos, donde un plano secuencia del devenir de un palo en la orilla del mar termina en tragedia. La suerte de los grandes: Kiarostami logra contar una historia trágica con dos elemenos, el mar y un palo. Lo entenderéis cuanco le deis al play. Menos es más. "Five".

"Five". Play.


sábado, 23 de noviembre de 2013

El día que conocí a Robe Iniesta



Conocí a Robe Iniesta por casualidad. Calculo que sería muy a finales de los 90, cuando yo vivía en Zaragoza. La casualidad, el accidente, reside en que había invitado a un amigo de Madrid a pasar unos días en mi casa con la excusa de las fiestas del Pilar, y este amigo trabajaba entonces en Organización de Eventos para una empresa que, precisamente, era la que se encargaba de la seguridad del concierto que Extremoduro iba a dar en Zaragoza, incluido en el programa de Ocio y Cultura de las fiestas patronales de aquel año. En resumen, que mi amigo propuso ir al concierto porque entraríamos sin pagar un duro. Yo, al principio, que ni hablar, pero había más gente en el grupo que sí quiso, y allí fuimos, el día señalado. De no haberse dado esa circunstancia yo no habría conocido nunca a Robe Iniesta y, por descontado, hoy sería ese día en el que todavía podría decir que "nunca he ido a un concierto de Extremoduro, ¿qué pasa?". 

Recuerdo que primero tocaron Fito y los Fitipaldis, pero no a modo de teloneros, porque seguramente fuera un concierto a dos, con las dos bandas compartiendo protagonismo, digamos, pero la cosa es que primero fueron los otros, los que abrieron boca entre el público, antes de que subiera al escenario lo que la mayoría estaba esperando, a Extremoduro. Y salieron, todos menos Robe Iniesta. Y empezaron a tocar una canción durante un par de minuto, no sé cuál, porque no me sabía su repertorio, apenas habría escuchado el principio de alguna de sus canciones más representativas, y poco más. El público coreaba de forma insistente el nombre de Robe, instándole a que saliera, pero Robe se hizo esperar, y solamente salió cuando entre los asistentes que coreaban su nombre empezó a oírse algún silbido. Fue entonces cuando yo conocí a Robe Iniesta.

Robe Iniesta salió al escenario con los brazos extendidos, completamente abiertos, a pecho descubierto. El público empezó a gritar, de repente, desde que lo vio aparecer hasta que llegó hasta la posición central, donde le esperaba el micrófono. Recuerdo que los gritos fueron ensordecedores, con un punto de histeria considerable entre algunos jóvenes que teníamos cerca; los litros de cerveza y calimocho volaban entre los saltos de alegría. Cuando Robe Iniesta empezó a cantar, todavía tuvieron que pasar unos segundos, o quizás un minuto o más, para que el ruido que había provocado su irrupción en el escenario menguara, dejando, finalmente, asomar su voz por encima de tanto bullicio.

Podría asegurar que justamente este momento, el principio del concierto de Extremoduro, cuando conocí a Robe Iniesta, es el único que conservo en la memoria de aquel día; ese preciso momento y, también, algunos detalles relacionados con mi vivencia del acontecimiento, algunas observaciones y pensamientos, sobre todo...

Por un lado, la aclamada salida al escenario de Robe Iniesta me constató que para el público había un solo protagonista, Robe, y unos personajes secundarios, el resto de la banda. Recuerdo que pensé que Extremoduro tocaba para Robe Iniesta y que era Roberto Iniesta el que se entregaba al público, en una entrega similar a la que podría ejercitar cualquier líder político, en plena campaña electoral. Pero había en el ambiente algo más que el estúpido ambiente colectivo de mitin que puede darse en cualquier evento político, había algo que se acercaba a un espíritu religioso, en virtud de la respuesta de ese público, fanático (de fan), que parecía embriagarse al vislumbrar en cuerpo presente el cuerpo sobre el que se había volcado una fe y una esperanza inmensas. Sí, hubo en la salida de Robe Iniesta al escenario una actitud mesiánica, no solamente por su postura corporal, en rima absoluta simbólica con el redentor cristiano, sino por el juego y el diálogo que esa puesta en escena provocó con los allí asistentes. Comprobé que Robe Iniesta era el líder, el líder que necesitaba una manada, esa manada de jóvenes que, paradójicamente, a su vez, también lo necesitaba a él, en la figura de líder incuestionable.

Y como no hay pastor sin rebaño, recuerdo que estuve escrutando al público, un entretenimiento justificado, en parte, por mi desinterés en la música de Extremoduro y en el concierto en sí. Eran jóvenes que rondaban los 20 (hay que apuntar que yo en esa fecha rondaba los 30), bastante equilibrada la proporción entre hombres y mujeres, con camisetas negras, unas con motivos de Extremoduro y otras con eslóganes y símbolos anarquistas y comunistas, borrachos casi todos. Imaginé que serían jóvenes de los que critican a esos otros jóvenes que escuchan otra música, de los que tachan de pijos a los que escuchan "Los 40 Principales", y de los que desprecian a esos otros grupos musicales donde el mensaje es más blando y, por decirlo así, más condescendiente con el Poder, con letras más burguesas, de historias de amor enfermo, con celos y posesividad, etcétera. Imaginé también que quizás era un público que mantenía la ilusión de que un grupo de rock como Extremoduro permanecía en la periferia del Sistema, resistiendo al empuje maquiavélico del Capitalismo. Pero..., ¿acaso el modelo de liderazgo de Robe Iniesta no sigue el camino del liderazgo marcado por el Sistema? ¿O acaso son diferentes los gritos de histeria que provoca cualquier fenómeno fan fagocitado por las radio fórmulas a los gritos de histeria que yo vi que provocó la salida de Robe Iniesta al escenario? A poco que se rasque, todos esos jóvenes son iguales, y albergan miedos semejantes, y soportan idénticas represiones. También, a poco que se rasque, todos los adultos somos iguales.

Entre tanta imaginería ácrata pensé en la frase de Bakunin "el pueblo sólo tiene tres caminos para librarse de su triste suerte: los dos primeros son los de la taberna y la iglesia; el tercero es el de la revolución social". Y huelga decir que aquel concierto de Extremoduro no estaba inserto en ningún camino de revolución social, porque los jóvenes se habían perdido en las dos primeras, la taberna (las borracheras) y la iglesia (la fe en un líder). ¡Qué contradicciones las de estos jóvenes!, recuerdo que pensé. ¡Y qué contradicciones las mías propias!, también, que allí estaba, con mi  paquete de tabaco americano en el bolsillo y con mi bebida fabricada por una multinacional, hablando y pensando desde la izquierda, con una tarjeta de crédito en la cartera, el coche en el garaje y la revolución social, solamente, en lo libros que leía. El día que conocí a Roberto Iniesta.

La contradicción quizás sea la característica que más nos perfile como humanos donde la dialéctica entre la acción y el pensamiento, su choque, su rozamiento, la contradicción misma, sea la que nos conforma en lo que somos. Se suele decir que es la izquierda la que vive con mayores contradicciones, y se nos suele atacar con eso, pero es una trampa de la derecha. La única diferencia es que las nuestras se airean más, quizás porque hay más honestidad. No es el momento de hablar de la pederastia en la iglesia ni de la doble moral de muchos conservadores, o la homofobia de tantos gays derechistas, pero sí es el momento de citarlos como ejemplos que ilustran que las contradicciones nos definen a todos, construyendo eso que llamamos identidad, pero sobre un suelo muy resbaladizo.

Años más tarde del día en el que conocí a Robe Iniesta escuché una entrevista radiofónica a Evaristo, el cantante de La Polla Records, otro grupo emblema de eso que se llama rock radical, y cuando, en un momento dado de la entrevista, admitió que alguna vez se le había escapado alguna hostia a sus hijos, pensé en la legitimidad que puede tener un padre delante de sus hijos cuando critique la violencia del Estado contra el Pueblo cuando él en su casa es el Estado contra el Pueblo que forman sus hijos. Esta es otra contradicción que apunto, no para señalar ni acusar a Evaristo de nada, sino para ubicarnos a cada uno de nosotros en nuestras propias contradicciones, en las que incurrimos sin descanso.

Termino. Me ha venido a la cabeza el día que conocí a Robe Iniesta estos días que ha sido noticia la detención de una persona por filtrar el contenido del nuevo disco de Extremoduro. Y he vuelto a pensar en las contradicciones de todos cuando a Robe Iniesta se le ha acusado de contradicción, incoherencia y mentira, al permitir que, siendo lo que él es y lo que Extremoduro implica para una parte del gran público, se meta en la cárcel a una persona por facilitar que su disco llegue a miles de hogares sin pasar por caja. Se le acusa de algo que somos todos. Es otra de nuestras contradicciones, sin duda, apedreando al personaje público por habernos fallado, cuando uno mismo es el que más se falla así mismo y a los suyos. La neoinquisición es nuestra música. 

Eso, solamente. Termino con un proverbio anónimo que dice que siempre tenemos que recordar que, antes de acusar a nadie de nada, cuando señalas a alguien con un dedo, tres te señalan a ti.

jueves, 21 de noviembre de 2013

Tarnation (Jonathan Caouette, 2004)


Si no sabes lo que es el cine en primera persona tienes que ver "Tarnation", un documental en el que su director, Jonathan Caouette, cuenta, literalmente, su vida, desde que nació hasta los 31 años. 

Yo siempre he pensado que hay pocas cosas más aburridas que tu propia vida contada a los demás, o las autonarraciones que los demás hacen de sí mismos para contárselas a uno, pero "Tarnation" es otra cosa.

"Tarnation" no es una autobiografía audiovisual al uso; es un monumento fílmico levantado sobre cuatro imágenes de archivo. Toda una vida contada por una persona convertida en personaje desde que nació.

Todo el exhibicionismo de un diario personal cabe en "Tarnation", donde el concepto de intimidad revienta en todas las direcciones, dando lugar a una suerte de páramo de la privacidad, una extimidad superlativa. 

El postmodernismo, nuestro tiempo, donde las pequeñas partes fragmentadas a duras penas pueden sostener la consistencia coherente de cualquier relato. "Tarnation" es la suma de fragmentos. Momentos de la vida. Filmados.

La vida de Jonathan Caouette es letal como el agua en caída libre a 70 metros. Pero la forma de "Tarnation" es suave como la navegación de un barco a vela con suave brisa. La fuerza del contraste: lo duro dentro de lo blando.

Canciones de Low, Lisa Germano, Iron and Wine, Cocteau Twins, The Magnetic Fileds y Mark Kozelec, eso es "Tarnation", un cine donde el autorretrato se hace a golpe de estética de videoclip. El monstruo encerrado en un cuerpo hermoso.

"Tarnation". Play.

Tarnation (subtitulado)

lunes, 18 de noviembre de 2013

The bridge (Eric Steel, 2006)


El "Golden Gate" se construyó en 1937. Desde entonces hasta nuestros días ha sido el lugar elegido por casi 1.500 suicidas para quitarse la vida, lo que da una media de alrededor de 20 precipitaciones al año. Quienes deciden saltar vuelan 70 metros hasta estamparse contra el agua. Es un salto al vacío que dura entre 5 y 7 segundos; 70 metros de longitud que median entre la vida y una muerte casi segura. El impacto se produce a 120 kilómetros por hora. "The Bridge" documenta 19 de los 24 suicidios que se cometieron en el "Golden Gate" en un periodo de tiempo de un año, entre 2005 y 2006.

Eric Steel, productor y director del documental, colocó varias cámaras en sitios estratégicos del famoso puente de San Francisco. 12 meses, con todos sus días y buena parte de sus horas, observando el trasiego de las personas, yendo y viniendo, cruzando el "Golden Gate", hasta encontrar a las personas que caminaron hasta el precipicio para sobrepasarlo. Y detenerse ahí. Para obligarnos a los espectadores a estar ahí, de alguna forma presentes.

La poesía. La fuerza poética del documental reside precisamente ahí, en esos momentos en los que los suicidas se enfrentan al salto, a su salto, a su última acción en vida. Casi todos se toman un tiempo, su tiempo, miran fijamente abajo, hacia ese espacio y hacia esa superficie que marcan el límite físico anticipado de su vida. Algunos se santiguan y podría decirse que ese gesto religioso les da el empujón que necesitan. Los hay que se mueven de un lado al otro, no faltan los nervios en un momento de máxima trascendencia; algunos miran alrededor, quizás esperando la mirada-respuesta de alguien, pero la naturaleza (esas otras personas que deambulan a lo suyo, y los pájaros, que vuelan como si nada,y los barcos, que navegan ría a través) continua impasible su ritmo ciego y mecánico, dando la espalda a esa persona que está a punto de saltar, y de finiquitar su existencia por la vía rápida. Es la metáfora apabullante de la frialdad de un mundo que seguirá su rumbo, sin ellos y a pesar de ellos... Pero nosotros, los espectadores del documental, no podremos darle la espalda a esos personajes que sabemos lo que van a hacer desde el minuto uno. 

A pesar de ser una película coral, por la cantidad de personajes que vamos a ver saltar, hay que destacar sobre todo a dos, cuyo peso en la historia de "The bridge" los ubica en la categoría de protagonistas. El primero es el rockero que viste de negro, cuyo ritual antes de su salto queda registrado en todo su tiempo e intensidad; el vaivén de la acción, sus movimientos, y, finalmente, su forma de abordar el salto. Y el segundo es un superviviente que aporta a la narración (solamente, y no es poco) la subjetividad de uno de los suicidas.

Y la prosa. Porque luego están los testimonios de los familiares de los suicidas, que conforman sin lugar a dudas la parte más televisiva del documental, testimonios que pretenden inyectar cierta narratividad, cierta historia, quizás cierta psicología de los personajes, y que, desde mi punto de vista, no son más que las trampas del sentido, el ropaje de nuestro método racional de aprehensión de los acontecimientos. También aquí, solamente el salto de los personajes les sostiene en el universo discursivo de su acción sin palabras, más allá del perfil que les dibujan sus familiares y amigos, que son usados como la herramienta que satisface al espectador medio, que necesita escarbar en un cuerpo que ha decidido terminarse, en busca de las respuestas que validarán el cuerpo propio que todavía decide seguir vivo.

Poesía versus prosa. ¿Se debe inyectar coherencia a unos textos-acciones (los saltos) que solamente admiten poesía? Yo pienso que no, que "The bridge" se hubiera sostenido solamente sobre los cimientos de las acciones de sus personajes, con la imagen, cruda, desnuda y vital, acción pura... ¡Para qué tanta historia?

He aquí "The bridge", de Eric Steel. Play.

sábado, 16 de noviembre de 2013

Canciones para antes de una guerra (7) / "New York City, Home Sweet Home" (Pharmakon, 2013)

lunes, 11 de noviembre de 2013

Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras [PRÓLOGO]


Hay en el inicio de la “Odisea” un principio de intenciones, y que sirve como aviso a navegantes, puesto en boca del dios de dioses y hombres, Zeus Olímpico, sobre la asunción de la responsabilidad propia de los humanos, y que dice así: “¡Cómo les echan las culpas los mortales a los dioses! ¡Pues dicen que de nosotros proceden las desgracias cuando ellos mismos por sus propias locuras tienen desastres más allá de su destino”. Pero, ¿qué hacer a veces sino mirar arriba y exclamar al cielo? Aunque moleste a nuestros dioses…, ¿se les puede rendir cuentas a ellos, en sus alturas, de las cosas que nos ocurren a los hombres que nos arrastramos a pie de tierra?

¿Debería importarnos cómo reaccionan ellos ante nuestras peticiones? Porque parece que cuando los humanos rendimos cuentas a los dioses, éstos no tendrían por menos que pensar que los humanos somos unos seres impertinentes, o, cuando menos, unos ingenuos que todavía no nos hemos dado cuenta de cuál es la verdadera naturaleza del juego que nos traemos entre manos y que llamamos vida, con todas las complicaciones que de ella se derivan, todos sus conflictos y todas sus contradicciones. Que lo piensen, ¡más nos da!, porque todavía hay hombres que, por la vía de la impertinencia o por la vía de la ingenuidad, buscan que los dioses pongan en sus bocas las respuestas que, como hombres, necesitamos para entendernos. Entonces son la impertinencia y la ingenuidad, pero también la valentía,  sobre todo la valentía, lo que caracteriza a los hombres que todavía les rinden cuentas a los dioses. Y uno de esos hombres es Marcos Alonso, el autor de este libro.

El mismo título del libro, “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras”, habla del desafío que se impone el autor a la hora de abordar el texto. En voz de su personaje protagonista, auténtico alter ego del propio autor, les dice a los dioses, a la cara, que ha llegado el momento de que se paren un momento en su frenética actividad para atender sus demandas, en calidad de un ser humano cualquiera, que busca respuestas, porque necesita un sentido, para desgranar, al menos, qué responsabilidad hay en uno mismo y qué responsabilidad hay en los dioses, cuánto hay en nosotros de destino y cuánto de azar, en definitiva, abrir un camino transitable, por sabido, en medio de esta jungla existencial por la que no movemos cada uno de nosotros, camino de nuestras singulares extinciones.

Pero el personaje protagonista de este relato no es un habitante de la Antigua Grecia, sino un hombre contemporáneo, que para encontrase con los dioses no precisa viajar hasta ningún Olimpo. Los encuentra en un peculiar edificio, que podría albergar cualquier actividad burocrática. Estrategia narrativa con la que el autor provoca el encuentro entre un humano y sus dioses en un lugar gigantesco, en una especie de castillo kafkiano donde solamente cuajan los encuentros con subalternos funcionarios. Justo ahí, en un centro de operaciones  administrativas, ubica el autor a sus dioses contemporáneos, donde ellos urden sus planes para cada uno de nosotros. Un lugar donde los dioses han devenido en hombres y mujeres, que se mueven de forma incesante por interminables pasillos y que trabajan ciegamente de sol a sol en desordenados despachos. Allí es donde acude nuestro personaje a ajustar cuentas, aunque ellos no quieran, imbuidos del mismo espíritu que Homero inyecta a los dioses griegos que no entienden cómo los humanos tienen la desfachatez de dirigirse a ellos exigiendo soluciones.

De la misma forma que los griegos personificaron a sus dioses, y en sintonía con la máxima de Nietzsche cuando afirmaba que solamente creería en un dios que supiera bailar, Marcos Alonso también personifica a los suyos, les dota de cuerpo y les facilita la palabra, en un ejercicio de figuración de lo abstracto necesario para que fluya el diálogo directo del personaje protagonista con sus dioses, dioses contemporáneos personificados, individualizados. En suma, los dioses a los que se enfrenta el personaje protagonista de “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras” son idealizaciones de diferentes aspectos de nuestras vidas, materiales e inmateriales, que, sin llegar al estatuto de dioses, de alguna forma sí hemos puesto en pedestales, casi como si fueran auténticas divinidades.

Cada uno tendrá los suyos, pero… ¿cuáles son los dioses de Marcos Alonso? En orden de aparición, los siguientes: la Soledad, el Tiempo, el Espacio, la Timidez, la Suerte, la Naturaleza, el Arte, el Dinero, la Salud, la Ilusión, el Trabajo, la Pasión, el Sueño, el Sexo, el Silencio, la Comunicación, la Independencia, el Amor y la Muerte. Todos ellos, convertidos en personajes, se tendrán que enfrentar con el protagonista, un humano impertinente, ingenuo y valiente, a lo largo del edificio-libro, a los que irá desafiando, uno a uno, exigiéndoles responsabilidades en las materias que gobiernan. La pregunta matriz es: ¿por qué hacemos las cosas tan mal los humanos? De la que derivan otras como… ¿por qué habíamos pensado que las cosas tendrían que haber sido de otra manera? O… ¿es posible que alcancemos un mínimo de satisfacción en cada una de las experiencias vitales de las que disponemos? Las respuestas algunas veces brotarán de los abruptos encontronazos típicos entre hombres y divinidades, pero otras, asumiendo los dioses que solamente los hombres con fe son los que se atreven a enfrentarse a ellos, el protagonista obtendrá el silencio, y con él, la perpetuación de sus dudas y la salvaguarda de la fe misma.

La vía convencional para obtener respuestas es la ejecución de preguntas, algo que Marcos Alonso ha convertido en su estilo propio. En su libro anterior, “¿Con quién hablas cuando no hay nadie en casa?”, el monólogo se hace diálogo a través de esta misma fórmula pregunta-respuesta. En “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras”, son preguntas que el autor ametralla a discreción a cada uno de sus dioses. Hay interrogatorios en pasillos, en salas de espera, en ascensores, en cuartos de baño, interrogatorios donde los dioses se someten a la insistencia del humano, ávido de respuestas. El toma y daca de argumentos y contra-argumentos se traduce, en cada capítulo, en la evaporación simbólica del propio dios, que deja solo al humano preguntándose y respondiéndose a sí mismo. Supongo que esa es la señal del trabajo bien hecho de los dioses, cuando logran desaparecer para que las preguntas que les hacen los humanos sean respondidas por sí mismos. De esta manera, si en el libro anterior de Marcos Alonso un texto que nace monólogo termina muriendo diálogo, en este, el diálogo termina siendo un monólogo. Porque los hombres hablan y los dioses callan. No hay otra. Y porque las respuestas están en uno mismo, lección de los dioses, es decir, en ese hombre que vemos cuando miramos el espejo.

Quiero destacar sobre todos los capítulos, dos, que en sí mismos, en su sucesión, conforman el relato soñado por todo escritor, y que no es otro que el viaje narrativo que transita desde el Silencio (capítulo 16) hasta la Comunicación (capítulo 17). En el primero, cuando Marcos Alonso se atreve a hablar con el Silencio (excelente cómo está resuelto este diálogo), pidiéndole, de la misma forma que ha hecho con los demás dioses, explicaciones, es quizás donde más se acentúe el juego que termina ubicando al hombre solo ante el espejo, por la mediación, precisamente, de los dioses. Y si el Silencio es el dios supremo del individuo, la Comunicación lo es de la sociedad. No es casualidad, entonces, que después del capítulo del Silencio, el autor prosiga con el capítulo de la Comunicación. Aviso a navegantes, la Comunicación querrá ajustar cuentas con el autor, quizás por el atrevimiento del humano a querer rendir cuentas con las divinidades, pero terminará vapuleada, después del feroz contraataque del hombre impertinente, ingenuo y valiente. En los demás diálogos, el humano correrá diversa suerte, pero ninguna, eso sí, será satisfactoria.

Más. Si estamos ante dioses de andar por casa, comunes a todos nosotros, su cotidianeidad exige un lenguaje humano, un lenguaje de la calle, para entendernos, coloquial, algo que el lector advertirá desde la primera página. He aquí donde reside otro de los méritos de “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras”, porque el autor hace digeribles conceptos de por sí engorrosos. Temas muchas veces difíciles de acotar en pocas palabras, en manos de Marcos Alonso, se convierten en familiares. No está al alcance de cualquiera poner baldosas en terreno pantanoso para que podamos andarlo como quien pasea por su casa, o como quien habla con cualquier persona. Y el autor lo consigue. La familiaridad de los diálogos, además del lenguaje tan apropiado del autor, se consigue gracias a la caracterización humana de estos dioses (que son dioses que fuman, que sudan, que se cansan, en resumidas cuentas, que viven, igual que nosotros) y también por la puesta en escena donde transcurre el viaje narrativo del personaje protagonista, no más que un hombre que acude a un lugar público a preguntar por lo suyo, quizás temeroso de que su expediente se haya extraviado en alguna esquina del imponente edificio.

Antes de concluir, apuntaré dos cosas. La primera, sobre el dios ausente. Es un secreto a voces que lo que quiere el protagonista del libro es conocer al jefe de todo esto, a la suprema instancia que organiza todo el cotarro, pero, de la misma forma que los personajes kafkianos no llegan a su destino, por culpa del absurdo engranaje de un mecanismo frío, distante y complejo, visto por nosotros, los humanos, el protagonista de “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras” tampoco lo consigue. Quizás, en ese deambular por las estancias de su Olimpo particular, el personaje protagonista no se encuentre ni con la Política, ni con la Economía, ni con el Capitalismo, la Santísima Trinidad que conforma el Mercado, dios de dioses y hombres, nuestro equivalente postmoderno de Zeus Olímpico. En algunos pasajes del libro, yo sí echo de menos la presencia del dios Mercado, pero, a decir verdad, está impregnado en todos los demás, sus subalternos. Además, como todos sabemos, teóricamente, el Mercado es el poder invisible. No obstante, las palabras de Zeus Olímpico no chirriarían puestas en su boca: “¡Cómo les echan las culpas los mortales a los dioses! ¡Pues dicen que de nosotros proceden las desgracias cuando ellos mismos por sus propias locuras tienen desastres más allá de su destino”. ¿A que no?

Y la segunda, y última, sobre el autor, mi amigo Marcos. Hablo del mérito de escribir un libro así. Y de su originalidad. Y, ahora lejos de la impertinencia y de la ingenuidad que se había inyectado para ser el protagonista de su historia, hablo de su valentía, la de un hombre, que recibe frontalmente la dureza de existir, que asume la carga de la vida, una vida hacia la que, como este su segundo libro demuestra, sigue otorgando el beneplácito de la duda y de la esperanza.

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Lo que has leído es el prólogo de "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras", que Marcos Alonso, su autor, me pidió para esta su segunda incursión literaria. El libro se puede comprar en la tienda on line www.lulu.com; pincha en "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras" y lo tendrás entre tus manos en el plazo de una semana.

Más. Por si todavía no estás convencido de hacerte con el libro. Marcos tiene alojado su libro en "Entre Escritores", una plataforma virtual de autopublicación. He aquí alguno de los comentarios que ha suscitado, entre otros escritores, "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras":

E.R.L.: “Metáfora de la vida misma con sus pros y sus contras, con sus virtudes y sus aciertos. El autor engancha con lenguaje cercano

M.N.F.: “Has manejado con mucha naturalidad los diálogos, y has usado un lenguaje muy cercano para tratar temas tan universales y profundos

L.M.: “Mordaz perversión del enfoque generalizado en que englobamos nuestras necesidades, vivencias, experiencias. Sainete tragicómico que recela de las heridas propias del personaje en diálogos de profunda elocuencia en un texto limpio, diligente y audaz, razonado en la lógica inexistente del sentido común

A.R.: “Para mi entender los ensayos literarios suelen ser complicados, siempre llenos de dudas, pero 'Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras' me ha gustado

D.S.: “Complejo ensayo literario con un buen trabajo

I.L.: “Buenas reflexiones

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Y termino. Marcos tiene talento literario. Y no lo digo porque sea mi amigo. Porque tengo muchos amigos de los que nunca he dicho en público que tengan talento literario. Al César lo que es del César. Un placer haber escrito el prólogo de "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras".