Hay en el inicio de la
“Odisea” un principio de intenciones, y que sirve como aviso a navegantes,
puesto en boca del dios de dioses y hombres, Zeus Olímpico, sobre la asunción
de la responsabilidad propia de los humanos, y que dice así: “¡Cómo les echan
las culpas los mortales a los dioses! ¡Pues dicen que de nosotros proceden las
desgracias cuando ellos mismos por sus propias locuras tienen desastres más
allá de su destino”. Pero, ¿qué hacer a veces sino mirar arriba y exclamar al
cielo? Aunque moleste a nuestros dioses…, ¿se les puede rendir cuentas a ellos,
en sus alturas, de las cosas que nos ocurren a los hombres que nos arrastramos a
pie de tierra?
¿Debería importarnos cómo
reaccionan ellos ante nuestras peticiones? Porque parece que cuando los humanos
rendimos cuentas a los dioses, éstos no tendrían por menos que pensar que los
humanos somos unos seres impertinentes, o, cuando menos, unos ingenuos que
todavía no nos hemos dado cuenta de cuál es la verdadera naturaleza del juego
que nos traemos entre manos y que llamamos vida, con todas las complicaciones
que de ella se derivan, todos sus conflictos y todas sus contradicciones. Que
lo piensen, ¡más nos da!, porque todavía hay hombres que, por la vía de la
impertinencia o por la vía de la ingenuidad, buscan que los dioses pongan en
sus bocas las respuestas que, como hombres, necesitamos para entendernos. Entonces
son la impertinencia y la ingenuidad, pero también la valentía, sobre todo la valentía, lo que caracteriza a
los hombres que todavía les rinden cuentas a los dioses. Y uno de esos hombres
es Marcos Alonso, el autor de este libro.
El mismo título del libro,
“Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras”, habla del desafío que se impone el
autor a la hora de abordar el texto. En voz de su personaje protagonista,
auténtico alter ego del propio autor,
les dice a los dioses, a la cara, que ha llegado el momento de que se paren un
momento en su frenética actividad para atender sus demandas, en calidad de un ser
humano cualquiera, que busca respuestas, porque necesita un sentido, para desgranar,
al menos, qué responsabilidad hay en uno mismo y qué responsabilidad hay en los
dioses, cuánto hay en nosotros de destino y cuánto de azar, en definitiva,
abrir un camino transitable, por sabido, en medio de esta jungla existencial por
la que no movemos cada uno de nosotros, camino de nuestras singulares extinciones.
Pero el personaje
protagonista de este relato no es un habitante de la Antigua Grecia, sino un
hombre contemporáneo, que para encontrase con los dioses no precisa viajar
hasta ningún Olimpo. Los encuentra en un peculiar edificio, que podría albergar
cualquier actividad burocrática. Estrategia narrativa con la que el autor provoca
el encuentro entre un humano y sus dioses en un lugar gigantesco, en una especie
de castillo kafkiano donde solamente cuajan los encuentros con subalternos
funcionarios. Justo ahí, en un centro de operaciones administrativas, ubica el autor a sus dioses
contemporáneos, donde ellos urden sus planes para cada uno de nosotros. Un
lugar donde los dioses han devenido en hombres y mujeres, que se mueven de
forma incesante por interminables pasillos y que trabajan ciegamente de sol a
sol en desordenados despachos. Allí es donde acude nuestro personaje a ajustar
cuentas, aunque ellos no quieran, imbuidos del mismo espíritu que Homero
inyecta a los dioses griegos que no entienden cómo los humanos tienen la
desfachatez de dirigirse a ellos exigiendo soluciones.
De la misma forma que los
griegos personificaron a sus dioses, y en sintonía con la máxima de Nietzsche
cuando afirmaba que solamente creería en un dios que supiera bailar, Marcos
Alonso también personifica a los suyos, les dota de cuerpo y les facilita la
palabra, en un ejercicio de figuración de lo abstracto necesario para que fluya
el diálogo directo del personaje protagonista con sus dioses, dioses
contemporáneos personificados, individualizados. En suma, los dioses a los que
se enfrenta el personaje protagonista de “Hoy ajustamos cuentas aunque no
quieras” son idealizaciones de diferentes aspectos de nuestras vidas, materiales
e inmateriales, que, sin llegar al estatuto de dioses, de alguna forma sí hemos
puesto en pedestales, casi como si fueran auténticas divinidades.
Cada uno tendrá los suyos,
pero… ¿cuáles son los dioses de Marcos Alonso? En orden de aparición, los
siguientes: la Soledad, el Tiempo, el Espacio, la Timidez, la Suerte, la
Naturaleza, el Arte, el Dinero, la Salud, la Ilusión, el Trabajo, la Pasión, el
Sueño, el Sexo, el Silencio, la Comunicación, la Independencia, el Amor y la
Muerte. Todos ellos, convertidos en personajes, se tendrán que enfrentar con el
protagonista, un humano impertinente, ingenuo y valiente, a lo largo del edificio-libro,
a los que irá desafiando, uno a uno, exigiéndoles responsabilidades en las
materias que gobiernan. La pregunta matriz es: ¿por qué hacemos las cosas tan
mal los humanos? De la que derivan otras como… ¿por qué habíamos pensado que
las cosas tendrían que haber sido de otra manera? O… ¿es posible que alcancemos
un mínimo de satisfacción en cada una de las experiencias vitales de las que
disponemos? Las respuestas algunas veces brotarán de los abruptos encontronazos
típicos entre hombres y divinidades, pero otras, asumiendo los dioses que
solamente los hombres con fe son los que se atreven a enfrentarse a ellos, el
protagonista obtendrá el silencio, y con él, la perpetuación de sus dudas y la
salvaguarda de la fe misma.
La vía convencional para
obtener respuestas es la ejecución de preguntas, algo que Marcos Alonso ha
convertido en su estilo propio. En su libro anterior, “¿Con quién hablas cuando
no hay nadie en casa?”, el monólogo se hace diálogo a través de esta misma
fórmula pregunta-respuesta. En “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras”, son
preguntas que el autor ametralla a discreción a cada uno de sus dioses. Hay
interrogatorios en pasillos, en salas de espera, en ascensores, en cuartos de
baño, interrogatorios donde los dioses se someten a la insistencia del humano,
ávido de respuestas. El toma y daca de argumentos y contra-argumentos se
traduce, en cada capítulo, en la evaporación simbólica del propio dios, que
deja solo al humano preguntándose y respondiéndose a sí mismo. Supongo que esa
es la señal del trabajo bien hecho de los dioses, cuando logran desaparecer
para que las preguntas que les hacen los humanos sean respondidas por sí
mismos. De esta manera, si en el libro anterior de Marcos Alonso un texto que
nace monólogo termina muriendo diálogo, en este, el diálogo termina siendo un monólogo.
Porque los hombres hablan y los dioses callan. No hay otra. Y porque las
respuestas están en uno mismo, lección de los dioses, es decir, en ese hombre que
vemos cuando miramos el espejo.
Quiero destacar sobre
todos los capítulos, dos, que en sí mismos, en su sucesión, conforman el relato
soñado por todo escritor, y que no es otro que el viaje narrativo que transita
desde el Silencio (capítulo 16) hasta la Comunicación (capítulo 17). En el
primero, cuando Marcos Alonso se atreve a hablar con el Silencio (excelente cómo
está resuelto este diálogo), pidiéndole, de la misma forma que ha hecho con los
demás dioses, explicaciones, es quizás donde más se acentúe el juego que
termina ubicando al hombre solo ante el espejo, por la mediación, precisamente,
de los dioses. Y si el Silencio es el dios supremo del individuo, la
Comunicación lo es de la sociedad. No es casualidad, entonces, que después del
capítulo del Silencio, el autor prosiga con el capítulo de la Comunicación.
Aviso a navegantes, la Comunicación querrá ajustar cuentas con el autor, quizás
por el atrevimiento del humano a querer rendir cuentas con las divinidades,
pero terminará vapuleada, después del feroz contraataque del hombre
impertinente, ingenuo y valiente. En los demás diálogos, el humano correrá
diversa suerte, pero ninguna, eso sí, será satisfactoria.
Más. Si estamos ante dioses
de andar por casa, comunes a todos nosotros, su cotidianeidad exige un lenguaje
humano, un lenguaje de la calle, para entendernos, coloquial, algo que el
lector advertirá desde la primera página. He aquí donde reside otro de los
méritos de “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras”, porque el autor hace
digeribles conceptos de por sí engorrosos. Temas muchas veces difíciles de
acotar en pocas palabras, en manos de Marcos Alonso, se convierten en
familiares. No está al alcance de cualquiera poner baldosas en terreno
pantanoso para que podamos andarlo como quien pasea por su casa, o como quien
habla con cualquier persona. Y el autor lo consigue. La familiaridad de los
diálogos, además del lenguaje tan apropiado del autor, se consigue gracias a la
caracterización humana de estos dioses (que son dioses que fuman, que sudan, que
se cansan, en resumidas cuentas, que viven, igual que nosotros) y también por
la puesta en escena donde transcurre el viaje narrativo del personaje
protagonista, no más que un hombre que acude a un lugar público a preguntar por
lo suyo, quizás temeroso de que su expediente se haya extraviado en alguna
esquina del imponente edificio.
Antes de concluir, apuntaré
dos cosas. La primera, sobre el dios ausente. Es un secreto a voces que lo que
quiere el protagonista del libro es conocer al jefe de todo esto, a la suprema
instancia que organiza todo el cotarro, pero, de la misma forma que los
personajes kafkianos no llegan a su destino, por culpa del absurdo engranaje de
un mecanismo frío, distante y complejo, visto por nosotros, los humanos, el
protagonista de “Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras” tampoco lo consigue.
Quizás, en ese deambular por las estancias de su Olimpo particular, el
personaje protagonista no se encuentre ni con la Política, ni con la Economía, ni
con el Capitalismo, la Santísima Trinidad que conforma el Mercado, dios de
dioses y hombres, nuestro equivalente postmoderno de Zeus Olímpico. En algunos
pasajes del libro, yo sí echo de menos la presencia del dios Mercado, pero, a
decir verdad, está impregnado en todos los demás, sus subalternos. Además, como
todos sabemos, teóricamente, el Mercado es el poder invisible. No obstante, las
palabras de Zeus Olímpico no chirriarían puestas en su boca: “¡Cómo les echan
las culpas los mortales a los dioses! ¡Pues dicen que de nosotros proceden las
desgracias cuando ellos mismos por sus propias locuras tienen desastres más
allá de su destino”. ¿A que no?
Y la segunda, y última,
sobre el autor, mi amigo Marcos. Hablo del mérito de escribir un libro así. Y de
su originalidad. Y, ahora lejos de la impertinencia y de la ingenuidad que se
había inyectado para ser el protagonista de su historia, hablo de su valentía,
la de un hombre, que recibe frontalmente la dureza de existir, que asume la carga
de la vida, una vida hacia la que, como este su segundo libro demuestra, sigue
otorgando el beneplácito de la duda y de la esperanza.
*****
Lo que has leído es el prólogo de "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras", que Marcos Alonso, su autor, me pidió para esta su segunda incursión literaria. El libro se puede comprar en la tienda on line www.lulu.com; pincha en "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras" y lo tendrás entre tus manos en el plazo de una semana.
Más. Por si todavía no estás convencido de hacerte con el libro. Marcos tiene alojado su libro en "Entre Escritores", una plataforma virtual de autopublicación. He aquí alguno de los comentarios que ha suscitado, entre otros escritores, "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras":
M.N.F.: “Has manejado con mucha naturalidad los diálogos, y has usado un lenguaje muy cercano para tratar temas tan universales y profundos”
L.M.: “Mordaz perversión del enfoque generalizado en que englobamos nuestras necesidades, vivencias, experiencias. Sainete tragicómico que recela de las heridas propias del personaje en diálogos de profunda elocuencia en un texto limpio, diligente y audaz, razonado en la lógica inexistente del sentido común”
A.R.: “Para mi entender los ensayos literarios suelen ser complicados, siempre llenos de dudas, pero 'Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras' me ha gustado”
D.S.: “Complejo ensayo literario con un buen trabajo”
I.L.: “Buenas reflexiones”
*****
Y termino. Marcos tiene talento literario. Y no lo digo porque sea mi amigo. Porque tengo muchos amigos de los que nunca he dicho en público que tengan talento literario. Al César lo que es del César. Un placer haber escrito el prólogo de "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras".
2 comentarios:
Si algo bueno tiene la época que nos ha tocado vivir es que podemos hacer más cosas que aquellas que nos dan un sueldo. Y no sólo eso, las podemos presentar de una manera digna, de calidad y más aún... tenemos la posibilidad de compartirlas. No se trata de ganar dinero sino de tener la posibilidad de conectar con muchos (ojalá) o con unos pocos (bienvenidos sean).
El libro ya ha sido un punto de encuentro de gente con ganas de hacer cosas, ahora en tu mano está unirte y echarle un ojo sin rascarte el bolsillo. Te animes o no, sigue buceando en las aguas abisales donde reina la oscuridad pero están llenas de movimiento. Gracias Kez.
Uno no se lo ve porque, bueno... no puede estar dentro y fuera, ... pero se sabe que existe, que pasa, porque se ha sido testigo en los ojos de otro... se ha visto que sucede cómo, en un lenguaje sin palabras, se nos coloca un brillito especial en esas dos bolas incrustadas en la cara. No se ve en uno mismo, pero pasa y se sabe que pasa porque lo ha visto en otros, y se visualiza cuando, ya sí, desde dentro, habla el resto del cuerpo. Se piensa mucho en las emociones, pero si solo se pensaran y no se sintieran, o no se fijara uno en esa parte física, reflejo.... Marcos hace así en el libro, igual pero distinto... un parar, un "Eh! un momento! oígame... tengo algo que decirle" a esas divinidades que son tan etéreas que nos sobrevuelan rutinarias y las aceptamos sin más... Pues no, no me sobrevuele sin antes dedicarme un tiempo... párese y explíqueme, que además de entender, sienta... que para mayor salto con tirabuzón...podría decirse a la inversa y ser, esto que siento y quiero entender... Con el libro en la mano, (antes también... solo la lectura de un mensaje que habla de que ya está listo el proyecto...) no me lo veo pero sé que me está pasando... el brillito en los ojos, lenguaje sin palabras, físico. Por si soy dura de mollera, se me repite al abrir y empezar por el prólogo. Por el qué, el cómo y el quién... Y por si no fuera dura de mollera pero sí impresionable, de regalo la reafirmación: "Marcos tiene talento literario. Y no lo digo porque sea mi amigo. Porque tengo muchos amigos de los que nunca he dicho en público que tengan talento literario. Al César lo que es del César. Un placer haber escrito el prólogo de "Hoy ajustamos cuentas aunque no quieras"." Creo que los césares llevaban rama de olivo en forma de corona... déjenme que les coloque una a ambos... por el talento y por todo lo demás... Sumamos los comentarios de la plataforma "Entre escritores" y la reafirmación es por definición, sí?... que no me ciega el cariño, que no me equivocaré tanto, que su opinión es así... siempre reafirmación...
Y una petición plebeya: ... Más! Un abrazo,
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