viernes, 13 de junio de 2014

Introducción y visionado de 'shr(a)'

Lo obvio es que el problema de la decepción del espectador ante cualquier acontecimiento solamente es cuestión de las expectativas puestas en dicho acontecimiento. En el espectador manda la demanda y la suya es la demanda del espectador occidental, una demanda dictatorial con respecto al acontecimiento vivido u observado, al que siempre, de forma autoritaria, le pide que ocurra algo a través de la acción. 

Espectador y observador no caben en el mismo sujeto; el primero engulle imágenes mientras que el segundo come lenguaje. Además, el observador nunca tendrá esa insolencia típica del espectador que no quiere transformarse a partir de la experiencia de la acción que consume; el observador, por su parte, se estimula en la espera (no confundir con expectativa) con la vista puesta en que lo que está experimentando le narre a él mismo a través de la experiencia de la observación. 

El que engulle, vomita, y el que come, caga. Lo primero es una actividad propia del rechazo; lo segundo, la actividad propia de una aceptación. Entonces, la acción de quien es espectador no contiene relato alguno, es un relato muerto en tanto que [Situación Inicial] es idéntica a [Situación Final], el objeto ha seguido una trayectoria de ida y vuelta, 'a' vuelve a ser 'a'; mientras que la acción de quien es observador sí contiene un mínimo relato, es un relato vivo en tanto que [Situación Inicial] es distinta a [Situación Final], el objeto ha transformado al sujeto y se ha transformado a sí mismo, 'a' pasa a ser 'b'. No más que un relato muerto frente a un relato vivo.

Así las cosas, ¿qué ocurre cuándo el espectador cruza la frontera y se pone del lado del acontecimiento? ¿Qué ocurre cuando, por ejemplo, va a ser fotografiado? Como buen amante de la muerte, seguramente solo se tolere a sí mismo mirando a cámara, porque una mirada a cámara, en un retrato, es la historia de una acción muerta, una historia póstuma, muerta a partir de la neutralización de dos miradas, la del retratado y la del que mira el retrato. 

El espectador que mira a cámara cuando es fotografiado mata la mirada del que mira, porque prefiere espectadores antes que observadores. No quiere verse en una acción natural y espontánea, y su mirada a cámara estará acompañada de una buena dosis de posado.

En conclusión, el espectador, cuando cruza la frontera y se pone del lado del acontecimiento, se interpreta a sí mismo, y en su acción, lo que le queda de sujeto deviene en objeto. Le regala, al otro, su muerte, su relato muerto. Al espectador la vida no le interesa lo más mínimo, adora su ficción y detesta su documento.

He aquí 'shr(a)':



[Hay una segunda parte de 'shr(a)'. Se titula 'shr(2a)' y puede verse en la Revista Espacio Luke]

sábado, 7 de junio de 2014

Monarquías, repúblicas, súbditos y hombres y mujeres libres

Estos días en los que se habla de la abdicación del monarca español y de la sucesión puesta en marcha en favor de su hijo me estoy acordando del filósofo Slavoj Žižek, cuando explica que en el mundo de hoy en día el rey que se crea que es rey de verdad está más loco que cualquier sujeto de manicomio que se crea ser Napoleón. El modelo sirve también para señalar hasta qué punto de enajenación mental puede llegar cualquier presidente de cualquier país que se crea de verdad que es el presidente o el gobernante de cualquier cacho de tierra cuyos habitantes con derecho a voto le han elegido para el cargo. Aplíquese el caso donde se quiera, allí donde una sola persona, incluido su grupo de ministros, se crea que tiene cierta capacidad de decisión, que se crea, dicho en pocas palabras, ser el portador de eso que tan fácilmente denominamos Poder.

Pero volvamos al caso del rey, de esa persona que se cree rey, y de su trastorno psiquiátrico que le hace pensar, en una alucinación con pretensiones de realidad, que es un rey de verdad. El contraplano de semejante dislate solamente puede obtenerse de retratar a una ciudadanía con otra enfermedad equivalente, la que correspondería a un pueblo cuyos integrantes se creen súbditos del rey. La RAE define súbdito como "sujeto a la autoridad de un superior con obligación de obedecerle". ¿Qué manda el rey? ¿Qué obedecemos nosotros? ¿Dónde está la autoridad superior? Mientras nos pensamos las respuestas nos queda espacio para pensar que el delirio nos pertenece a todos, al rey por creerse rey y a nosotros por creernos súbditos. Y es una enajenación mental que ya veremos si es transitoria. Diríase que si todos estamos locos, lo cuerdo no existe, en tanto que no puede contrastarse con nada.

En este juego cuasi-esquizofrénico en el que nos movemos, la alternativa con la que sueña la ciudadanía se llama República. Como si fuera el punto de fuga de esa ficción en la que nos creemos el papel de súbditos, soñamos con una República en la que nos creeremos, quizás, el papel de hombres y mujeres libres. El despropósito no puede ser mayor: Monarquía o República es el debate. Debátase usted entre estas dos únicas opciones de modelo de Estado, excluyentes entre sí y que, juntas en el binomio que se pone sobre la mesa, excluye del debate y del análisis cualquier otra forma de organización política que no sea ni la una ni la otra. Así que estos días cualquiera tiene una opinión formada sobre una y otra. Y cuídese mucho de intervenir en los conatos de diálogos que hay en la calle y en las redes sociales a este respecto desde un posicionamiento que no sea el estrictamente mediático.

Cuidarse, por ejemplo, de lanzar la pregunta de si se puede ser súbdito de la República, en tanto que el Estado no deja de ser el mismo. Y ya no digamos si uno se pone a extrapolar el ejemplo de Žižek al modelo de Estado, es decir, poner en duda que la Monarquía sea tal y que la República sea cual y que, tanto monta, monta tanto, una ficción con reyes que se creen reyes de verdad que una ficción con presidentes republicanos que se creen presidentes de verdad. Si uno se osara a decir cosas así en una verdulería, por ejemplo, o en Twitter, por poner otro ejemplo, el loco no sería el súbdito que se cree súbdito sometido felizmente a un rey ni el ciudadano libre que se cree ciudadano libre sometido felizmente a una República...; el loco sería quien se meara fuera del tiesto mediático del debate diseñado para el entretenimiento, Monarquía versus República. De nuevo, el Espectáculo no quiere ingratos que cuestionen el modelo de verborrear solamente desde esas dos posiciones que nos venden como contrapuestas.

En este punto quiero escribir, a modo de desquite, que uno es de su Señor. Uno solamente puede pertenecer a sus Amos y Señores. Solamente en la medida que servimos a nuestros Amos y Señores, dándoles nuestro trabajo, nuestra vida y nuestro dinero, somos sus súbditos. Aquí no hay ficciones: somos súbditos de nuestros Amos y Señores desde que nacemos hasta que morimos. Un repaso histórico nos detallaría una característica que hemos compartido los súbditos de todas las épocas, que no es otra que no haber conocido el rostro de nuestros Amos y Señores. Otra cosa es que nosotros, los locos que creemos vivir en una Democracia, nos hayamos creído que la cosa de elegir a esos locos que se terminan creyendo que son nuestros gobernantes de verdad nos ha llevado a pensar, a hacernos creer, quizás por primera vez en la historia de la humanidad, que nosotros sí conocemos a nuestros Amos y Señores. ¡Qué peligrosa resulta la mezcla en un mismo sujeto de la demencia y de la ignorancia! Cualquier cosa podría pasar..., al fin y al cabo vivimos en una ficción como personajes de ficción, una ficción de esas en las que puede pasar cualquier cosa.

Entonces hay que plantear la siguiente pregunta: ¿algún personaje de ficción ha sabido alguna vez quién ha escrito el guión de sus vidas? No. Todo Poder es opaco. Y querer descubrirlo te metamorfosea en cualquier personaje de Kafka, que se da de bruces contra lo que realmente es el Poder Real. Y el Poder Real es irrepresentable (1. adj. Dicho de una obra dramática. Que no es apta para la representación escénica) e inaprensible (2. adj. Imposible de comprender), casi como la muerte, y nos somete a todos, locos monárquicos y locos republicanos (entre los que me incluyo), incluidos reyes y presidentes, súbditos todos, de verdad, como sujetos sometidos a esa Autoridad Superior con obligación de Obediencia. Ni siquiera el Poder Real está en las multinacionales del entretenimiento, de la alimentación, de la moda y de la cosmética, de los medicamentos, etcétera, pretextos que no tienen por menos de ser la fuga de una intelectualidad antisistema de un antisistema que se cree un antisistema de verdad, por muy bien que suene escribir eso de que los objetos que fabricamos nosotros mismos en las fábricas los consumimos después en la calle, a cambio de un salario que nos perpetua en el círculo de la violencia autoinflingida. Palabras, solamente palabras.

Y discurso, solamente discurso. El Hombre solamente ha estado sometido a un Poder Figurativo durante el Paleolítico; con el cambio al Neolítico, todo se abstrae, empezando por el propio Hombre, que deja de ser una figura en la Naturaleza para convertirse en una mancha de la Razón. El Poder Abstracto. Desde entonces hasta nuestros días, la abstracción ya ha devenido en obesa mórbida, y nuestros cuerpos también abstractos se han habituado a este contexto Diógenes en el que tenemos la ilusión de ser poseedores de toda la mierda que hemos ido guardando, generación tras generación, desposeídos ya de la memoria, cuando en realidad somos nosotros los poseídos por tan ingente cantidad de basura. Doce mil años después, ya no sabemos quiénes somos: ¡cómo para no aliviarnos la ficción de autoetiquetarnos como monárquicos o republicanos! Pero la cosa es que no hay reyes ni repúblicas, ni súbditos ni hombres y mujeres libres. Solamente hay ficción y de ahí una hipótesis de la locura, pero escrita en lenguaje también abstracto para terminar escribiendo que el loco que se cree Napoleón en el manicomio está más cuerdo que nosotros. 


BONUS TRACK

martes, 3 de junio de 2014

La historia por delante y la historia por detrás


FELIPE I



FELIPE II



FELIPE III



FELIPE IV



FELIPE V


FELIPE VI



FELIPE V



FELIPE IV


domingo, 25 de mayo de 2014

La historia contemporánea de Europa contada a través de la más grande de sus elipsis


domingo, 18 de mayo de 2014

Una muerte. Una vida. Y su contexto.

Una muerte.



Una vida.




Y su contexto.




[Fotograma e imágenes: 'Armonías de Werckmeister', Bèla Tarr, 2000]

domingo, 2 de marzo de 2014

Una canción de 1983, treinta años después

Esta historia empieza mucho antes del verano de 1988, que es el año en el que yo escucho por primera vez aquella canción. Exactamente comienza veinte años antes, en la década de los 60, cuando mi madre es la sirvienta en la casa de una familia burguesa de Ávila. Además de las labores propias de la cocina y la limpieza y el orden del hogar, mi madre cría a la niña pequeña de la familia. Cuando mi madre se casa emigra con mi padre a una gran ciudad, a principios de los años 70, en busca de trabajo. La 'niña' entonces es ya una joven, pero ambas, ella y mi madre, continúan alimentando el vínculo emocional que una vez las unió, hablan por teléfono y se ven de vez en cuando. Al fin y al cabo, tampoco es mucha la diferencia de edad entre ambas, porque cuando mi madre entra a servir en aquella casa tiene catorce años, momento en el cual la niña cuenta con cuatro. Recuerdo que cada verano de mi infancia, cuando vamos en familia al pueblo de mi madre, que está a unos veinte kilómetros de la ciudad de Ávila, ella dedica un día a visitar a la familia a la que ha servido y a su vuelta nos cuenta los episodios más significativos de la 'niña' y de la familia.

La 'niña', ya adulta, se casa un año de esos, a principios de los 80, con un periodista musical que trabaja en Radio Nacional de España. Y en el verano del 88, lo recuerdo porque ese mismo año, en enero, ha muerto mi padre, mi madre viene de la visita de rigor con un regalo para mí, una cinta de cassette. Es un regalo del marido periodista de la 'niña', que, según me dice mi madre que le ha dicho él, como yo tengo entonces catorce años, seguro que me gusta la música que él ha seleccionado en la cinta. 'Pop-rock de los 80' recuerdo que pone, con letras mayúsculas, en el canto de la caja de plástico, y en cuyo reverso señala que hay canciones de grupos como Radio Futura, Golpes Bajos, Siniestro Total, que son los tres grupos que recuerdo que sí hay, entre otros de la época. Luego pongo la cinta en el walkman y le doy al play, pero no hay nada de pop-rock: el marido periodista de la 'niña' se ha equivocado y ha metido otra cinta de cassette en la caja de 'Pop-rock de los 80'. Lo que hay es 'música rara', con mucho piano, con algunos violines, con voces de coros, a veces... Pero no es música clásica, el sonido es mucho más sintético que orgánico. ¿Qué tal la cinta que te ha grabado 'fulano'?, me debe preguntar mi madre. Bien, le debo responder, sin desvelar que se ha equivocado; es un regalo y yo no quiero poner a 'fulano' en evidencia.

Aquella música sintética me impacta. Es una música que puede ser la banda sonora de muchas historias. Y aquel verano es la banda sonora de mi verano en el pueblo de mi madre. Sobre todo es la cuarta canción la que me gusta desde el principio, con un ritmo medio de piano que se rompe al poco tiempo con más piano y con la entrada después de un teclado que imita el sonido de un violín. La cinta errónea no tiene ningún tipo de identificación: por el estilo, todas las canciones son del mismo músico, y deben pertenecer a un mismo álbum. Ni sé las veces que escucho aquella música, y especialmente aquella cuarta canción, durante aquel verano, en la soledad de la escucha silenciosa a través de los auriculares del walkman, mañanas, tardes y noches. Una obsesión de adolescencia, aquella cuarta canción, que tarareo en ratos muertos, que llego a saberme de memoria, de las veces que la escucho. Es, quizás, la primera vez que escucho música, quiero decir, la música por la música, sin que se accione el filtro de la autoría o del estilo, que tantas veces me han determinado a la hora de escuchar música, sobre todo en este tiempo de juventud. Y la hubiera escuchado cientos, quizás miles de veces más, aquella cuarta canción, si el walkman no se hubiera tragado la cinta.

Me siento huérfano de aquella cuarta canción, con la rotura de la cinta, pero la conservo casi intacta en la memoria, de las veces que la he escuchado, y me alivio. Y la recupero, durante aquel verano, todavía cuantas veces quiero, y también cuantas veces quiere venir ella sola a mis canturreos. Es mi canción de 1988, mi obsesión, vivida en silencio, como se viven las cosas cuando tienes catorce años y el mundo te parece una indigerible montaña de mierda que va a subir su puta madre

Pero aquella cuarta canción se va yendo cuando ese mismo año ya empiezan las clases, se me muere en la cabeza, a cachos, primero logro recuperarlos, pero cada vez con mayor esfuerzo, confundo partes, se amontonan los distintos ritmos. Aquella cuarta canción se llena primero de ruido y después de silencio. Y la pierdo, al principio casi del todo. Al cabo de unos meses, solamente puedo retener el principio de aquella cuarta canción, hasta que llega el segundo cambio de ritmo de los pianos, una vez que ya han entrado los violines. Después de ese momento, la canción muere una y otra vez en el esfuerzo por canturrearla. Y la pierdo, después del todo. La canción muere en pocos meses después de haberla dejado de escuchar.

Recuerdo el dolor de la pérdida, un recuerdo físico, de pena, de rabia. Me angustia pensar que no la volveré a escuchar nunca. Y, sobre todo, me aplasta la frustración de no tener ningún elemento de búsqueda, para recuperarla. Y la doy por perdida. La canción está muerta hasta que se me aparece a finales de 1993, en la sala de cine donde veo "El piano". Los primeros acordes de la famosa pieza de su banda sonora me pone los pelos de punta, tanto que me despista de la acción de la historia, porque aquella cuarta canción ha vuelto, desde lugares remotos de mi memoria, pero ha vuelto difusa, raquítica y con un aire de irrealidad, como un fantasma. El fantasma de aquella cuarta canción.


Luego sé, porque lo leo en los créditos de la película de Jane Campion, que el autor de la banda sonora es Michael Nyman y que la canción cuyo estilo y cuyo aire me han traído el fantasma de aquella cuarta canción se titula 'The heart asks pleasure first'. Michael Nyman, Michael Nyman, memorizo. Puede ser el autor de las canciones de aquella cassette, y con esa esperanza salgo del cine. Unos días después voy a una tienda de discos y pregunto por Michael Nyman. Solamente tienen la banda sonora de "El piano", en la sección de 'Bandas sonoras', ningún disco más de Michael Nyman. Como encontrar una aguja en un pajar, pienso, imposible recuperar aquella cuarta canción, imposible volver a escucharla. Imposible.

Sin embargo, reanudo la búsqueda a finales de los 90, con la irrupción de Internet. Indago en la discografía de Michael Nyman pero no encuentro aquella cuarta canción. La búsqueda me aporta, sin embargo, otra pista, la etiqueta que describe su música es la de 'música minimalista'. Así que continuo la investigación por ahí, escuchando música minimalista en los ratos muertos, buscándola a ella, en una búsqueda que resulta siempre infructuosa.

Después, en 2003, llega otra película, 'Las horas', en cuya proyección el fantasma de aquella cuarta canción vuelve a aparecerse. Todavía más difusa, más raquítica y de aire más irreal. Otra búsqueda, entonces, pero más cansado, sin esperanza, a partir de las ramificaciones nuevas abiertas por Philip Glass, cuyo nombre conozco aquella noche. Pero nada. Solamente el drama. 


Me había cansado de buscarla. Y la tengo que enterrar. Y de aquella cuarta canción ya no hay ni restos fósiles en mi memoria. ¡Cómo para sospechar que habría de encontrarla diez años después!

La historia terminará aquí, hace poco más de una semana, cuando lea el titular de una de las noticias de portada de Menéame (Un vídeo muestra la crudeza de "Petra" desde el aire) y la información que describa el material audiovisual (El fotógrafo Philip Plisson registró desde un helicóptero los efectos de la ciclogénesis que afectó a Galicia y al Cantábrico a primeros de febrero y que dejó rachas de viento superiores a 152 Km/h). Y clicaré en el enlace. Y sobre las imágenes de la descomunal fuerza del mar Cantábrico empezará a sonar aquella cuarta canción. Y estaré a punto de llorar cuando vuelva a escucharla de nuevo, después de tantos años.

Debajo de la ventana donde se muestran las imágenes, en la parte derecha, estará la opción de comprar la canción en 'itunes'. Ahí sabré su nombre. Y su autor. Cuando la emoción me deje pensar pensaré que un accidente me había traído esta canción y que un accidente me la había arrebatado y que un accidente me la había vuelto a traer. Ni sé las veces que la escucharé cuando la encuentre, dentro de poco más de una semana. La gozaré en conciertos grabados y en diversos videoclips que hay colgados en la red. Pensaré, 'ahora nunca dejaré que se vaya'. Pensaré, 'ya no habrá más accidentes'.

Y teclearé su título, 'Struggle for pleasure', al final de la historia que escribiré aquí, en el Blog Abisal. También escribiré el nombre de su autor, Wim Mertens. Y cerraré ese último párrafo con el nombre de la historia, una canción de 1983, treinta años después. 

Play.

miércoles, 1 de enero de 2014

Mi cuerpo. Mi sangre. Mi templo.

La Iglesia no puede entrometerse en la vida civil. Así que Papas, cardenales, obispos, arzobispos, curas, monjas, miembros del Opus Dei, "providas", Gallardón, resto de cúpula del PP y demás cuadrillas antielección:

El aborto es un derecho que engloba el cuerpo, la libertad de acción, el derecho individual..., la vida al completo de una individua.

Resistimos a vuestros ataques, a vuestro terrorismo biopolítico, a vuestra impertinente insistencia a meteros en nuestros cuerpos y en nuestras vidas. Resistimos a la imposición de la maternidad. Resistimos a la violencia institucional de todos los ministerios, a la leyes y pseudoargumentos que nos criminalizan. Porque creemos en nuestra capacidad decisiva y en la posesión de nuestros cuerpos y sexualidades.

Follamos en vuestras sedes, abortamos en las Iglesias y bailamos en las Catedrales. Mi cuerpo; mi templo. Si os metéis en él, entramos en los vuestros.

Seguiremos abortando, haya la legislación que haya, gobierne quien gobierne, independientemente de quien lo haga en la luz o en la sombra.

Restringir el aborto no implica menos abortos; significa más peligro para la salud de las mujeres. Iglesia y Estado represores, que sorbéis de la misma pila: os beberéis la sangre de nuestros abortos.


[Mi cuerpo. Mi sangre. Mi templo... PLAY]