martes, 8 de noviembre de 2011

La primavera árabe y el otoño europeo

Berlusconi ya está subiendo al patíbulo. En la misma guillotina, hace una semana, rodó la cabeza de Papandreu. En marzo se ejecutó a Sócrates. Es el resultado de lo que nadie ha llamado otoño europeo.

Sin embargo, cuando Ben Alí primero, Hosni Mubarak acto seguido y hace unas semanas, Muamar Gadafi [ejecutado sin apenas simbolismo] hicieron sus paseíllos particulares por el corredor de la muerte, enseguida le buscamos una marca, la primavera árabe. 

A los árabes, por lógica natural, les espera el verano. Quizás no sea un verano con la climatología que han deseado en su primavera, con su sol, su cielo azul, sus noches agradables, etcétera, pero es un verano al fin y al cabo, un verano en el que todavía guardan la esperanza que sembraron en las calles primaverales. Les vendrán tormentas, sí, pero esperarán con alegría las claridades venideras.

A los europeos, sin embargo, se nos viene encima el crudo invierno, que además de la penosa predicción meteorológica que nos han augurado tenemos que añadir la derrota que hemos ido acumulando en nuestros hogares otoñales. Muchos de nosotros sin trabajo, sin dinero, sin verbos y sin esperanza. El crudo invierno.

Eso decía, que cuando en su momento nos contamos a nosotros mismos las que no tardamos en llamar revoluciones árabes, identificamos de primeras una oración gramatical de simple recorrido, de sujeto, verbo y predicado: "los pueblos árabes derrocan a sus líderes". Pero la gramática, aplicada a lo nuestro, nos escuece, y solamente a lágrima viva podemos farfullar una construcción del tipo "los mercados están derrocando a nuestros gobiernos".

Repetimos, aunque nos duela, la primavera árabe: sujeto, el pueblo; verbo, derroca; predicado, a sus líderes. Repetimos, aunque nos mate, el otoño europeo, el nuestro: sujeto, los mercados; verbo, derrocan; predicado; a nuestros gobiernos. La primavera árabe y el otoño europeo.

Los sujetos pueblo y mercado son, a priori, diferentes. Pero una cosa..., nuestros medios de comunicación masivos, los que nos atiborraron hasta la nausea con el atributo revolucionario aplicado a los pueblos árabes que se rebelaron contra sus tiranos, omiten el término aplicado a nuestro mercados. Cabría preguntarse si la acción de los mercados tiene o no características revolucionarias. Quizás preferimos denominarlas reaccionarias, pero el matiz en lo gramatical no traspasa la superficie. La revolución transforma lo social, y eso es, más o menos, lo que está ocurriendo, una transformación social quizás sin precedentes. Paradójicamente, a algunos nos gusta hinchar el sujeto mercado hasta decir la tiranía de los mercados. Entonces, ¿los árabes vuelven de la tiranía y nosotros vamos a ella?

Y más. Los que gustan de decir que no estamos en crisis sino que nosotros somos la crisis  suelen acompañar sus argumentos con que nosotros somos el mercado, porque cada uno de nosotros hemos invertido, hemos especulado, hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hemos practicado fraude fiscal, etcétera. Desde esa lógica apologética del capitalismo, si nosotros somos el mercado, nosotros estamos derrocando a nuestros gobiernos. La diferencia, entonces, entre la primavera árabe y el otoño europeo, estaría, a bote pronto, en ser o no ser consciente, o en responsabilizarnos o no de nuestros propios actos y de nuestras propias construcciones, entre ellas, el mercado.

De cualquier forma y de ser así, nuestro mecanismo revolucionario sería perverso. Nos indignamos con nuestros gobiernos, soñamos un cambio, imaginamos un mundo en el que no estamos sometidos al poder económico y financiero, y es, precisamente, ese poder, el que aniquila el poder que emana del propio pueblo. Nuestros sueños se cumplen, pero no somos dueños del cambio. La desgracia es descomunal, se mire por donde se mire.

Despojados de la revolución, acción que habríamos delegado a los mercados, la lógica ha devenido en endiabladamente abstracta. La Unión Europea intermedia entre el poder económico-financiero [un poder al que siempre, desde su fundación, ha obedecido], y los gobiernos. Europa es la voz de su amo y exige a los gobiernos las políticas que deben salvar el sistema financiero surgido del euro. Y gobierno que no cumple, al patíbulo. Relato de la desolación.

Estados, bancos, entidades financieras, especuladores, agencias de calificación, y un sinfín de sustantivos, que todos juntos se amontonan sin distinción de forma y fondo bajo el genérico mercado. Son sustantivos que también se escenifican como sujetos omitidos de los titulares de nuestros periódicos, también servidores fieles de su amo. No dicen "el mercado está aniquilando a las democracias". No lo dicen. Tampoco nos lo decimos nosotros a nosotros mismos, porque no nos atrevemos a escucharlo.

¿Ya no nos acordamos de los gobiernos de transición que se se formaron en la primavera árabe? Gobierno de transición, la misma suma de palabras, es el nombre con el que asignamos a los gobiernos que han sucedido a los gabinetes de Papandreu en Grecia y, pronto, al que sucederá al de Berlusconi en Italia. Gobiernos de transición, a la espera de nuevas elecciones democráticas. Tiene cojones pero eso dicen, democráticas. Aunque la democracia, todos lo sabemos, después de haber sido violada por el mercado, será un algo parecido a la democracia pero sin llegar a serlo.

Otra forma de decirlo sería que el amo está eligiendo a dedo a los gobernantes de los países que deben respetar sus reglas para mantener el juego abierto. Esos gobernantes [de transición] son tecnócratas, gestores, economistas... Esto es, que el amo no quiere políticos, no quiere que se realice el ejercicio de la política; el amo no quiere, sobre todo, ideologías. ¿Os suena? El fascismo que viene. ¿Es lo que queríamos...? Podríamos decir que en cualquier caso no es la revolución que habíamos soñado, aunque en nuestros sueños tampoco hubiera políticos. Historia de la vergüenza, cada vez más nuestra.

El referéndum que planteó Papandreu funcionó como funciona lo que en ficción se llama falso final. El falso final le da una pista clave al espectador de lo que será el final verdadero, siempre de valor opuesto al falso. Con el referéndum, el gobernante que había elegido el pueblo quería devolverle la palabra al mismo pueblo, en un ejercicio democrático que aumentó el miedo de los mercados. Estos, a través de su sierva delegada, Europa y sus instituciones, invirtieron la ecuación: los mercados terminaron decapitando al gobernante con el cinturón del euro, por haber confiado la palabra en un pueblo que el amo estaba convencido que no sabría responder correctamente en el referéndum. Esto es lo que aquí y ahora obedece a la lógica revolucionaria de los mercados, nos guste o no. 

En nuestro caso, la democracia violada permanentemente por el mercado seguirá existiendo, pero en forma de ficción. Y los pocos políticos que vayan quedando tendrán bien aprendida la moraleja extraída de las ejecuciones de Sócrates, Papandreu y Berlusconi.  Solamente sobrevivirá el político que sea capaz de travestirse de economista, gestor y tecnócrata. Porque es eso lo que le pone tontorrón al amo, y el que le calma el miedo que le viene aquejando.

Y así termina la película, nos guste o no. La primavera árabe espera su verano con gobiernos militares, mientras que el otoño europeo espera su invierno con gobiernos de transición. Y militares y tecnócratas no soportan el juego de las 7 diferencias.

La crisis y el miedo [el de nuestro amo y el nuestro propio] nos están dejando sin trabajo, sin dinero y sin palabras. Mejor dicho, sin verbos, porque palabras hay muchas, escritas unas encima de otras, pisándose, enturbiándose. Ruido exponencial que nos tiene a todos entumecidos en la parálisis. Entonces, parálisis de la palabra y del verbo. El verbo es acción, transformación y cambio, y la crisis nos está dejando sin eso, construyendo un mundo lleno de sujetos incapaces y omitidos. Pero hablaba de la primavera árabe y del otoño europeo, todavía con verbos en el texto. Son acciones que me cuesta describir, porque el ruido sustantivo empieza a ser abrumador. 

Después de todo, ¿sabremos reconquistar los verbos para transformar esta historia?

4 comentarios:

Blue dijo...

Iba leyendo el texto y mentalmente subrayando frases (cosa que nunca hago en la realidad), pero ya son tantas que no soy capaz de centrarme en una o en un par de ellas.
Esto de ver la realidad como una película tiene sus ventajas: eres capaz de verla con distancia, imaginarle otro guión, otro final...
Lo que no me queda claro es si la realidad tiene la lógica aplastante que tu le supones. Ni digo que no, ni digo que sí, ja, ja, solo dudo.
Pues eso, que me ha gustado todo, y el final te quedó incluso poético. Bordado.
Musutxuak, Kez.

Kez dijo...

Un blog donde se muerde la realidad hasta descubrir que su hueso es ficción, jajaja.
Dentro está la verdad, pero es impenetrable, así que mejor analizar y escribir desde el "afuera", que, aunque sea mentira, nos da una idea del "adentro"...
Al texto me ha faltado añadirle que quizás esto que estamos viviendo ahora sea un falso final que anticipe todo lo contrario. ¿Podría ser? Sí, claro... Pero... En fin, que la falta de esperanza termina repercutiendo en todas y cada una de las cosas que hacemos,
Musutxus de vuelta, Blue,

Licantropunk dijo...

Primavera árabe, otoño europeo... invierno español. El voto libre es una ilusión para hacernos creer que somos dueños de nuestro destino y que la democracia es la garantía.
¿No será mejor pasar de todo que generarse una úlcera? ¿Decir "con vuestro pan os lo comáis y ahí reventéis" en vez de encabronarse? Pues no, no lo es.
Saludos.

Kez dijo...

Licantropunk... bella contradictorio con giro de guión definitivo,jajaja. ¡Cómo no suscribir los que dices...!
Un saludo.

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