Las fotografías fueron mundialmente difundidas por los medios de comunicación de todo el mundo y supusieron, además de una inyección propagandista a favor de los enemigos del Imperio, más evidencias que operaron internamente dentro de cada una de las individualidades que conformamos ese entramado que aquí se opinión pública sostenedora del Imperio.
Toda imagen donde se relata la tortura de un ser humano sobre otro ser humano no tiene por menos que ser una imagen poderosísima. Desde un punto de vista estrictamente comunicativo podría afirmarse que la tortura es un acto íntimo entre dos sujetos (mejor dicho entre un sujeto torturador y un objeto que el torturador dispone entre sus manos). Pero desde el momento en el que entra en acción una tercera mirada (la nuestra como espectadores) el acto en sí (la tortura) necesita ser redefinido. Lo íntimo y personal salta la barrera de su propia naturaleza y se convierte en algo público y social. Haría falta saber de qué manera nos apropiamos de esa tercera mirada y de qué manera hacemos nuestro el acto de tortura que protagoniza el relato de las fotografías.
Lo cierto es que semejante acto de ostentación de la humillación puso ante nuestros ojos lo prohibido. Nosotros los occidentales accedimos a las fotografías mitad estupefactos, mitad excitados. Porque no hay que olvidar que esa tercera mirada es también la mirada de un voyeur que accidentalmente ha encontrado el ojo de la cerradura que le enchufa en conexión directa y sin atajos a su propia esencia cultural, vestida de demonios y no de dioses.
No obstante, el relato que nos esperaba dentro del agujero de la cerradura nos ofrecio una información contradictoria: los malos no eran ellos, los otros, los iraquíes en este caso; los malos éramos nosotros, los que mirábamos la imagen tranquilamente sentados desde los sillones de nuestros salones de nuestras casas. Nuestros mecanismos de identificación encontraron pronto su objeto: los torturadores hablaban una lengua conocida, vestían nuestros uniformes y posaban en las fotografías con una sonrisa estúpida que enseguida asociamos con la nuestra. Sí, éramos nosotros, los civilizados civilizadores, los prósperos prosperadores, los demócratas democratizadores, nosotros, el constante ejemplo ejemplizador.
¡Y vaya bullicio mediático que se formó! Me pregunto la naturaleza de tantos nervios y, sobre todo, las necesidades de tanto ruido, porque un gran número de personas que conforman las opiniones públicas occidentales está a favor de la mano dura. Al fin y al cabo el cuento con el que nos durmieron cada noche hablaba de una lucha entre el Bien y el Mal. El Mal había atacado al corazón del Bien. El Bien tuvo que ir a la busca y captura del Mal. Y el Mal residiía en unas coordenadas geográficas muy bien definidas: Afganistan e Irak. Así que todo lo que ocurriera en el territorio del Mal en beneficio del Bien podría estar más que justificado, torturas y otros juegos de guerra incluídos.
Pero lo escándaloso no fue la tortura en sí, porque todos sabemos que la tortura tiene lugar en los espacios donde se asientan las estructuras armadas del poder, y que muchos,precisamente, la justifican negándola. Lo que más dolió fue el hecho de enseñar las intimidades occidentales, ver(nos) en un retrato desde atrás, de culo sin depilar, pillados desprevenidos, sin haber dado lugar a las sesiones previas de maquillaje y puesta en escena que gustamos de hacer para realizar(nos) bellas fotografías sobre cómo el Bien termina imponiendose al Mal.
Está claro que en Occidente y en cada uno de los estados que lo conforman, la causa noble no es luchar para que desaparezca la tortura, sino luchar para que se prohiba enseñarla y hacerla pública. Porque nos gusta el maquillaje para nuestros rostros y la ficción para nuestros relatos. Y las fotografías de Abu Ghraid se acercaban peligrosamente a lo documental y a eso que llamamos realidad.
¿Y qué hubiera ocurrido si los protagonistas de la fotografía hubieran intercambiado sus papeles? ¿Cuál hubiera sido el discurso? Habríamos tardado muy poco en llamar al torturador bárbaro, animal, irracional, loco, puto moro, y algún apelativo de la misma jugosidad. Es lo que ocurre cuando consumimos las imágenes que muestran las decapitaciones y otras formas de ejecución de occidentales y pro-occidentales en manos de grupos islamistas.
Estos mecanismos individuales donde se atribuyen de forma automática en los actores los calificativos positivos y negativos fluyen dentro de unos modelos de manipulación discursiva que han puesto en circulación nuestros medios de comunicación, invitados y empujados por los gabinetes de prensa de los gobiernos occidentales. Claro que la manipulación también opera en el otro lado, pero esa no es nuestra manipulación.
Esta disociación bueno-malo contamina la totalidad del juego comunicativo, hasta en los términos menos susceptibles de contaminación. Por ejemplo, en las categorías secuestrado y prisionero. Así, en todos los conflictos armados que han tenido lugar después de que se acuñase el término terrorismo internacional (Occidente versus Islamismo) uno de los nuestros que haya sido capturado por el enemigo solo puede caber en la categoría de secuestrado, nunca en la de prisionero. De manera inversa, los que nosotros llamamos terroristas solo caben en la categoría de prisioneros, nunca en la de secuestrados. Otra categoría dual es la que conforman los términos asesinato-ejecución. Por ejemplo, si la víctima mortal es de las nuestras se dice que el secuestrado ha sido asesinado en vez de que el prisionero ha sido ejecutado. Qué raro nos sonaría que en una de nuestras noticias se llamase terrorista a un soldado israelí o que tal número de jóvenes palestinos han sido asesinados por mandato del gobierno israelí.
Pero volvamos a Abu Ghraid. Estos días hemos sabido que los abogados de los soldados norteamericanos que torturaron a los prisioneros iraquíes han sido exonerados de posibles faltas por justificación de la tortura, pero hay que aclarar que ya entonces, al poco tiempo de haberse hecho públicas las fotografías, la revista Science publicó un artículo firmado por un grupo de científicos de la Universidad nortamericana de Princeton. La noticia se publicó en todos los medios occidentales (las agencias de prensa norteamericanas, preocupadas siempre por ofrecer información objetiva, hicieron llegar el mensaje al mayor número de países). El titular (para leer una noticia sobre el mismo estudio, aquí) recuerdo que decía algo así: "Cualquiera puede ser un torturador si se dan las circunstancias". Hostias, repetimos, se nos vendió como información objetiva... porque lo habían estudiado científicos... y su arma de convicción masiva se llama evidencia científica, te rogamos óyenos...
Ante este hecho peculiar, uno pudo hacerse entonces (y también ahora) las siguientes preguntas: ¿Trataba esa información de exculpar en cierta medida los abusos del ejército estadounidense en Irak? ¿Por qué, en el estudio, se situaba a la psicología del torturador en el mismo plano psicológico y cotidiano del lector? ¿A qué intereses respondía la publicación de esta investigación, en esos momentos? ¿Y por qué esas conclusiones?
La lista de "Cualquiera puede ser... si se dan las circunstancias" es infinita, pero los científicos de Princeton eligieron la que elegieron. Y la revista Science seguro que no dudó ni un segundo en decidir publicarla. El ejercicio pretendía una nueva (re)ubicación de la imagen del torturador en nuestra mente occidental, identificando su figura a la nuestra, asignándole al torturador características tan humanamente nuestras como el estrés, entre otras, causantes de ese comportamiento. Se puede argumentar, así, que el redactor de la información, siguiendo el juego de la revista, que a su vez seguía el juego de la investigación, que a su vez seguía el juego del gabinete de prensa de la administración yanqui, que a su vez seguía el juego de las multinacionales que estaban abriendo su mercado en el territorio del Mal, le estaba diciendo al lector que él mismo pudo haber sido el torturador, de haber estado allí y si se hubieran dado las circunstancias. ¡Hostias! Recuerdo que con esto la maquinaria de construir relatos me dejó boquiabierto. Esa historia era casi irrebatible.
Si, como decía el estudio, “cuanto más se ve a los enemigos como miembros intercambiables de un grupo diferente, más se propician las conductas abusivas”, de igual manera se podría justificar la actitud de alguno de los miembros de los comandos islamistas en territorio iraquí, con su política de secuestro de occidentales o pro-occidentales, de propaganda, de peticiones al bando enemigo y de final decapitación. De esta manera, cualquiera podría ser decapitador de occidentales si se dieran las circunstancias. ¿O no? ¿O es que el estudio riguroso sobre conducta humana de los del Princeton no valía para los soldados del Mal? No sé, quizás al ser descendientes directos de Lucifer su naturaleza psíquica y física sean distintas, y sus actos de barbarie se salten lo psíquico para hacer el Mal sin atajos y sin moral alguna. Eso va a ser...
Con respecto a lo que se nos enseña y se nos oculta es significativo tener en cuenta otras consideraciones que se hacen al respecto de la mentalidad estadounidense. Peter Davis, autor de la película Hearts and minds (1973), en relación a la guerra de Vietnam, demuestra, en interpretación de Ignacio Ramonet (En su libro "La golosina visual") que "existe una lógica extravagante que rige las agresiones norteamericanas, aunque no sea suficiente para explicar los orígenes del comportamiento individual de los militares norteamericanos, cuyos excesos de brutalidad le parecen derivar de un cierto número de ritos, reglas y valores que rigen el propio funcionamiento de la sociedad norteamericana".
Esto fue dicho sobre los abusos de los soldados norteamericanos en la guerra del Vietnam. Treinta años después había cambiado el escenario, el Mal Rojo había sido vencido pero se había mutado en el Islam, los soldados norteamericanos eran otros, pero sus prácticas abusivas seguían siendo las mismas.
Pero tranquilos, desde el estudio riguroso y científico de los de Princeton, ya sabemos que cualquiera puede ser un torturador si se dan las circunstancias. Pinochet lo sabía muy bien: bastaba con ser un militar ultra-fascista y tener delante a un peligroso comunista. La tortura tenía lugar de forma natural.
La tortura siempre ha tenido lugar en nombre del Bien.
3 comentarios:
antes estas aimagenes solo puedo decir que la justicia de Dios se haga manifiesta en todas las naciones del mundO... para que venga un arrepentimiento absolutos en la vida de todas las personas... la Palabra de Dios declara en Proverbios 6:16 al 18:
Seis cosas aborrece Jehová,
Y aun siete abomina su alma:
Los ojos altivos, la lengua mentirosa,
Las manos derramadoras de sangre inocente,
El corazón que maquina pensamientos inicuos,
Los pies presurosos para correr al mal,
El testigo falso que habla mentiras,
Y el que siembra discordia entre hermanos...!!!
El dara a cada quien segun su obra y cada uno segun lo que haya hecho, sea bueno o sea malo. Al Justo Pagara con justicia y al Injusto con su propia iniquidad...tenga el misericordia el dia que venga a quien su pago... Bendiciones queridos lectores!!
totalmente deacuero con su comentario....me queda decir que USA tiene mucho q pagar .
Gracias por comentar, Anónimo. USA, como Estado, lleva mucho tiempo haciendo y deshaciendo a su antojo. El Imperio Romano cayó antes por sus propias contradicciones internas que por la presión de los pueblos bárbaros. Ese parece ser el camino de todos los imperios, así que a esperar..., para que surga otro imperio y sigamos luchando [o criticanco al menos] contra los abusos del que venga.
Un saludo,
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