martes, 2 de febrero de 2010

Y colorín colorado Haití se ha terminado

"Estado de excepción" es una situación o categoría política de orden interno declarada por el gobierno de un país ante hechos extraordinarios o excepcionales. Tras el terremoto que tuvo lugar en Haití, un "estado de excepción" se ha ido forjando al tiempo que crecía el "estado de conmoción" de las opiniones públicas occidentales, bombardeadas de "primeros planos amarillistas" sobre la penosa situación de las gentes haitianas.

Algunos "negros" del Imperio se atrevieron a titular algunas noticias hablando literalmente de la muerte de facto del estado: "Haití ya no existe" se pudo leer en "El País". Así, mientras nosotros engullíamos capítulo a capítulo el culebrón emocional de Haití tras el terremoto, con la atención fijada en los personajes que sufren y, sobre todo, en los actos valerosos de nuestros paisanos bomberos y policías rescatando a los supervivientes, miles de soldados y otros mercenarios estadounidenses entraron en territorio haitiano para restablecer el "orden perdido". Porque, entre otras cosas, había que hacer respetar la propiedad privada a los hambrientos y desvergonzados haitianos protagonistas de actos de pillaje. Y claro, nuestro "estado de conmoción" no solo nos despistó del "estado de invasión" norteamericana: también nos ayudó a justificarlo.

A decir verdad, nuestro "estado de conmoción", inoculado por los "negros" del Imperio, nos despistó de todo, y más de la excepcionalidad propia derivada del hecho en sí (un terremonto deja patas arriba un lugar) y de las posibilidades abiertas que deja a todo tipo de relatos que, en un contexto de excepcionalidad nacional, unido al ímpetu invasivo de unos y al ímpetu conmocionado de otros, no tienen por menos que ser excepcionales.

Un ejemplo. Hace unos días una noticia que salió en "Público"  decía que en Haití se estaba amputando demasiado. La información saca a la luz algunas críticas de algunos médicos que se quejan amargamente de que en Haití se está produciendo algo que se denomina "medicina de guerra". Un párrafo dice así:

"He visto fracturas simples de brazo tratadas por medio de la amputación, mientras que podrían haberse curado", dijo al diario francés Le Monde el doctor François-Xavier Verdot, cirujano ortopédico y enviado con el equipo de los bomberos franceses. El doctor consideró que cuando las amputaciones son efectuadas "como guillotinas" el riesgo de infección es enorme porque el hueso queda al descubierto. 

Esto es el "estado de excepción", amigos occidentales ex-conmocionados por Haití. En ese duerme-vela en el que nos encontramos, a la espera de otra gran historia que ponga en primer término nuestra solidaridad, todavía somos capaces de generar algunos relatos residuales, o una especie de alucinaciones hipnagógicas donde la crítica toma vida justo cuando el sueño nos está venciendo. Es decir, que la crítica y el cabreo nacen de manera casi póstuma, con la naturaleza de un relato fantástico donde después de sentirnos ninguneados todavía nos sentimos fuertes para rebelarnos. Mañana ese conato de rebelión se nos habrá olvidado.

Ahora, cuando la atención mediática se está direccionando en otros escenarios, porque el tema se agota (y deja de ser comercial) y porque a los nuevos dueños de Haití les interesa así, nosotros, los sufridos individuos occidentales mediatizados dejamos de sentirnos tan conmocionados. Entonces ocurre que esta lenta recuperación desde la conmoción por Haití que conduce (como ha ocurrido siempre) al olvido por Haití, tiene un breve episodio final de crítica.  Es el epílogo épico de los relatos que nos contamos a nosotros mismos.

Y así es como sigue el espéctaculo, y así es como sigue nuestro relato sobre ese lugar en el que los mercenarios yanquis han logrado "controlar" el caos. Una vez hemos llegado hasta este punto, sabemos que el relato está por terminar: Haití volverá a ser lo que era, un país ninguneado con un gobierno teledirigido desde Washington, en un estado de excepción perpetuo al gusto de las potencias occidentales. Pero en este punto ya estamos dormidos.

En nuestros sueños estamos a la espera de otro acontecimiento que nos conmueva. Llevaremos nuestras cámaras allí. Pondremos nuestros ojos miopes allí. Abriremos cuentas solidarias. Eso es, que no decaiga el ánimo, una nueva conmoción está al caer.

Un leve ronquido empieza. Un hilo de baba cae a la almohada. Somos felices.

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