De cómo se escriben las historias (en minúsculas) para escribir la Historia (en mayúsculas) ya nos enseñó Herodoto de Halicarnaso. Este hombre, considerado por algunos como el padre de los historiadores, puso en duda el binomio sagrado Historia-Verdad, argumentando que toda historia es interpretación; es decir, que no basta con desconfiar de los discursos ajenos, y que lo suyo, antes de construir una historia, sería empezar con la desconfianza del discurso propio que pretende llenar de verdad lo que en realidad es relato interesado.
Herodoto de Haliparnaso y Tiger Woods de Californication.
Salto espacio-temporal de 2500 años desde Haliparnaso hasta California. Si nos atenemos al pensamiento de Herodoto (con su calzador intelecto-ortopédico correspondiente) y lo volcamos sobre un caso como el de Tiger Woods enseguida comprenderemos qué significa eso de "desconfiar del discurso propio". Woods sostiene ahora que ha vivido en una continua mentira. El golfista californiano abandonó la práctica de su profesión deportiva tras descubrirse que había mantenido varias relaciones sexuales extramatrimoniales. La cobertura mediática del caso (que ha hecho las veces de un asqueroso Tribunal Moral de la Inquisición) se detiene aquí: el pecador se redime, regresa con su familia y vuelve a jugar al golf.
Dejando de lado la gigantesca estrategia de marketing de imagen que hay detrás de todo esto, el caso de Tiger Woods reune unos ingredientes tan sabrosos como las dicotomías (excluyentes la unas de las otras) verdad-mentira, documental-ficción y familia-pecado, aplicadas a la (re)escritura que Tiger Woods ha tenido que realizar de su propia historia para salvar los muebles de su moral, que no olvidemos es burguesa, de clase alta y de alto contenido religioso.
La frase "he vivido en una continua mentira" encierra esa otra que afirma "he vuelto a la verdad". Según este discurso, la familia es verdad y la mentira es pecado por encontrarse alojada, precisamante, fuera de la familia. La familia se convierte así, para la moral burguesa, en un gran sumidero donde se desaguan y se redimen todas las mentiras, todos los pecados y, también, todas las fantasías (todas las ficciones) torcidas o desviadas que te separan de la verdad y, por derivación directa, del documental.
El calzador intelecto-ortopédico nos pide que metamos en esto a Lacan. En la historia de Woods, el filtro de Herodoto más el filtro de Lacan arroja otro resultado: la verdad (si es que existe) de Tiger Woods es aquella que niega, lo cual implica que su familia sea su verdadera ficción y su verdadera mentira. En lo que Woods llama ahora su mentira seguramente habría encontrado un lugar más acorde a su verdad sin los sometimientos propios y protésicos de su moral religioso-burguesa.
Hay una frase que dice el protagonista de la película "El club de la lucha" que sintetiza una parte del pensamiento del psicoanalista francés Jaques Lacan: "luchas contra lo que eres", o algo parecido. En este punto dejamos abandonado a Tiger Woods en su dulce y cosmetizado hogar-verdad, rodeado de su mujer-verdad y de sus hijos-verdad... y rescatamos a Roy Ashburn, que ha realizado un viaje hacia lo que Woods llamaría mentira.
Jaques Lacan de París y Roy Ashburn de Californication.
Roy Ashburn es un senador republicano de California que ha asumido en público su homosexualidad después de haber luchado sus últimos años de carrera política contra los derechos civiles de los gays y lesbianas californianos. En el caso de Ashburn, la frase-eslogan de "El club de la lucha" brilla en su máximo esplendor. Aunque Woods ya sepa qué es verdad y qué es mentira, quizás debería preguntarle al senador republicano qué piensa al respecto, y, si es posible, que le responda a qué tiene más dosis de verdad, si un pene introduciéndose por su culo o una vagina esperándole en su dormitorio familiar en la posición del misionero.
Aunque Woods y Ashburn se hayan cruzado en el camino tomando direcciones aparentemente opuestas, en realidad siguen compartiendo la misma moral conservadora y tradicional. Y, con toda seguridad, Ashburn vive atormentado por culpa de sus fantasías-ficción que ha logrado materializar fuera de la familia; es decir, que sigue asumiendo la ficción, quizás no como mentira pero sí como pecado, porque su moral, que vendría a ser lo que se llama género en cine, no dispone de los mecanismos que puedan absorver aquello que pone en duda su propio engranaje hacedor de relatos de este género y no de otro.
Ni uno ni otro saben (o no están dispuestos a asumir, quizás menos Woods que Ashburn) que la familia burguesa no es un documental al uso, y que sus parámetros narrativos la convierten en un falso documental, o en un documental al cuadrado, o, en suma, en una ficción más.
Lo paradójico del asunto de estos dos personajes cuyas dos historias han sido carne del buitreo carroñero de los medios de comunicación y de sus ávidas audiencias es que la verdad de Ashburn implica hipocresia, que es algo que la verdad de Woods no implica en la mayor parte de la opinión pública.
En fin...
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