viernes, 27 de agosto de 2010

Vigilar y respirar

Pantallas nos informan; pantallas nos ponen en contacto con el mundo; pantallas nos vigilan; pantallas formulan nuestros deseos y extienden nuestros sentidos; pantallas registran, reproducen, producen, crean; pantallas nos sitian; pantallas trazan las señas de nuestra identidad subjetiva y nuestro inconsciente colectivo; pantallas dan cuenta de nuestra felicidad y nuestra desesperación... Todo, desde nuestros sueños hasta nuestras grandes decisiones que afectan al provenir de la humanidad parece haberse convertido en un prodigioso efecto de pantalla. (Eduardo Subirats, en "Criaturas virtuales")

Y ahora, y desde hace un tiempo, pantallas a través de las cuales contemplamos a nuestros hijos mientras retozan, duermen o juegan en sus cunitas o en sus parques:

 
 
Porque los intercomunicadores de antaño ya no nos llenan (además de porque era imposible distinguir los berridos de tu hijo con tanta interferencia) aquí llega lo último en los sistemas de vigilancia infantil. El Mercado te da dos opciones (para que luego digan los ingratos que no hay libertad), la primera, un kit que comprende una cámara tuneada con motivos infantiles (percíbase aquí el concepto de cámara oculta) y un pequeño monitor; y la segunda, un kit que comprende la camarita, igualmente tuneada y un sistema que permite introducir la señal de la cámara por la televisión. De las dos, la pareja que dialoga a continuación ha elegido (libremente) ver a su bebé a través de la pantalla de televisión:

ELLA: ¿En qué canal ponemos al niño? 
ÉL: En el cero, que se quedó libre desde que quitamos el vídeo. 

La pareja se sienta en el sofá y en mitad de unos anuncios, en vez de levantarse para ver a ese dulce hijito tan esperado..., cogen el mando y le dan al cero. Embriagante, ¿no?

ELLA: Mírale cómo duerme. ¡Ay, mira, mira, mira qué hace con la boquita! 
ÉL: Yo creo que va a estornudar.
ELLA: ¡Ay, qué listo, si nos está mirando! 
ÉL: Mira a ver que ya habrá empezado el baloncesto.
ELLA: ¿Pero no estábamos viendo "Mujeres desesperadas"...?

Los fabricantes de estos dispositivos de control insisten, a través de las promociones que hacen de sus productos, en que uno de los propósitos fundamentales de estas expendedoras de imágenes es poder controlar la respiración de tu bebé. De nuevo, el arma de convencimiento masivo: el miedo. 

Quien tiene o ha tenido hijos sabe que uno de los miedos más recurrentes a los que se enfrentan los padres es a que la respiración de sus hijos durante los primeros meses de edad se detenga en cualquier momento. Y la cosa se suele poner tan fea que incluso roza lo obsesivo. Por ejemplo, si tu hijo, por la falta de costumbre, está durmiendo más de la cuenta, es posible que vayas a su cuarto cada minuto para constatar que, efectivamente, no está muerto. En fin, es una obsesión y poco se puede hacer... La cosa es que amparándose en este miedo los fabricantes intentan colar su producto de videovigilancia en los hogares de clase media. Pero... ¿qué aporta esta solución tecnológica? Poco o nada. Porque la obsesión es inmutable y lo único que cambia es que no te mueves del sitio. Además, en ambos casos, la muerte súbita, en caso de producirse, es irreversible.

Sea cual sea el pretexto de venta de estos productos una cosa es evidente. Usándolos te privas de la experiencia directa del contacto audiovisual (sin olvidar los otros tres sentidos) con tu bebé. A cambio, asumes la mediación tecnológica como nexo de unión con tu hijo. En suma, eliges antes una representación gráfica de tu hijo que a tu hijo mismo. Es cierto que el uso de estos aparatos de videovigilancia infantil es puntual y no extendible a todas las veces que los padres ejercen control y vigilancia sobre sus hijos, sí, pero en esos momentos puntuales uno elige no levantarse y decide poner el canal cero para respirar tranquilo toda vez que todo hace indicar que la representación gráfica de tu hijo parece que respira apaciblemente. Sin más...

ELLA (para sí misma): ¡Está vivo!
ÉL (para sí mismo): ¿A qué hora terminará esa mierda de "Mujeres deseperadas"?

Pero la objetualización de tu hijo ha comenzado tiempo atrás, en pleno proceso de embarazo. Las ecografías y las modernas ecografías en 3-D arrojan sendas reproducciones gráficas de tu bebé. La emoción es incuestionable. Lo que se ve en esa pantalla es tu hijo-objeto y lloras como una magdalena viendo cómo se mueve esa cosita que mide lo que tu dedo pulgar. Pantallas que dan cuenta de nuestra felicidad, eso es... Así que de qué vamos a extrañarnos. La ecografía en su momento atravesó la piel, el útero, la placenta y otros tejidos de la madre para contentarnos con el objeto-imagen de nuestro hijo y ahora, tranquilamente sentados, pones el canal cero, y atraviesas tres paredes con sus respectivas puertas a un golpe de zapping.

Los occidentales somos la polla. Los padres podemos perder la dignidad después del nacimiento de nuestros hijos de mil formas. Podemos dejar de ir al cine. Podemos follar menos. Podemos decapitar nuestra vida social. Podemos cambiar los bares de ambiente nocturno por el ambiente diurno de los parques infantiles. Podemos sufrir lo insufrible con las visitas más frecuentes de las suegras y madres. Podemos dejar de dormir ocho horas seguidas y dormir seis, ¿qué digo seis?, cuatro, ¿qué digo cuatro?, una hora y con suerte... Pero de lo que nuestros hijos no van a ser capaces de privarnos es de nuestra condición de espectadores.

Los occidentales somos la polla; y Eduardo Subirats un ingrato.

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